CODALARIO, la Revista de Música Clásica

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CRÍTICA: NINA STEMME, UNA ISOLDA MEMORABLE EN LA ÓPERA DE VIENA. Por Alejandro Martínez

28 de junio de 2013
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STEMME, UNA ISOLDA MEMORABLE

Tristan und Isolde (Wagner). 22/06/13, Wiener Staatsoper

       Se estrenaba en Viena una nueva producción de Tristán e Isolda, a cargo de David McVicar, sustituyendo a la anterior de Kramer. La expectativa en torno a la producción era casi tan alta como la depositada en la pareja titular, ni más ni menos que Nina Stemme y Peter Seiffert, dos wagnerianos de altura histórica. McVicar decepcionó con una propuesta poco más que decorativa, muy bien resuelta en lo que a su escenografía (R. Jones), su iluminación (P. Constable) y su vestuario (R. Jones) se refiere, pero de nula ambición en el fondo, con una poesía escueta y generalmente fotogénica, pero vacía, meramente estética. Desde luego, por debajo de lo que cabe esperar de un director de escena tan renombrado, aunque muy en coherencia con las últimas propuestas de McVicar, como sus recientes Troyens del Covent Garden, casi hollywoodienses, pero sin apenas dramaturgia.
      Ya dimos cuenta en Codalario de la inconmensurable Brünnhilde de Stemme hace tan sólo unas semana, también en la Staatsoper de Viena. Su Isolde, apenas unas semanas más tarde, sólo puede calificarse de exultante. Un verdadero delirio, una fuerza de la naturaleza administrada con una técnica portentosa. Realmente es admirable la insultante facilidad con la que resuelve la endiablada tesitura del papel, dejando boquiabierto al respetable con la plenitud, presencia y control del sonido que demuestra, logrando un fraseo lleno de dinámicas, reguladores, sin portamentos... Impecable. Expresivamente no posee, todavía, la magia innata e inherente de la histórica Waltraud Meier, de cuya Isolda hablamos también hace poco.
      Stemme posee otro magnetismo, menos hipnótico, pero inquebrantable en su consistencia vocal y escénica. Ofrece una creación inconmensurable, llena de tensión teatral, plena de furia, temperamental, arrolladora, con arrobas de personalidad. Su 'Liebestod' fue un momento de los que se graban a fuego en la retina del espectador. Bravísima.

       Tras haber escuchado a Seiffert en teatro en prácticamente todos los roles wagnerianos importantes, exceptuando Rienzi, Parsifal y Siegfried, esto es, en Tannhäuser, Lohengrin, Siegmund y Tristan, nos atrevemos a decir que es, excepción hecha de la proyección creciente de Kaufmann, el tenor wagneriano más interesante de los últimos veinte años. Es cierto que sus medios no son, en modo alguno, los de un heldentenor. Tampoco es un tenor dramático pleno, como ya indicamos aquí al hilo de su Otello. Se trata sobre todo de un lírico pleno, que ha ganado cuerpo y acentos con el paso de los ya muchos años de su importante trayectoria.
      No cabe pues afirmar que se trate de la vocalidad ideal para el rol de Tristán, pero ¿quién lo es hoy o lo ha sido en las últimas décadas? Seguramente nadie haya tenido los medios tan dotados de J. F. West, ya retirado, y por eso ahora el rol recae en intérpretes de todo tipo y condición, desde los Storey, Gould y Dean Smith, hasta Heppner, que parece haberlo abandonado ya, y Seiffert, que es quien aquí nos ocupa.
      Seiffert lucha durante toda la función contra una partitura imposible que evidentemente le supera. Pero es un artista enorme, vocal y escénicamente hablando, y realiza una gran creación, una caracterización más que convincente, a pesar de su evidente esfuerzo. El segundo acto fue de una poesía exultante y emotiva, en absoluta comunión con una Stemme en estado de gracia. El imposible tercer acto está plagado de ascensos exigentísimos al agudo, que Seiffert no siempre resolvió con justicia, pero sí con valentía y resistencia. Esforzado Tristan el suyo pues, sí, pero qué gran artista es Seiffert. Siempre que le escuchamos en teatro nos recuerda al histórico Windgassen, de medios tampoco exultantes, pero artista inmenso e inteligente como pocos tenores wagnerianos diera la segunda mitad del pasado siglo XX.
      Stephen Milling, de quien hablamos ya aquí con motivo de su Gurnemanz de Salzburgo, interpretaba al Rey Marke. Su voz es consistente, aunque a menudo corta en el agudo, donde no despliega el sonido y se muestra esforzado. Frasea con intención aunque queda lejos, en conjunto, de los imponentes Marke que ofrecen R. Pape y K. Youn, como igualmente dijéramos al hilo de su citado Gurnemanz. De perfil bajo el resto del reparto, tanto Janina Baechle en el papel de Brangäne como Jochen Schmeckenbecher en el rol de Kurwenal. Lo mismo cabe decir del resto de intérpretes: Eijiro Kai (Melot), Carlos Osuna (ein Hirt), Marcus Pelz (ein Steuermann), Jinxu Xiahou (Stimme eines jungen Seemanns).
      En el foso volvía a estar el titular de la casa, Welser-Möst. Su labor fue de menos a más, pasando así de un primer acto un tanto superficial a un tercer acto inspirado y de ejemplar exposición, pasando por un segundo acto de enorme poesía y lirismo. A menudo cayó en el vicio de buscar más el puro sonido epatante, algo pasado de decibelios, que la verdadera expresividad, pero no faltaron en conjunto los momentos inspirados. Lo cierto es que la comunicación entre la batuta de Welser-Möst y los músicos de la orquesta da como resultado un altísimo nivel de realización musical, al margen de la comunión que guardemos o no con sus opciones expresivas. En conjunto, un Tristán memorable donde destacó la figura imponente de Stemme, que compuso una Isolda para recordarse durante mucho tiempo.
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