Crítica de Nuria Blanco Álvarez de la ópera Lohengrin de Wagner en el Teatro Campoamor de Oviedo
Miren Urbieta-Vega brilla ante un discreto Lohengrin
Por Nuria Blanco Álvarez | @miladomusical
Oviedo, 25-I-2024. Teatro Campoamor. Lohengrin (Richard Wagner). Samuel Sakker (Lohengrin), Miren Urbieta-Vega (Elsa von Bravant), Stéphanie Müther (Ortrud), Simon Neal (Friedrich von Telramund), Insung Sim (Heinrich der Vogler), Borja Quiza (Heraldo del rey). Coro Lohengrin Global Atac (Coro Intermezzo). Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias. Dirección musical: Christoph Gedschold. Dirección de escena: Guillermo Amaya.
La Ópera de Oviedo clausura su discreta 76ª Temporada con Lohengrin con una nueva coproducción de la propia entidad con el Auditorio de Tenerife, una propuesta muy básica, insustancial e indefinida, en la que el director de escena, Guillermo Amaya, dice aludir a la Grecia clásica y usar como concepto estético los mimbres de un teatro griego. Todo el espacio está ocupado por un graderío (theatron) en el que ahora se coloca el coro, y el lugar de la orchestra -espacio circular donde se situaba un altar en honor a Dionisos y el coro danzaba en las tragedias griegas- es donde ahora se ubican los cantantes protagonistas, casi todo el tiempo estáticos, en línea, separados entre sí por varios metros, mirando al frente y sin contacto visual ni físico entre ellos. Lo mismo le ocurre al coro, estáticos en las gradas con la mirada hacia el público y con unos pueriles movimientos de brazos en algunas de sus intervenciones que ni si quiera estaban sincronizados. Si el concepto escénico fue vacuo, podríamos decir que la dirección de escena fue prácticamente inexistente, de tal modo que casi parecíamos estar ante una versión de concierto de la ópera. Parte del público mostró su desaprobación con pateos en los correspondientes saludos finales.
La versión musical de Christoph Gedschold a cargo de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias fue discreta. Una obra de la envergadura de Lohengrin requiere de una plantilla amplia donde mostrar una riqueza tímbrica abrumadora y habituada a enfrentarse a obras wagnerianas, y este no es el caso. El bellísimo y complejo Preludio presentó dificultades con el divisi de los violines, el volumen a veces sobrepasaba a los cantantes y los metales estuvieron destemplados en varias ocasiones. Muy desajustado en lo vocal el concertante final del primer acto, el quinteto protagónico a capella no estuvo acertado.
De un tiempo a esta parte la Temporada de Ópera de Oviedo no parece dar en la diana, viéndose su imagen afectada fuera de Asturias, donde no está ni de lejos considerada una de las imprescindibles de nuestro país, que es a lo que debería aspirar. El lustre que de puertas adentro se pretende dar por todos los medios, no se corresponde con la realidad que se palpa más allá de Pajares.
En el caso que nos ocupa, no fue acertada la elección del protagonista, Samuel Sakker, quien no estuvo a la altura. La orquesta lo superó en varias ocasiones. Su voz no resulta homogénea, en el agudo se muestra inestable y opaco en general en todo su registro, carece además de la fuerza y energía que necesita un héroe como Lohengrin (nos sorprende su inclinación por roles wagnerianos en su trayectoria). Tras su primera intervención, nos hizo dudar de que pudiera llegar al final de la representación, asunto que sí fue notorio en el barítono Simon Neal como Friedrich von Telramund, quien se fue mostrando agotado a medida que avanzaba la acción con una voz cada vez más áspera.
Afortunadamente no fue el caso de Miren Urbieta-Vega quien estuvo vocalmente espléndida como Elsa -nadie diría además que nunca antes había cantado en alemán-, una pena que no la dejaran exhibir sus cualidades dramáticas. La soprano se mostró fresca durante los cuatro actos y exhibió su bellísimo y delicado instrumento en cada una de sus intervenciones. Fue la triunfadora de la noche junto a Stéphanie Müther, poseedora de una bonita voz de soprano dramática, que estuvo contundente como Ortrud, dejando momentos interesantes como su invocación en el segundo acto. Borja Quiza estuvo magnífico, muy resuelto, con una proyección envidiable de principio a fin y un bellísimo timbre: sobre cualificado para el papel de Heraldo del rey. Por su parte, Insung Sim fue un correcto rey Heinrich. El coro cantó con corrección, presentando un buen volumen general y dejando preciosos momentos como el del final del segundo acto, sin embargo, la popular Marcha nupcial no epató. Mención especial para los pajes, cuatro jovencitas de la Escuela Divertimento que brillaron con sus voces blancas perfectamente afinadas y empastadas.
Fotos: Iván Martínez / Ópera de Oviedo