Tras una selección de melodías de Maurice Ravel, se dio paso a la primera aria operística, "Adieu notre petite table" de Manon, una pieza que con el tiempo ha conseguido hacer suya y a la que sabe dotar de la melancolía justa. Tras las frases que preceden a la parte, detuvo el tiempo en un primer "Adieu" cálido, que se esfumó progresivamente. A continuación acarició la lenta melodía con irresistible acento y con un timbre que, lejos de perder armónicos, se impuso nítido hasta el oído. En la última estrofa evidenció además, un buen apoyo diafragmático que únicamente quienes se han dedicado al canto son capaces de apreciar. En contrapunto a la atmósfera massenetiana, con la interpretación de "Je veux vivre" encontró la agilidad precisa para adaptarse a las exigencias, con especial atención en los ataques al agudo.
Si esta primera parte calentó al auditorio, la segunda dejó constancia del poder de emoción de Devia, en un servicio extremadamente fiel al canto, motivo por el cual muchos la han llegado a tachar de fría. Nada de eso hay en un inmaculado canto que tiene expresividad por si misma, hasta el punto de comunicar con el único arma posible, la propia voz.
Tras perfilar una intensa Norma, sosegada, respetando cada una de las regulaciones y con la consiguiente cabaletta ("Ah bello, a me ritorna"), encarnó las escenas finales de dos de las reinas de la Trilogía Tudor. La de Anna Bolena ("Piangete voi...Al dolce guidami"), con el recitativo inicial, dotado de un incisivo fraseo, supone una de las mayores glorias a las sopranos que se deciden a afrontarla. Las dos primeras frases ("Al dolce guidami...castel natìo"), hiladas de un solo fiato y vibradas hacia el final en un conseguido trino, constituyen una compleja tarea. Del mismo modo que tampoco es fácil mantener la tensión en el canto legato reinante durante toda la pieza, que la soprano aborda en un constante canto sfumato. Solo esporádicamente aparecen ciertas dificultades en unos trinos algo pesantes, un aspecto insignificante ante una técnica capaz de sostener el sonido sin el mínimo titubeo.
Para cerrar el concierto, la soprano escogió la escena final de Roberto Devereux, cumbre del belcantismo italiano del siglo XIX. Tras su primera incursión en un recital en el Maggio Musicale Fiorentino, la cantante no la había vuelto a abordar si exceptuamos las funciones en concierto acaecidas en Marsella hace dos años y que algunos tuvimos oportunidad de disfrutar. Probablemente la más complicada de las tres óperas que conforman la Trilogia dei Tudori, con algunos graves escritos de compleja resolución, sea la que mayor satisfacciones ha dado a la italiana. Devia sabe concentrar la atención del espectador en cada una de las inflexiones del texto, sin excesos dramáticos, sino cantando cada una de las notas de la partitura, rehusando de los recurridos efectismos en los que caen otras cantantes. Superó pues, con credenciales, aquellas funciones con una debutante Devia en el papel de la Reina Isabel. Tras un re natural atacado en picado, que se proyectó brillante por la sala, se formó un auténtico delirio entre un público que si bien no abarrotaba el teatro, se mostró entusiasmado ante la lección de canto impartida por la genovesa.