El desafío que supone para todo director artístico abordar cualquier título de la magnánima tetralogía wagneriana es cuádruple: el cast vocal requerido es amplio, variado y exigente, así como la resolución escénica de la obra y el contar con una formación orquestal a la altura dirigida por una batuta conocedora del peculiar lenguaje del compositor. Afortunadamente podemos afirmar que Oviedo ha conseguido asegurarse individualmente en todas estas facetas los mimbres necesarios para lograr un resultado global de muy notable calidad artística y musical superando con nota la nada fácil tarea de acometer semejante monumento musical.
La opción escénica elegida no ha podido resultar más acertada dado el handicap que supone las reducidas dimensiones de un escenario como el del Teatro Campoamor, que raras veces ha lucido tan amplio e impactante como en este estreno. La innovadora técnica del video-mapping, empleada por primera vez en un proyecto operístico en España, ha sido la solución elegida por el polaco Michal Znaniecki, premio lirico Teatro Campoamor, para, con una escenografía mínima (unas urnas) y desnudando al máximo la caja escénica, inundarla de formas tridimensionales, texturas, colores y textos dinámicos en un logradísimo fluir de imágenes, ambientes y estructuras fielmente acompasadas al discurso musical y prolongando, casi siglo y medio después, el deseo del compositor de trascender lo puramente teatral logrando un espectáculo con reminiscencias cinematográficas realmente impactante.
Especialmente destacable el realce de algunas frases que resumen gran parte de la filosofía contenida en el libreto como el "Wandel und Wechsel liebt, wer lebt, das Spiel drum kann ich nicht sparen" entonado por Wotan en la segunda escena o el "in der Welten Ring nichts ist so reich, als Ersatz zu muten dem Mann für Weibes Wonne und Wert" del monólogo de Loge. Logradísimo el descenso al Nibelheim así como las escenas de invisibilidad de Alberich con la invocación del yelmo mágico o sus mutaciones en monstruo y sapo (mejor la primera que la segunda). Creemos, por otra parte, que hubiese resultado relativamente sencillo ofrecer una presentación más impactante de los gigantes Fasolt y Fafner por medio de algún tipo de plataforma que les hiciera parecer lo que son en todo momento, por lo que entendemos que Znaniecki ha preferido enfatizar la esclavitud y sujeción de esta raza a los fraudulentos pactos con los dioses mediante sus ataduras a sus respectivas urnas en un guiño de connotaciones políticas tan actuales. También consideramos que se podían haber aprovechado las posibilidades de esta técnica para generar virtualmente imágenes de los nibelungos y que, de este modo, la escena de Nibelheim así como el pago del rescate por Alberich quedasen algo más lucidas. Tampoco la medición del tesoro de acuerdo a las hechuras de Freia ni el posterior asesinato de Fasolt a manos de su hermano Fafner fueron de los mejores momentos. Aún así meritorio trabajo, brillante concepción y notable resolución.
El papel de Loge, el semidios del fuego, es con toda seguridad el más extenso y extenuante de los demandados por esta partitura. El tenor César Gutiérrez ha logrado una trabajada y meritoria presentación del mismo a pesar de lo ajeno de este personaje al repertorio de tenor lírico que cultiva especialmente en su Bogotá natal. La voz tiene el metal suficiente para ser audible en todo momento aunque es evidente cierta tendencia a retrasar la emisión en el centro y primer agudo con una sensación en el público de cierto estrangulamiento en estas secciones. Muy meritoria asimismo su dicción alemana, la mejor del elenco latino masculino sobre el escenario. El Alberich del bajo-barítono alemán Thomas Gazheli (que reemplazaba al inicialmente previsto Eike Wilm Schulte) hizo honor a la rudeza del rol con un instrumento oscuro en el centro, resuelto en el grave y de importantísima expansión y brillo en los ascensos al agudo con una vocalidad que justifica el por qué de que su agenda esté repleta de papeles de heldenbariton como Holandeses, Don Pizarros, Orestes o Jochannans. Resultó uno de los más aplaudidos en los saludos finales. Su hermano Mime, interpretado por el británico Daniel Norman, presentó un material luminoso y penetrante en toda la gama, adecuadísimo al chillón enano pero mejor cantado de lo habitual, aprovechando cada nota para rendir a un gran nivel y dejándonos con ganas de que hubiese sido él el elegido para el rol de Loge.
Los gigantes Fasolt y Fafner, dos de los personajes más impactantes de los contenidos en la tetralogía wagneriana, fueron servidos por las voces de Felipe Bou y del veterano Kurt Rydl. El primero ya demostró solvencia en este compositor en el escenario ovetense recreando al Rey Marke en el Tristán que cerró la temporada 2010-2011. Bou volvió a lucir su bello y denso color de bajo cantante, con un centro de impactante difusión por la sala y unos graves cada vez más sólidos. Suyas son algunas de las más bellas frases de toda la obra como la muy belcantista "ein Weib zu gewinnen, das wonnig und mild bei uns Armen wohne". A su lado, Kurt Rydl sí pudo mostrar esta vez, frente al Timur de la temporada anterior, las armas que le quedan a su voz tras una larga carrera: un sonido de auténtico bajo de amplia extensión con importante carga decibélica así como una idoneidad tímbrica e idiomática evidente para este repertorio.
La Freia de la valenciana Maite Alberola llenó el teatro con un instrumento muy lírico aunque algo alborotado en términos de un vibrato con cierta falta de control y una emisión con algunas impurezas. En exceso lejana nos llegó desde fuera de escena la voz de Birgit Remmert en la breve pero exigente intervención de Erda "Weiche, Wotan! Weiche!", presagiando el fin de los dioses y con un acompañamiento escénico muy adecuado en el que al estilo "Matrix" se fundían fechas relevantes de las jornadas de la tetralogía junto a sus títulos. Se apreció en cualquier caso un material de mezzo de indudable interés.
Las hijas del Rin estuvieron muy bien servidas por tres artistas españolas, Eugenia Boix como Woglinde, Sandra Ferrández como Wellgunde y Pilar Vázquez como Flosshilde con instrumentos de indudable pegada y riqueza tímbrica aunque no siempre logaron el nivel deseable de empaste, algo lógico con voces individuales de tal calibre. Boix ofreció las notas más flotadas y luminosas mientras que Ferrández posee volumen pero una emisión algo más áspera. Pilar Vázquez mostró un interesante color de mezzo y dominio del lenguaje wagneriano pero quedó ligeramente por debajo del resto en términos de suntuosidad vocal.
A destacar el notable éxito con que el espectáculo fue refrendado por un público ovetense que permaneció silencioso y atento durante las casi dos horas y media de duración de la velada, mostrando una madurez e interés por este repertorio que se despega de los habituales prejuicios que siempre lo han calificado como unidireccionalmente orientado a la tradición belcantista y del melodrama italiano.
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