Crítica del concierto ofrecido por el Cuarteto Belcea en el Konzerthaus de Viena
Julian Anderson entre obras de Beethoven
Por Pedro J. Lapeña Rey
Viena. Konzerthaus. 21-II-2024. Belcea Quartet. Cuarteto de cuerdas nº 4 en do menor, op. 18 nº 4 de Ludwig van Beethoven, Cuarteto de cuerdas nº 4 de Julian Anderson, y Cuarteto nº 12 en mi bemol mayor, op. 127 de Ludwig van Beethoven.
El jueves 21 de febrero, con la sala Mozart del Konzerthaus a rebosar, tuvimos un nuevo concierto del ciclo de cuartetos que el Belcea comparte con el Ebene. Y con él nos encontramos un nuevo cambio -y ya van…-en la formación. Parece que el segundo violín, Axel Schacher, ha abandonado definitivamente el grupo, y ha sido sustituido por la violinista coreano-australiana Suyeon Kang. El resto de la formación permanece con el violonchelo del francés Antoine Lederlin unido ya parece que de manera también definitiva a los clásicos de la formación, la violinista Corina Belcea y el viola Krzysztof Chorzelski.
En el programa, dos cuartetos de Beethoven enmarcaban el estreno del Cuarteto nº 4 del británico Julian Anderson, composición encargada por varios auditorios europeos entre los que se encuentran el Konzerthaus o el Wigmore Hall, además de la lisboeta Fundación Gulbenkian donde se estrenó el 20 de enero pasado.
Alumno entre otros de John Lambert, Alexander Goehr, Tristan Murail, Olivier Messiaen, Per Nørgård y György Ligeti, el londinense Julian Anderson es autor de obras orquestales, música electrónica, tres cuartetos, una ópera y mucha música coral. Antes de que los miembros del Belcea subieran al escenario, él se dirigió al público desde el escenario para hablarnos de la obra. El origen viene de lejos, de los años en que el sindicato polaco Solidaridad, liderado por Lech Walesa, plantaba cara al régimen comunista del General Jaruzelski. A mediados de septiembre de 1981, un filósofo polaco miembro del sindicato fue a su colegio a explicarles en perfecto inglés la lucha del pueblo polaco contra la dictadura. Meses después, el 13 de diciembre, el gobierno decretó la ley marcial y unos 10.000 miembros del sindicato fueron detenidos. A pesar de los intentos que hizo su colegio para averiguar qué había sido del filósofo, no volvieron a saber de él. Días mas tarde, escuchó y grabó a través de la radio de onda corta un fragmento de música folclórica polaca, música de violín de los montes Tatra, la frontera natural entre Polonia y Eslovaquia. Las danzas enérgicas, casi salvajes, de gran libertad rítmica le sirvieron de base para este cuarteto.
De factura tonal y fácil de oír, la obra presenta una estructura en tres movimientos, en el que el intermedio muy rápido es una especie de scherzo áspero, duro y casi violento, en el que nos encontramos dos secciones que se van fundiendo poco a poco en un caos cada vez mayor, mientras que los dos movimientos extremos son mas lentos. Arrancó el Belcea el inicial “medio-rápido” con el acorde inicial al que los cuatros instrumentistas vuelven una y otra vez. Hubo intensidad y seguridad en los muchos acordes punzantes que pueblan la obra, mientras que estuvieron mas cálidos y más emotivos en el largo y melancólico movimiento final, una especie de himno cantábile que recuerda la tragedia.
El concierto había comenzado con el cuarto de los cuartetos iniciales de Beethoven, el compuesto en do menor. Escrito en 1799, está dedicado al príncipe Joseph Franz von Lobkowitz, uno de los primeros mecenas de Beethoven en Viena –a quien también dedicó otras obras como las sinfonías tercera, quinta o sexta–. Sorprendió que el Belcea arrancara como a medio gas. El Allegro ma non tanto inicial fue bastante plano y un tanto frío. Seguimos la misma tónica en el Scherzo, un andante rápido con varios temas y cambios de ritmo, que tampoco terminó de despegar. Un Minuetto en estilo, aunque algo académico de más nos llevó por fin al rondó final, donde por fin, Corina y sus chicos parecieron despertarse en el tema principal llevado muy vivo, donde se recrearon entre preguntas y respuestas, con el cambio de modo menor a mayor, y con una coda final plena de conjunción y brillantez.
Tras el descanso seguimos con Beethoven, pero con otro Beethoven. El de Bonn compuso su excelente Cuarteto de cuerdas nº 12 en mi bemol mayor, op. 127 –encargado por el príncipe ruso Nicolas Galitzin, violonchelista entusiasta de su música–, veintiséis años después, en 1825, pero entre ambas composiciones parece haber pasado más de un siglo. Es el primero de sus últimos cuartetos y el comienzo de un testamento musical absolutamente único. En ellos, Beethoven va mucho mas allá de lo que cualquier musico haya ido. Cuando se compusieron, nadie -salvo quizás otro genio como Franz Schubert- los comprendía, ni siquiera sus intérpretes –el famoso Cuarteto Schuppanzigh–, y tardaron mucho en entrar en el repertorio. Eso sí, cuando lo hicieron, fue para siempre.
Como suele ser habitual en estos últimos años, el Cuarteto Belcea nos ofreció una versión de fuertes contrastes, en las que lo que ganamos en brillantez e intensidad, en parte lo perdemos en lirismo. En concreto, en el Maestoso inicial, llevado con una lentitud algo excesiva, perdimos parte del carácter elegíaco con que arranca la obra, y de ese coral cantábile que encontramos por todo el movimiento. Por el contrario, en el Adagio ma non troppo e molto cantábile, el gran segundo movimiento, plasmaron una introducción bellísima, casi etérea, empezando a construir esa “escalera entre el cielo y la tierra por la que transitan ahora arriba ahora abajo los espíritus de las ideas artísticas más selectas”. Encontramos al mejor Belcea en el camino a través de las sucesivas variaciones, con sus oscuras armonías, sus diálogos, su canto misterioso y sus cambios de tempo plenos de expresividad. El Scherzando vivace – Presto tuvo gracia, chispa y un sonido brillante y expansivo, aunque también demasiada tensión en un movimiento que también pide fragilidad y levedad. En el Finale, donde Beethoven retoma el carácter melancólico y lírico del movimiento inicial, los Belcea siguieron navegando por los distintos temas con más atención a una ejecución centelleante y a una tímbrica seductora que al lirismo y emoción que plantea la obra. Una ejecución, en fin, que asombró más que emocionó. El precioso “Andantino” del cuarteto de Claude Debussy fue el colofón de la velada.