Artículo de opinión de Aurelio M. Seco sobre el gran director de orquesta Herbert von Karajan
La Arcadia de Karajan
Por Aurelio M. Seco | @AurelioSeco
¿Qué representa hoy Herbert von Karajan para la música? ¿Qué importancia tiene su obra para un ciudadano del siglo XXI? En la época de la muerte del disco, del triste éxito de la música democrática, de las instituciones musicales de todos y para todos, pero no de una Esencia musical karajaniana, enterrada, transformada por la potencia de ideas como Democracia, Nacionalismo, Cultura, Comunismo. Cuando decimos Comunismo, nos referimos fundamentalmente a la potencia del «realismo socialista» de la etapa soviética, con sus derechos de autor y su música melódica, una música democratizadora, «antifascista y anticapitalista», según se afirmaba con frecuencia entonces, una música alejada de las élites burquesas, una música proletaria cuyo fondo padeció Prokofiev y que en el fondo ha tenido éxito, pero no sólo por la fuerza del socialismo bolchevique.
El arte de Karajan, que es inmortal, es el de un genio sustantivo, tan materialmente palpable como impalpable. Cuando éramos muy jóvenes y comparábamos versiones de discos, cuando las grabaciones tenían algún valor por ser difíciles de encontrar, con frecuencia preferíamos las de Herbert von Karajan. Entonces no sabíamos muy bien por qué. Puede que haya algo ingenuo, incluso infantil, en el buen sentido, en el arte de este magistral director, que produce un atractivo inmediato. Cuando oíamos aquellas versiones de sinfonias de Dvorak o el famoso Adagio de Albinoni, la manera de dirigir de Karajan, el resultado artístico, entraba de manera tan agradable por el oído que resultaba irresistible. Todavía nos sigue sucediendo, de hecho, con muchas partituras. Sin embargo, el tiempo nos ha permitido entender, siquiera un poco, la enorme sofisticación del arte de Karajan, detrás de cuyo trabajo está, sin duda, de manera clara, la Idea de «autoridad». La Arcadia karajaniana incluye un cierta suavidad de las aristas. Una llamada de atención a la belleza de lo homogéneo y a las vibraciones masculinas más graves. Cuando Abbado sustituyó a Karajan al frente de la Filarmónica de Berlín, los músicos decían que el italiano había aportado cierta riqueza de colores, por encima de la profundidad contrabajiana de Karajan. Pero esta forma de hablar, entendiéndose un poco, reduce el fenómeno karajaniano excesivamente. Abbado predicaba cierta democracia en la práctica orquestal, la de oírse los unos a otros, pero nos parece que estas observaciones a la democracia de Karajan le sonaban a zarandajas. Karajan llegaba a un camino parecido por otro lado. Esto lo observó también Yehudi Menuhin, genio del violín cuya ética no funcionaba igual cuando se ponía al frente de una orquesta.
Herbert von Karajan fue un director revolucionario y arcadiano. Revolucionario porque sus versiones, siempre cambiantes desde una perspectiva general homogénea, produjeron una novedad imprevista en el campo de la interpretación musical, novedad que ha tenido una sorprendente impronta en relevantes directores del presente, que buscan infructuosamente incluso en su forma de mover los brazos cierta magia musical. Qué duda cabe que la Idea de autoridad es fundamental, pero no suficiente para entender a Karajan. Nosotros vemos al director alemán, no como el gran intelectual que a veces da la impresión de ser, como cuando se interesaba seriamente por la tecnologia. Hay una fuerza en Karajan que sin duda tiene que ver con su forma de oír. Una ambición musical sustentada en la época y en su ética, una visión arcádica de la música que dota a las interpretaciones de un fuego sereno y febril. Pocos han conseguido dotar al concepto de «tensión musical» de un sentido tan natural y sustantivo. La brillantez sonora de sus propuestas, de una tersura refulgente, nos hablan de una época brillante en la que Herbert von Karajan practicamente inventó el mundo de la grabación discográfica a través de la Deutsche Grammophon, sello que todavía hoy mantiene prestigio, aunque ya no sea lo mismo. Lo sorprendente de Karajan no es sólo la genialidad imperededera de su arte, sino su capacidad para transformar lo malo en bueno, lo basto en fino y suave, lo blanco en negro.