Crítica de Raúl Chamorro mena de la ópera Le domino noir de Auber en la Ópera Cómica de París
Equilibrio, comicidad y ligereza
Por Raúl Chamorro Mena
París, 28-IX-2024, Opéra-Comique. Le domino noir (Daniel-François-Esprit Auber). Anne-Catherine Gillet (Angèle de Olivarès), Cyrille Dubois (Horace de Massarena), Victoire Bunel (Brigitte de San Lucas), Léo Vermot-Desroches (Comte Juliano), Marie Lenormand (Jacinthe), Jean-Fernand Seti (Gil Pérez), Sylvia Bergé (Ursule), Lauren Montel (Lord Elfort), Isabel Jacques (La Tourière). Coro Les éléments. Orquesta de cámara de París. Dirección musical: Louis Langrée. Dirección de escena: Valérie Lesort et Christian Hecq. Reposición a cargo de Lauren Delvert.
Le domino noir es un título emblemático del género Opéra-Comique y también de la prolífica producción del compositor Daniel-François-Esprit Auber y el libretista Eugéne Scribe. Esta creación de 1837 es el noveno título más representado de la historia de la Opéra-Comique, pues desde su estreno hasta 1911 alcanzó las 1201 representaciones. El género Opéra-Comique, que gozó de enorme popularidad en el siglo XIX, se caracteriza por una serie de convenciones. Entre ellas, la presencia de diálogos hablados entre los números musicales, la ambientación en lugares considerados «exóticos»-normalmente el sur de Italia o España- , el juego de situaciones y los dobles sentidos, la intriga, el equívoco, la ironía y sátira social, así como el uso de elementos musicales folklóricos. En el caso de El dominó noir, que transcurre en España, encontramos ritmos de bolero y una aragonesa con castañuelas, entre otros aires musicales españoles.
Le domino noir narra las peripecias de una joven de alta cuna, pariente de la reina de España, que antes de hacerse cargo como abadesa de un convento, acude a un baile y encuentra el recinto religioso cerrado a su regreso. La acción transcurre durante la noche de Navidad y, disimulada tras su típico dominó negro de mascarada, la joven consigue mantener en secreto su identidad hasta el último acto. Finalmente esta intrépida y determinada mujer ve como la Reina le libera de su obligación y puede escoger como marido al joven que ha conocido en la fiesta, Horace de Massarena.
Una buena oportunidad la que ofrecía la bellísima Opéra-Comique, en su sede de la Salle Favart en la Place Boieldieu, de poder presenciar hoy día una obra, actualmente tan poco programada, y que en 1837 vio la luz en la Salle de la Bourse, recinto que entonces albergaba la Opéra-Comique. Louis Langrée, actual director musical de la casa, firmó una labor apreciable por la ligereza, fluidez y equilibrio, fundamentales en este contexto. El discurso musical desplegado, con un sonido aquilatado por parte de la orquesta de cámara de París, no brilló por su inspiración, pero reunió la suficiente chispa y acompañó bien a los cantantes, además de expresar la gracia, elegancia y distinción de la música de Auber. Notable el Coro Les éléments por flexibilidad, buen canto y animada actuación escénica.
Todos los cantantes mostraron total idiomatismo e intención a la hora de decir los abundantes diálogos. En el papel de la protagonista Angéle de Olivarés, papel estrenado por la legendaria soprano Laura Cinti Damoreaux. La belga francófona Anne-Catherine Gillet, desenvuelta y desenfedada en escena, garantizó buena agilidad, musicalidad y estilo en su cuidado, aunque no especialmente variado, fraseo. El timbre, bien emitido, aunque con vibrato rápido, no resulta personal y el sonido se agria en la zona alta, un tanto tasada, pues la belga apenas tocó la franja sobreaguda.
Modestos medios vocales -tenor corto, liviano y filiforme- , pero suficientes para este repertorio, los de Cyrille Dubois como Horace. El francés canta muy bien, frasea en estilo y caracterizó atinadamente la simpleza y tono naïf con la que es caracterizado este papel en la puesta en escena. Muy divertidos y dominadores del escenario, tanto Lauren Montel como Léo Vermot-Desroches como Lord Elfort -personaje que centra la sátira hacia los ingleses - y el Conde Juliano, respectivamente. Arrolladora en escena Marie Lenormand en su exuberante caracterización de Jacinthe, aunque menos interesante en lo vocal con una impostación sin afianzar. Mejor vocalmente la mezzo Victoire Bunel por colocación, homogeneidad de registros y musicalidad. Jean-Fernand Seti aportó voz sonora y justa comicidad en el papel de Gil Pérez, portero del convento.
La puesta en escena, estrenada en 2018 y premiada en su día, firmada por Valérie Lesort y Christian Hecq, con reposición a cargo de Lauren Delvert, funciona muy bien y potencia la obra. El montaje plantea elegante y comedida comicidad, con elementos escénicos que cobran vida provocando momentos hilarantes. No faltan un buen número de gags, no todos acertados, pero que aportan dinamismo a una puesta en escena de indudable vivacidad y que sabe evitar los excesos, que traicionarían la sobriedad, elegancia y refinamiento que fundamentan la obra.