Cuando se cumplen 75 años desde el fallecimiento del insigne tenor Miguel Fleta, la Asociación Lírica que lleva su nombre desde hace más de tres años en Zaragoza, ha querido organizar un ciclo de recitales para rendir memoria a uno de los más grandes tenores que ha dado España a lo largo de la historia. El tenor fue uno de los tantos cantantes que se vio en la imperiosa necesidad de emigrar para poder llevar a cabo una carrera que si bien fue corta, en buena parte por sus excesos canoros, dejó grandes momentos en la memoria de los espectadores. Llegó a cantar Francesca da Rimini a las órdenes del propio Riccardo Zandonai en el Teatro Verdi de Trieste en 1919, aunque quizá su función por excelencia fue su estreno mundial en el papel de Calaf, bajo la mirada de Toscanini en Milán. Esta joven asociación, que este año ha contado con conferencias a cargo de Arturo Reverter, Pedro Lavirgen o Joan Pons, entre otros, pretende llegar a montar en un futuro, una temporada lírica en la capital aragonesa. Entre tanto, los recitales que se han configurado hasta la fecha han ofrecido un indudable interés, aunque esperemos que la asistencia de público sea mayor en próximas fechas.
El último recital corrió a cargo de Ana Nebot y Mikeldi Atxalandabaso, dos cantantes en claro ascenso que si bien han participado regularmente en las temporadas líricas españolas, no están haciendo la carrera que consideramos, merecen. El amplio recital contaba con piezas de los más diversos estilos, todas de una extensión y dificultad notorias. Eso no fue impedimento para demostrar el buen nivel que mantienen nuestros cantantes de la tierra.
La soprano asturiana fue la encargada de abrir el concierto con la segunda aria de la Manon massenetiana. En ella se pudo apreciar un instrumento propio de una lírico-ligera, de timbre grato y fresco, que presenta buenas resonancias en la sección media. Al margen de lo vocal, delineó el texto en un impoluto fraseo francés. Su segunda intervención vino de la mano de la escena final de La sonnambula. En su voz observamos un buen dominio de los rudimentos técnicos belcantistas. Muesta de ello fue una coloratura de estilístico cuidado y recreación dinámica en unos trinos bien apoyados, que le permitieron fantasear en una imaginativa y variada cadenza final. Visto de esta forma, bien podría inspeccionar otros terrenos bellinianos, habida cuenta de un sobreagudo alcanzado sin portamento y con notoria expansión, al que aún se le podría pedir un mayor control y cobertura.
Por su parte, Mikeldi se arriesgó con la escena completa del Arnold rossiniano, una página de enorme dificultad técnica que le obliga a subir hasta el do4. Es la voz del bilbaíno un material reconocible y carismático, lo que resulta evidente en las primeras frases, donde luce su siempre personal timbre. Ya había probado la pieza previamente en Vigo y aquí volvió a salir airoso en el aria, donde encadenó varias frases con un buen legato. La cabaletta asimismo estuvo bien cantada, con las notas en su sitio, si bien no percibimos aquel brillo que nos encandiló hace tres años en el Guillaume Tell de La Coruña, donde encarnó el breve papel de Ruodi.
Foto: J. Carlos Gil
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