Crítica de Raúl Chamorro Mena de la ópera El barbero de Sevilla en el Festival Rossini de Pésaro
El Barbero emerge entre lo alocado y lo insustancial
Por Raúl Chamorro Mena
Pesaro, 10-VIII-2024, Vitrifrigo Arena, Rossini Ópera Festival. Il Barbiere di Siviglia (Gioachino Rossini). Maria Kataeva (Rosina), Jack Swanson (Conde Almaviva), Andrzej Filonczyk (Figaro), Carlo Lepore (Bartolo), Michele Pertusi (Don Basilio), Patricia Biccirè (Berta), William Corrò (Fiorello), Armando de Ceccon (Ambrogio). Coro del Teatro Ventidio Basso. Orquesta Sinfónica Gioachino Rossini. Director musical: Lorenzo Passerini. Director de escena: Pier Luigi Pizzi.
Retornar a la radiante Pesaro siempre es un gran placer, redoblado en esta edición del Rossini Opera Festival por cumplirse 20 años de mi primera visita a la hermosa ciudad a orillas del Adriático. No sólo, lógicamente, las creaciones menos conocidas del genial músico tienen cabida en el Festival, también se reponen las más representadas y entre ellas, por encima de todas, se encuadra El barbero de Sevilla. No sólo la única ópera de Rossini que jamás salió del repertorio, también un emblema del género presente con asiduidad en todos los teatros. Asimismo, este año el cartel contiene una ópera más por ostentar Pesaro la condición de capital italiana de la cultura.
Subraya Alberto Zedda en su artículo «El barbero de Sevilla: manifiesto revolucionario», que Rossini se vale de la ópera buffa, tan popular, para plantear una contraposición entre la aristocracia caduca y la democracia embrionaria, pero ascendente. Efectivamente, la ópera cómica, ajena a las ataduras de la seria, permite a Rossini recoger los elementos y estimulos del texto de Beaumarchais, en el que se basa el libreto de Cesare Sterbini, mediante un infalible mecanismo teatral, ágil y fluido, en el que se imbrica una música de una inspiración casi sobrehumana, una trepidante sucesión de números musicales, solistas y de conjunto, a cuál más espléndido
El ROF ha vuelto a proponer la puesta en escena de Pier Luigi Pizzi estrenada en 2018 y que tuve oportunidad de reseñar en Codalario en su día. El director de escena milanés, que presenta un inmejorable aspecto a sus 94 años de edad, muestra su elegancia y buen gusto habituales mediante unos decorados de su habitual colaborador Massimo Gasparon basados en elementos arquitectónicos marca de la casa, sobre blanco radiante en contraste con el negro de parte del vestuario. El montaje no arriesga, pero resulta elegante y muy grato a la vista, además de funcionar bien, aunque me pareció menos ágil y dinámico en esta reposición. Incluso una idea feliz e hilarante, como ese Almaviva en ropaje de un Don Alonso de apenas un metro de altura, que penetra en casa de Bartolo en el segundo acto para acercarse a Rosina, fue de comicidad más genuina y espontánea en 2018.
El elenco lo encabezaron dos cantantes jóvenes, apuestos y entusiastas, pero con las habituales limitaciones técnicas y de fraseo sumadas a ese aroma de insustancialidad que suele acompañar a las actuales generaciones de cantantes en plena edad de hojalata del canto. La rusa Maria Kataeva es una mezzo muy lírica, asopranada, débil en el grave, que timbra especialmente en la zona centro-aguda. La voz no es bella y la emisión cuenta con la guturalidad propia de la fonación eslava, pero resultó suficientemente sonora. Kataeva mostró agilidad correctamente trabajada y buen concepto del canto, pero su fraseo ayuno de fantasía, variedad y acentos resultó monocorde y tan superficial como su caracterización escénica, a pesar de su entusiasta desenvoltura.
El tenor estadounidense Jack Swanson no termina de afianzar su impostación, que resulta caída de posición y deriva en una franja aguda sin resolver técnicamente donde aparecen sonidos abiertos y sin expansión, como la puntatura al Do sobreagudo por la que optó en la conclusión de la serenata del primer acto. Swanson cuidó el estilo, con más buenas intenciones que un fraseo bien torneado y sus carencias técnicas convirtieron las dinámicas en sucesiones de falsetes desapoyados. A pesar de la guturalidad de algunos pasajes, la agilidad de Swanson fue apreciable, especialmente en la muy exigente «Cessa di più resistere», que afrontó con entrega y valentía.
Carlo Lepore supo huir de la comicidad de trazo grueso que tantas veces acompaña al Doctor Bartolo, en principio un buffo caricato, pero que cuenta con un aria temible como «A un dottor della mia sorte», que Lepore sorteó con habilidad a pesar de sus apreturas en el agudo y los tempi desaforadamente veloces que aplicó la batuta. Por lo demás, impecable, por acentos y matices en los recitativos su creación del tiránico tutor. Igualmente, Michele Pertusi volvió a repetir su espléndido Don Basilio de hace 6 años, con sus tartamudeos, sus acentos siempre intencionados al servicio de un personaje taimado y avaricioso. El desgaste vocal de Pertusi no empañó su magnífico sentido del canto y del decir como demostró al sacar el máximo jugo a su gran hit «La calumnia». En definitiva, sin su lozanía vocal, los veteranos del evento contrastaron por acentos, sabiduría y matices con la insustancialidad de los jóvenes protagonistas. Al cupo de veteranos hay que sumar la Berta de Patrizia Biccirè, que supo compensar su erosión vocal con una atinada caracterización escénica, aspecto en el que también destacaron William Corrò y Armando de Ceccon.
El baritono Andrzej Filonczyk obtuvo un gran exito de público desde su famosa cavatina "Largo al factotum", en la que la regia le obliga a despojarse de prendas hasta culminar una especie de streptease parcial. No se puede negar la desenvoltura, desparpajo y arrojo de este Figaro, verdadero protagonista de la obra. Sin embargo, el baritono polaco, con emisión gutural y timbre seco y monócromo, desgranó un canto más bien vulgar, cuando no estentóreo.
Dirección musical atropellada por parte de un gesticulante Lorenzo Passerini que, incapaz de diferenciar planos orquestales, de exponer con la mínima claridad y de proponer un solo detalle, matiz y contraste lo confió todo al frenesí rítmico, importante en Rossini, sí, pero que se tradujo en una velocidad tan precipitada como alocada, que puso en no pocas dificultades a cantantes, coro y orquesta concurriendo abundantes desajustes. La orquesta Sinfónica G. Rossini, con sus limitaciones, cumplió ante tan desordenada como caótica batuta. Correcto el coro del Teatro Ventidio Basso dirigido por Giovanni Farina.
Fotos: Festival Rossini de Pésaro