CODALARIO, la Revista de Música Clásica

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CRÍTICA: CLAUDIO ABBADO VISITA EL AUDITORIO DE ZARAGOZA AL FRENTE DE LA ORCHESTRA MOZART. Por Alejandro Martínez

24 de marzo de 2013
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UN CLÁSICO ENTRE LOS CLÁSICOS

ZARAGOZA. Orchestra Mozart, dir. Claudio Abbado. G. Ahss (violín), K. Pfiz (violonchelo), L. Macías (oboe), G. Santana (fagot). Obras de Beethoven, Haydn y Mozart. 22/03/13, Auditorio de Zaragoza

       Anunciada, y por méritos propios, como la gran cita musical del año en la capital aragonesa, la presencia de Abbado era un acontecimiento esperado. Se trataba, de hecho, de una de las escasas grandes batutas que todavía no habían pisado la Sala Mozart del Auditorio de Zaragoza. Para su visita, que se sumaba a las dos previstas en el Auditorio Nacional de Madrid, dentro de los ciclos de Ibermúsica, Abbado escogió en esta ocasión a la Orchestra Mozart, una formación joven, nutrida por grandes instrumentistas de toda Europa, que nació en Bolonia, en 2004, por iniciativa de Carlo Maria Badini. En el programa, tres clásicos indiscutibles, con tres partituras ante las que no cabe esconderse: la Obertura Leonore n. 3 op. 72 de Beethoven, la Sinfonía concertante en si bemol de Haydn y la Sinfonía número 33 en si bemol de Mozart.
       La batuta de Abbado se mostró en perfecto maridaje con el exquisito sonido de la Orchestra Mozart. Ésta ofreció una sonoridad sutil, de enorme riqueza, de afinación impoluta, brillante pero tersa, bien esmaltada y flexible, muy atenta a cumplir con las exigentes demandas de dinámicas y reguladores expuestas por Abbado. Así las cosas, el concierto no pudo empezar mejor, con una obertura Leonore digna de recuerdo, sostenida con pulso, con aires teatrales y con un infinito juego de modulaciones en la cuerda. Una memorable recreación.

      La sorpresa de la noche se produjo cuando no fue Abbado quien salió a dirigir la Sinfonía concertante en si bemol de Haydn, sino que fue en su lugar un maestro joven, desconocido para los allí reunidos, quien subió al podio. Sin que mediase aviso alguno, ante la estupefacción del respetable. Más tarde supimos que incluso la propia organización del Auditorio desconocía quién era el que había salido a dirigir esta parte del concierto. De ahí que ni siquiera se indicase en el programa de mano ni tampoco por la megafonía. Se trataba, por lo que hemos podido averiguar, del valenciano Gustavo Gimeno (1976), percusionista de la Royal Concertgebouw Orchestra, donde comparte atril con el oboísta onubense Lucas Macías. Su labor fue digna, aunque discreta, y no pocos espectadores comentaban a la salida su decepción, al haberse encontrado con que Abbado no dirigía unos treinta minutos de un concierto cuyo principal atractivo era precisamente la presencia del gran maestro italiano. En referencia a este Haydn, como adelantábamos, la ejecución fue irregular, oscilando entre momentos de auténtico virtuosismo, de impecable ejecución por parte de los solistas (Ahss, Pfiz, Macías y Santana), y pasajes de menor ensamblaje y más deficitaria concertación. No es una partitura fácil, este valioso (aunque para nuestro gusto también algo tedioso) trabajo del último Haydn.
       Abbado regresó para sostener la batuta al frente de la Sinfonía no. 33 de Mozart, una pieza infrecuente en las programaciones de los auditorios, aunque de un refinamiento y una altura musicales que justifican de forma evidente su elección por parte del maestro italiano. La exposición fue de nuevo ejemplar y la respuesta de la Orchestra Mozart, exquisita. Una recreación equilibrada, de un sonido dulce y sereno, depuradísimo. Era evidente la comunicación entre el maestro Abbado y los músicos, observando la complicidad entre sus rostros, sus miradas, sus gestos. Cuando quienes ejecutan la música la sienten y la disfrutan, la magia surge sin necesidad de convocarla. Quizá, en todo caso, lo mejor de la noche vino de la mano de las propinas. Dos pasajes de la música incidental de Schubert para Rosamunde. Una música de las que suspenden el tiempo en una interpretación de las que sugieren al espectador que cierre los ojos y se deje llevar. Así habríamos hecho, de no ser porque asistimos al concierto desde una de las localidades de la zona de coro, desde donde era imposible distraer la mirada del maestro Abbado y su impresionante conducción de la orquesta. Su gesticulación es pura poesía, de una nitidez y una concertación deslumbrantes. Un gesto inconfundible el suyo, de un énfasis austero pero elocuente.
      En resumen, pues, una velada de gran música, cómo no podía ser de otro modo con esos mimbres, reuniendo a Abbado, a una formación exquisita como la Orchestra Mozart y a partituras de tres genios como Mozart, Haydn y Beethoven. Pero la sensación global quedo lejos de lo que cabía esperar y no fue una noche memorable. Quien firma recuerda haber salido prácticamente levitando tras escuchar la Novena Sinfonía de Mahler con la Orquesta del Festival de Lucerna en la última visita de Abbado a Madrid, de nuevo en los ciclos de Ibermúsica. No alcanzamos una sensación siquiera semejante en este caso, por evidente que fuera la ejecución exquisita de una gran música. El Auditorio de Zaragoza presentaba un aforo de algo más del noventa por ciento, aunque lejos de colgar el cartel de "no hay entradas", como hubiera merecido la visita de un grande como Abbado. Imaginamos que algo ha tenido que ver en ello la repercusión del IVA cultural y el elevado incremento en las localidades de esta XIX Temporada de Grandes Conciertos de Primavera, hasta precios nunca vistos en la capital aragonesa.
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