CODALARIO, la Revista de Música Clásica

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Crítica: Ádám Fischer y la Filarmónica de Viena abren el centenario Puccini en el Kozerthaus de Viena

Las agrupaciones vienesas anuncian los fastos dedicados a la efeméride de la muerte del compositor italiano, que se conmemorará en noviembre de 2024

Ádám Fischer y su genuina autenticidad

Por Pedro J. Lapeña Rey
Viena, Konzerthaus, 28-XI-2023. Misa de Gloria de Giacomo Puccini; Libera me de Giuseppe Verdi. Wiener Philharmoniker. Wiener Singverein. Director musical: Ádám Fischer.

   Dentro de un año, el 29 de noviembre de 2024 se cumplirá el centenario de la muerte de Giacomo Puccini por lo que durante los próximos 12 meses veremos todo tipo de homenajes en su honor. Zubin Mehta junto a la Filarmónica de Viena iban a dar el pistoletazo de salida con este concierto que se ha repetido el día 30 en Lucca, la ciudad que le vio nacer en 1858, pero el director indio lleva algo mas de un mes cancelando conciertos por motivos de salud, y la orquesta ha recurrido a un viejo conocido, Ádám Fischer, uno de los maestros mas queridos por los filarmónicos que aunque no les ha dirigido en muchas ocasiones en la sala de conciertos, sí lo ha hecho en mas de 400 ocasiones en el foso de la Ópera estatal.

   Teníamos en el programa a Puccini y a Verdi, dos de los grandes de operistas de la historia. Del primero, la que junto a sus «crisantemos» es su obra más conocida más allá de las óperas: La Misa de Gloria. Del segundo, la versión original del Libera me, que años después sería una parte básica y fundamental de su Requiem. Dos obras litúrgicas, ambas de alta carga dramática compuestas por dos compositores alejados de la Iglesia y de la fe cristiana, pero que venían de donde venían, Italia, y su enorme tradición religiosa. Puccini nació en 1858 en una familia de músicos. Desde su tatarabuelo en adelante habían sido maestros de cámara de la catedral de Lucca, por lo que no es de extrañar que sus primeras composiciones fueran religiosas. En concreto, esta misa para solistas, coro y orquesta fue, por así decirlo, una obra de aprendizaje que solo se interpretó una vez en vida del compositor, el 12 de julio de 1880, festividad del patrón de Lucca. Poco después comenzaron sus éxitos operísticos y el resto es historia. Ni él ni sus herederos volvieron a la obra que solo recientemente recuperó su lugar en el repertorio.

   Aun siendo eso, una obra de juventud, en el «Gloria» y en el «Credo» atisbamos al maestro que encuentra el instinto teatral en cada frase, y es capaz de sacar un torrente musical estimulante y dramático en cuanto se lo propone. Su facilidad para describir estados de ánimo –cada uno con su matiz correspondiente– y para tejer una opulenta capa orquestal que veremos una y otra vez en sus óperas es ya palpable en esta obra. En este entorno, Ádám Fischer se encontró como pez en el agua y dio una lección de crear ambientes, cuidar texturas y sobre todo, establecer un pulso dramático irresistible que nos llevó en volandas por toda la obra. La orquesta, curtida en mil batallas, fue su cómplice ideal, capaz de seguirle al menor gesto o a la menor mirada. El «Kyrie» fue un ejemplo de espiritualidad. El «Gloria» y el «Credo», las partes mas largas fueron pujantes y majestuosos. El «Sanctus» con su belleza mística turbadora nos llevó sin remisión a un «Agnus Dei» final etéreo. Mención especial para el coro –el maravilloso Wiener Singverein– que galvanizado por la batuta ofreció una actuación de primer nivel y cuyos «Gloria in excelsis» y los sucesivos cánones sonaron a eso, gloria bendita.

   Las breves partes solistas estuvieron a cargo del tenor Vittorio Grigolo y del bajo Massimo Cavaletti. Lamentablemente, el primero no pudo dejar de ser él ni siquiera en este contexto. Como más de una vez he comentado en reseñas anteriores, su voz es bella, redonda, de gran calidad y con un timbre que te atrapa, pero su histrionismo, su forma de cantar descuidada y siempre efusiva, y su necesidad de ser el -único- protagonista en cualquier situación le «empujan» a irrumpir como elefante en cacharrería y a confundir una misa con Cavaradossi. Entiendo que algunos valoren mas lo primero, pero a mí me carga más lo segundo, sobre todo cuando con sus caritas, sus gestos y su continua afectación expresiva, te «estropea» los momentos mágicos que Ádám Fischer, coro y orquesta estaban consiguiente. Por su parte, Massimo Cavaletti sí demostró saber donde estaba y a que había venido. El barítono de Lucca no tiene una voz tan atractiva –aun siendo brillante y de cierta belleza– como la de Grigolo, y además su emisión retrasada le penaliza, pero aquí cantó con nobleza, recogimiento y una hondura que nos conmovió.

   La corta duración de la obra, que en manos de Fischer se pasaron volando, «obligó» en parte a completar el programa. Con esta orquesta y este coro hubiera sido un «pecado» no hacerlo y la obra elegida fue la versión original del Libera me de Giuseppe Verdi. Compuesta en 1869 como contribución a un réquiem por Gioachino Rossini, fallecido el año anterior, que escribirían de manera conjunta trece compositores italianos, nunca llegó a interpretarse por desavenencias entre Bolonia –donde se interpretaría– y Milán –de donde surgió su idea–. Las diferencias con la conocida versión del Réquiem se limitan a pequeños retoques, notables sobre todo al comienzo del «Dies irae» y en el último recitado del «Libera me», que aquí se asigna a las voces graves del coro y no a la soprano.

   Ádám Fischer y la orquesta, una vez mas, nos dieron una versión intensa y emotiva, perfectamente interpretada, que nos sirvió además para «descubrir» una voz que dará que hablar en el futuro: la de la joven soprano italiana Alessia Panza. Con calidad en todos los registros, un nivel técnico exquisito, una emisión canónica y por encima de todo una expresividad intensa aunque contenida, nos sedujo mostrando una personalidad poco común en cantantes de su edad. Ádám Fischer la cuidó, la mimó y la ayudó a lucirse en cada una de las intervenciones en la que solo echamos en falta algo mas de morbidez e intención en su último «libera me».

Fotografía: Andreas Humer.