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CRÍTICA: 'CAPRICCIO' DE STRAUSS CON RENÉE FLEMING EN LA STAATOSPER DE VIENA. Por Alejandro Martínez

3 de julio de 2013
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Foto: Michael Pöhn

Fleming, condesa en sus dominios

24/06/13. Wiener Staatsoper. Capriccio (R. Strauss). Renée Fleming (Die Gräfin). Bo Skovhus (Der Graf), Michael Schade (Flamand). Markus Eiche (Olivier). Kurt Rydl (La Roche). Angelika Kirchschlager (Die Schauspielerin Clairon), entre otros. Christoph Eschenbach, dir.

   La Staatsoper de Viena reponía estos días su producción de Capriccio,la última ópera de Strauss (estrenada en 1942), a cargo de Marco Arturo Marelli,estrenada en 2008. Es una estupenda propuesta escénica. Marelli acierta de pleno con una propuesta ágil, vistosa, teatralísima y divertida, partiendo de una escenografía compuesta con módulos y espejos al modo del Rosenkavalier de Wernicke que pudimos ver en el Real hace un par de temporadas. La dirección de actores es rica, la iluminación mimada y el conjunto está sutilmente engarzado, resultando en suma un espectáculo completo y muy acorde a la partitura que suena en el foso. Una partitura de Strauss que bien merece un comentario específico.

    Se trata de un exquisito encaje teatral que articula un trasfondo teóricode trasunto meta-operístico. ¿Qué prima en la ópera, se pregunta el libreto, la música o las palabras? La Condesa es el centro de un cuadro donde el compositor Flamand y el poeta Olivier, amén del empresario teatral La Roche, disputan constantemente por la primacía de sus creaciones al tiempo que buscan el favor sentimental de la Condesa. Su disputa se alarga durante toda la jornada dando lugar a una ópera, por encargo de la Condesa, que ponga en escena lo acontecido durante ese día. Esa ópera no es otra que la propia Capriccio, en un genial juego teatralmeta-operístico. La idea original del libreto parte de un original de Stefan Zweig, posteriormente elaborado por Joseph Gregor y retomado finalmente por Strauss, quien lo llevó a manos de Clemens Krauss, el aclamado director musical, que es el autor definitivo de gran parte del libreto de esta ópera, siempre sobre la idea original de Zweig.

   En términos musicales estamos sin duda ante una partitura inspirada e ingeniosa, digna del mejor Strauss, de primorosa orquestación, llena de guiños y matices, y con un genial tono de sarcástica despedida. A cambio, no es menos cierto que se trata de una obra no demasiado asequible al oyente menos bregado, dada su estructura teatral, su duración (dos horas y media continuas y sin descansos) y su escritura vocal, a menudo expuesta en una suerte de semi-declamado. No en vano, no pocos oyentes se exasperan ante esta partitura dado su carácter conversacional (como una'pieza conversacional para música' definía Strauss su partitura). Aunque se diría que Strauss se compadece de ellos y recompensa a los más pacientes con un maravilloso monólogo final, una escena de unos diez minutos a cargo de Madeleine, que cabila ante un espejo el dilema que articula la obra, concluyendo la inseparabilidad de la música y las palabras.

   Este papel de la Condesa, tal y como exponía Renée Fleming en una reciente entrevista para la Staatsoper, se sitúa en el centro de un tríptico compuesto por la protagonista de Arabella, la Condesa de Capriccio y la Mariscala de Rosenkavalier, en un arco creciente de madurez y reflexión. Habiendo escuchado a Fleming en teatro en estos tres roles podemos decir que su voz sigue siendo ideal para este repertorio. Su fonación, en otros repertorios más exótica y caprichosa, resulta aquí paradigmática, con esa capacidad casi arrogante para el legato, consiguiendo que la voz flote, creando esa sensación tan mágica de un tiempo casi suspendido a placer, tan en consonancia con la orquestación straussiana en los monólogos escritos para estos tres personajes. Los acentos de Fleming, tan personales y asi mismo inconvenientes para otros repertorios más dramáticos, encuentran en estos papeles de Strauss un espléndido acomodo, mostrando una expresión siempre lírica, más bien complaciente y algo indolente en su fragilidad, regia pero siempre evocadora, de un fraseo ensoñador en las páginas que requieren su protagonismo. En esta ocasión, además, encontramos a Fleming en mejor forma que en una de sus anteriores citas europeas, la Arabella de París de hace exactamente un año. La voz entonces ofrecía síntomas de fatiga, con una proyección más corta, un agudo menos brillante y una emisión demasiado caprichosa, con evidentes portamenti aquí y allá. La labor vocal que ofreció en esta representación de Capriccio superó con mucho a la de aquellas representaciones parisinas. Fleming volverá a interpretar este rol el versión concierto, en el Covent Garden, los días 19 y 21 de julio.

   El resto del reparto se completaba con un conjunto de nombres solventes, bien reunidos y compenetrados en su desempeño teatral, compuesto por el ya veterano Kurt Ryld, el barítono Bo Skovhus, el tenor Michael Schade, el barítono Markus Eiche, y la mezzo Angelica Kirschlager. Junto a ellos Michael Roider (Monsieur Taupe), Íride Martínez (eine italienische Sängerin) y Benjamin Bruns (ein italienischer Tenor). Todos ellos ofreciendo un rendimiento compacto, vocal y teatralmente desenvuelto.

   En el foso, Christoph Eschenbach, en el que era su debut en la Staatsoper, cuajó una labor espléndida, equilibrada, con las dosis justas de lirismo y teatralidad, logrando un perfecto balance entre los momentos de ritmo y viveza, a menudo marcados con un acento irónico y sarcástico en la partitura, y aquellos pasajes más estáticos, de un tono evocador y melancólico, como toda la escena final de la Condesa. Eschenbach se mostró asi mismo como un consistente concertador en su trabajo con las voces. Muy buenas sensaciones, pues, en conjunto con su dirección musical, surgiendo una representación muy solvente en todos sus extremos. Gran labor de conjunto rematada por una Renée Fleming en plenitud, reina en sus dominios, en este repertorio straussiano que tanto se ajusta a sus medios vocales.

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