CODALARIO, la Revista de Música Clásica

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Crítica: Paul Lewis en el Festival de Granada con la integral de Schubert

1 de julio de 2024

Crítica del recital ofrecido por el pianista Paul Lewis en el Festival de Granada con la integral de las sonatas para piano de Schubert en el programa

Paul Lewis, con Schubert en el Festival de Santander

Trascendente Schubert de Paul Lewis

Por José Antonio Cantón
Granada, 25 y 28-VI-2024. Hospital Real (Patio de los Mármoles). Recitales de piano de Paul Lewis. Integral de las sonatas de Franz Schubert.

   La presencia Paul Lewis en el apartado de Grandes Intérpretes del programa del Festival de Granada está significando todo un plus de calidad a resultas de las dos primeras actuaciones de las cuatro que tiene previstas en su compromiso de afrontar la integral sonatística de Franz Schubert. Partiendo de una de las mejores fuentes imaginables de este repertorio como es el magisterio recibido de Alfred Brendel, el pianista británico se va adentrando en este rico paisaje musical con un sentido emocional y una impronta intelectual realmente admirables, que descubren al oyente esa relación íntima que tuvo el compositor con el instrumento entendido como auxiliar y amigo inseparable al que acudía para hacer posible su contacto diario con la música y, sobre todo, para acompañar sus canciones y dar a conocer sus creaciones a su círculo íntimo de admiradores. Con tales premisas se ha planteado Lewis sus dos primeros encuentros con el público del Festival en un escenario que tiene la particularidad de poseer una acústica que corresponde a las proporciones áureas de su arquitectura; el Patio de los Mármoles del Hospital Real, actualmente sede del Rectorado de la Universidad de Granada.

   Lewis empezó su andadura con la Sonata en mi bemol mayor, D 568 del año 1817 descifrando las sucesivas incursiones tonales de su moderado allegro inicial con cierta jovialidad que sostuvo con retardos, modulaciones y cromatismos bien articulados a lo largo de su desarrollo. La agilidad que empleó en la reexposición produjo una delicada degradación temática de exquisito efecto ensoñador. Una melancolía desdramatizada se apoderó del Andante siguiente transmitido, entre otros medios, con un uso magistral de los silencios, contrastados con determinantes acentos hasta llegar a la corta y entristecida coda. Este sentimiento quedó disuelto con el advenimiento del minueto, a cuyo trío imprimió un carácter popular vienés de exquisita elegancia, para terminar con una imaginativa y podría decirse desenfadada lectura del allegro que cierra la obra con una resplandeciente progresión sonora.

   Después de tan grata experiencia para el escuchante, Lewis abordó la Sonata en la menor, D 784 con mistérico sentido en su aquilatado allegro inicial, donde de inmediato apareció la polifonía orquestal como carácter determinante de la épica de su desarrollo, remarcado por esos acordes tan justos como necesarios que pide ese espíritu heroico que encierran sus compases. Con un aire retenido de cadenciosa comitiva religiosa se planteó el inicio del Andante antes del pequeño episodio en el que su dinámica ascendente permitía al pianista presentar su definida pulsación, hecho que iba a quedar confirmado en el último agitado Allegro vivace subsiguiente. Lewis se adentró en el discurso de este movimiento demostrando su poderío técnico puesto al servicio del dramatismo que encierra este final asombroso, en el que Schubert alterna su inefable manera de cantar en momentos clavecinísticos con otros de marcados acentos beethovenianos. Se producía con este movimiento el primer efecto de verdadera excelencia del recital.

   Éste concluyó con una interpretación magistral de la Sonata en re, D 850 que refleja cierta necesidad del autor en aproximarse al gran virtuosismo que ya venía marcado, y de qué manera, por Beethoven. El sonido resultante del Allegro vivace inicial estuvo prendido de una luminosidad modulante que reflejaba las diferentes formas de expresar el canto, alternativas que reafirmó en la breve coda justificadamente realzada como elemento conclusivo de este primer movimiento. El aire cuasi-minueto dado al con moto que le seguía fue un ejemplo de meditación sonora de un sentido preimpresionista realmente subyugante en su parte central, en cuyo canto el pianista tuvo un verdadero rapto de concentrada a la vez que imaginativa expresividad, convirtiéndose en un dechado de contracantos en el Scherzo siguiente complementados con una espléndida lectura de su trío que ponía énfasis en la belleza de una forma de  modular que llevaba a sentir el más delicado laendler imaginable. Lewis quiso terminar la obra con un alto grado poético en su rondó. La dulzura de su toque fue determinante para alcanzar tal pretensión al que ayudaba el entramado variable de su desarrollo, que le servía al pianista para ofrecer toda su paleta de color pianístico con delicada elegancia que convertía en sonido la imaginaria poesía de su contenido. Sin duda fue un momento del recital de máximo grado de musicalidad. Ante el reconocimiento unánime de un público embelesado ofreció el Andante de la Sonata en la menor D 664 prevista para la segunda jornada de esta tan esperada integral.

   En el mismo escenario, se inició ésta con la Sonata en do, D 840, no siendo especialmente acertado su seudónimo de «Reliquia», sobrevenido posterior a la muerte del músico que la dejó inacabada en 1825. Paul Lewis, con seguridad de concepto se entregó al carácter orquestal del Moderato que abre la obra sin anteposición temática alguna, dejando fluir la dialéctica del discurso hasta la condensada forma con que tocó la magistral síntesis que encierra la intensa y a la vez contrastante coda. La mistérica manera de abordar los compases iniciales del Andante favorecieron el recitado lirismo de su desarrollo perfectamente controlado en sus contrastes dinámicos. Volvía a manifestarse una exquisita manera de tratar los significativos silencios pensados por el autor como los ya apuntados en el Andante de la D 568 en la jornada anterior.

   En la Sonata en la, D 664 el pianista de Liverpool destapó sus esencias líricas en toda su magnitud. La melodía se apoderó de todo su ser hasta un determinante paroxismo de expresividad en el primer tiempo, cuyos pasajes centrales más adustos quedaron subsumidos en esa dominante magia de la melodía en la que Schubert es un músico paradigmático. Un sentimiento de felicidad y gracia invadió el recinto donde se producía el recital en el transcurso del moderado allegro inicial de la obra. Lewis mostró su lado contemplativo en el Andante central reafirmando la belleza con la que transmitió este movimiento al utilizarlo como bis en su primer concierto, convirtiéndose en un momento de rutilante pianismo de altísimo nivel. Con excelsa jovialidad expuso la alegría que encierra la obra en su rondó final, un Allegro lleno de dichosa emocionalidad.

   El momento culminante del recital se presentó con la Sonata en la menor, D 845. Esta obra supuso un descubrimiento de la figura de Schubert para muchos críticos contemporáneos del compositor que, en algunos casos, llegaron a situarlo como un manifiesto heredero de Beethoven. Su carácter conceptual la sitúa muy próxima a la grandeza del tríptico sonatístico final de este músico. Ante tal exigencia el pianista salió al escenario con un grado conmoción interior que se percibió desde los primeros compases pertenecientes al moderado movimiento que abre la obra. Lewis presentó con cantante agilidad las desnudas octavas de su primer tema para contrastar el segundo como una consecuencia natural del motivo anterior, sucediéndose ambos en el desarrollo con una concentrada lógica schubertiana que inundaba con su aliento la perceptibilidad del oyente hasta la extensa coda con la que concluye el primer tiempo de esta sonata. En el siguiente movimiento, Andante poco mosso, se armó de resistencia ante sus dificultosas cinco variaciones, superando el reto con una musicalidad digna de encomio servida con un desparpajo técnico equivalente que producía admiración, como también sucedió en su lectura del Scherzo, a cuyo discurso dio una orientación giratoria en su proceso de alternante decaimiento tonal que requería la exposición de sus mejores dotes técnicas, más que suficientes para no dejar en momento alguno de seguir cantando irresistiblemente hasta desembocar en el rondó final, que expuso con una maestría singular, terminando una actuación que quedará en la memoria del Festival.

   Ésta quedó rubricada con la interpretación del segundo movimiento de la Sonata en la menor, D 537 que tocará en la tercera jornada de esta integral, que tocó como si de un intermedio se tratara ante esta mencionada próxima cita. Quedaba así sellada definitivamente una actuación de altísimo nivel musical, lejos de la más mínima concesión a la galería que quedaba prendada ante un pianismo tan sólido en arte como en técnica.

Foto: Fermín Rodríguez

 

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