CODALARIO, la Revista de Música Clásica

Críticas 2009

'TOSCA' DECEPCIONA AL CAMPOAMOR

El mal estado de salud Roberto Arónica y el bajo nivel musical en general ensombrecen la ópera de Puccini
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La Voz de Asturias, 10/10/09 

TOSCA DESENCANTA

El segundo título de la 62ª Temporada de Ópera de Oviedo no estuvo a la altura que debe regir nuestro mejor ciclo lírico. Fue una Tosca mediocre, en parte debido a determinados aspectos interpretativos, pero también a una mala planificación artística.  La función dio comienzo con el anuncio del mal estado lírico de Roberto Aronica por enfermedad. No obstante, se explicó que el tenor había decidido cantar "por respeto al público". No es la primera vez que se da esta situación en el Campoamor, y ya empieza a resultar incómoda. ¿No hubiera sido más respetuoso con el público, que en muchos casos ha tenido que desembolsar más de cien euros por entrada, dejar su lugar a otro tenor que estuviera en condiciones óptimas? Hay que decir que estamos ante un gran cantante, del que recordamos una maravillosa participación en el Réquiem de Verdi ofrecido en el Auditorio de Oviedo en octubre del 2005. En aquella ocasión el tenor cantó el célebre Ingemisco como pocas veces hemos oído. Pero de aquel soberbio intérprete poco o nada se pudo ver el jueves, por su mal estado de salud, y porque el tenor no parece estar en tan buenas condiciones. Su situación ya se conocía desde varios días antes, así que, sustituirle parecía lo más apropiado. Como no se hizo, ha salido perdiendo el prestigio de la entidad y del artista, nada menos que la primera vez que interpretaba a Mario Cavaradossi; y el público, que deseoso de emocionarse con una de las obras más conmovedoras de la historia, tuvo que conformarse con ver como se llevaba las manos a la nariz durante toda la ópera, en lugar de saborear a gusto la historia. Su fraseo fue calante; su interpretación, forzada y dubitativa, convirtió cada nota en un mal rato para el oyente, ante la posibilidad de que se rompiese, como se rompió, su línea de canto. Fragmentos como E lucevan le stelle estuvieron fuera de estilo y alejados del buen gusto con que deben ser interpretados.

Una institución seria no hubiera dudado en sustituir al intérprete de inmediato, y demostrar así, de verdad, su respeto hacia los asistentes. Dar a entender que se está haciendo un favor siguiendo con la representación es, como mínimo, hipócrita,  e insulta la inteligencia del público. Hasmik Papian es una intérprete de notable trayectoria pero, en la actualidad, no parece que sus condiciones líricas sean las más adecuadas para interpretar Tosca en un teatro como el Campoamor. Dejó ver muchas limitaciones, fatigadas e incómodas de oír, que tenían más que ver con sus recursos para salir del paso que para interpretar con libertad su papel. Resultó evidente que solucionaba con golpes de diafragma lo que no podía arreglar de otra manera. Como consecuencia, su línea melódica parecía en ocasiones estar más gritada que cantada. Su interpretación del conocido Vissi d´arte resultó profunda y emotiva, pero no arregló la discreta sensación general. Juan Pons volvió al Campoamor para encarnar a Scarpia, un personaje que domina del todo. Estuvo impresionante en escena, donde su presencia y carisma fue uno de los alicientes de la noche. Vocalmente estuvo bien, sin llegar a conquistar por el oído. De los tres protagonistas fue el más aplaudido.  Miguel Ángel Zapater encarnó a un Angelotti correcto, Luis Cansino a un Sacristán fresco y, quizás, algo exagerado. María Fidalgo estuvo exquisita como Un joven pastor, Mikeldi Atxalandabaso, José Manuel Díaz y Joan Sebastiá Colomer, acertados como Spoletta, Sciarrone y el Carcelero. El Coro de la Ópera de Oviedo obtuvo un gran resultado. La producción respetó los lugares y atmósferas. Escenográficamente el tercer acto podría estar más conseguido, pero en general el diseño de luces y la escenografía ni desentonó, ni encandiló, sino que más bien acompañó con un cierto gusto. El cambio de época ya fue otra cosa, una especie de capricho innecesario que dejó varias inconsistencias. Por ejemplo, fue curiosa y sin sentido la mención de Bonaparte en plena Italia fascista. Sólo una cosa fue totalmente absurda, la última escena, en la que Tosca empujó forzada e ingenuamente a un soldado. El final tampoco se quedó manco, ya que mientras la protagonista se lanzaba al vacío, los soldados parecían morir entre relámpagos de justicia divina.

Friedrich Haider dirigió a la Oviedo Filarmonía con más eficacia que inspiración. Su versión fue bastante aplaudida por el público, si bien hay que decir que defraudó un poco. Cuidó la factura de los momentos más densos, donde la sección de metales y viento en general estuvo a gran altura. Pero también hubo momentos en los que la orquesta se mostró descuidada y con poco volumen. La afinación de la introducción instrumental previa al Adiós a la vida, por ejemplo, dejó bastante que desear. La versión fomentó más la consistencia y seguridad que el romanticismo apasionado de la partitura. Haider no arriesgó demasiado, y volvió incluso insulsos, por demasiado cuadrados, momentos musicales estelares de la obra, acompañando y sin acompañar. Se esperaba mucho más de su carácter interpretativo, que si ha demostrado irle bien a la adusta estética wagneriana, ha chocado bastante con el apasionado estilo de Puccini.

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1 Comentario
1 Pamela Comis
11/10/2009 0:49:24
Un cuarto de siglo después, seguimos huérfanos de agentes artísticos de la talla del llorado Arturo Barosi, capaz de recomponer elencos lisiados con sustituciones inverosímiles, y casi siempre para mejor, en apenas veinticuatro horas.
Qué desgracia, tanta terquedad en el error, tan poco criterio lírico.
Y qué comedido usted, señor M. Seco, vaya generosidad y elegancia que se gasta con los esbirros que malmanejan el percal, los mismos que, ha tiempo ya, se sacaron de la manga las visiones de conjunto para justificar sus clamorosas pifias, de deficiente a mal, de peor a pésimo, en la contratación de voces.
En ópera, todo lo que no es excelente es, por faltar a la natural brillantez que es norma indispensable, simple, estúpido e insoportablemente aberrante.
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