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CRÍTICA: 'MADAMA BUTTERFLY' DE PUCCINI EN EL TEATRO DEL LICEO DE BARCELONA. Por Alejandro Martínez

1 de abril de 2013
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UNA APUESTA SEGURA 

Madama Butterfly (G. Puccini). Gran Teatro del Liceo, 24/03/2013

       En contadas ocasiones, a la hora de representar una ópera, se dan cita elementos que presumen ser garantía de éxito casi antes de que se levante el telón. Ése ha sido el caso de las representaciones de Madama Butterfly en el Liceo que nos ocupan y que desde hace semanas colgaban ya en las taquillas el cartel de "no hay entradas". El atractivo de estas citas era resultado de reponer un título central en el repertorio más popular, junto con la presencia de un intérprete mediático como Roberto Alagna en el rol de Pinkerton, amén de una notable intérprete, Hui He, para encarnar el rol de Butterfly. Redondeaba la apuesta segura la reposición de una coproducción entre el Liceo y el Covent Garden, a cargo de  Moshe Leiser y Patrice Caurier. Una puesta en escena de tintes clásicos, realistas, con muy poca imaginación y ayuna en poesía, pero vistosa y cómoda para el espectador menos bregado, que era en última instancia el que buscaban también estas funciones, en una apuesta más comercial y ocupando el hueco de un proyecto anterior que no pudo llevarse a cabo por las apreturas presupuestarias del teatro barcelonés.
       La soprano china Hui He tiene cogido el punto al rol de Cio-Cio-San y matiza en multitud de pasajes su interpretación. Vocalmente maneja con soltura el filado y la emisión en piano, jugando casi a placer con las dinámicas. A cambio, no es menos cierto que el instrumento carece en el centro y en el grave de la entidad necesaria, quedando el tercio agudo como la sección más apreciable de su timbre. Ofreció lo mejor de sí en el dúo con Pinkerton en la escena final, siendo curiosamente su parte solista, "Un bel di vedremo" la más rutinaria de su interpretación.

      Junto a ella, Roberto Alagna daba vida al ingrato Pinkerton. Ingrato aunque no menos importante, si atendemos a su casi continuada participación durante el primer acto. Alagna está en un momento complicado de su carrera. Es un lírico pleno con un registro agudo algo romo y se diría que la voz en general ha perdido armónicos, aunque mantenga el cuerpo y la presencia habituales en teatro. Su Pinkerton fue así la mezcla entre un fraseo voluntarioso y un continuado esfuerzo por conseguir una emisión cómoda y resuelta del todo. Observamos en Alagna, durante la función, un continuado ademán para desalojar sus fosas nasales, lo que delataba quizá un leve resfriado que el intérprete prefirió no anunciar por megafonía. Lo cierto es que fue un lujo contar con su presencia como Pinkerton. Quizá vocalmente no tenga ya la facilidad y el derroche de medios de antaño, pero sigue siendo un cantante con clase e intenciones. En contraste con las buenas impresiones dejadas por la pareja protagonista, el Sharpless de Meoni fue a todas luces anodino en su fraseo y muy inconsistente en su expresión vocal. Un intérprete, a priori, de muy escaso interés. Algo parecido al caso de Jossie Pérez como Suzuki. La voz no se proyectaba con solvencia, y el instrumento aparecía corto en los extremos. Apenas el color de algunas notas centrales daba la sensación de estar ante una voz de mezzo. El desempeño de los comprimarios (Ombuena, Accurso, Orlov, etc.) se nos antojó por debajo de lo encontrado en otras ocasiones en el Liceo.
       La producción de Leiser y Caurier, a la que ya aludíamos en las primeras líneas, nos gustó algo más que hace un par de años, cuando la pudimos ver en el Covent Garden. Nos sigue pareciendo en exceso convencional, demasiado acomodada en una mera recreación realista del libreto. Apenas dispone un decorado bien iluminado, junto a una muy escueta dirección de actores. La ausencia de poesía es constante y el espectador en modo alguno asiste a un espectáculo visual o a una recreación teatral auténtica. Un decorado que cumple con su función, sí, pero poco más, lejos de lo que en realidad entendemos por una dirección escénica comme il faut.
      En el foso, sustituyendo al inicialmente previsto Josep Pons, se encontraba el joven maestro José Miguel Pérez-Sierra, bregado sobre todo en títulos de zarzuela, y a quien ya valoramos al frente de este título de Puccini hace unos meses, cuando se representó en Pamplona. Ya entonces, al frente de una orquesta con menos recorrido que la del Liceo, nos dejó buenas sensaciones, que se han confirmado en esta ocasión, coincidiendo con una mejoría progresiva en el desempeño de la orquesta titular del teatro de las Ramblas. Pérez-Sierra ofreció una lectura sin especial personalidad, es cierto, pero siempre teatral y matizada en los tiempos, buscando el lirismo y un sonido compacto. Precisamente por ello dilató en exceso el fraseo en algunos pasajes y cargó las tintas con el volumen al cierre de algunas escenas, pero esto no empañó una recreación que fue, en términos generales, digna y convincente.
       Como apuntábamos al principio, una apuesta segura es garantía de éxito, sí, y de un disfrute generalizado, también, pero queda lejos, no obstante, de garantizar una excelencia generalizada del espectáculo en cuestión. Esta Butterfly funcionó por las virtudes de una pareja protagonista que sostuvo el espectáculo en más o menos buena coordinación con el foso, pero el resto de elementos quedaron francamente por debajo de su actuación, dejando en notable una representación que bien podría haber sido sobresaliente.
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