CODALARIO, la Revista de Música Clásica

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CRÍTICA: ANNE-SOPHIE MUTTER Y LAMBERT ORKIS EN JUVENTUDES MUSICALES. Por Gonzalo Lahoz

29 de octubre de 2013
Foto: Lillian Birnbaum
ELLA

Madrid. 28/10/13. Auditorio Nacional. Ciclo Juventudes Musicales. Anne-Sophie Mutter, violín. Lambert Orkis, piano. Roman Patkolo, contrabajo. Obras de Currier, Kreisler, Debussy y Franck.

   Anne-Sophie Mutter.
   Aquí podría dar por finalizado mi comentario sobre su recital junto al pianista Lambert Orkis este 28 de octubre en el Auditorio Nacional. Hay artistas cuyo nombre ya bien sirve como definición de aquello que tocan o interpretan. Es el caso, qué duda cabe, de la violinista germana. Sería extraño que en cuanto a intérpretes actuales, el desideratum de cualquier melómano del violín no fuera la visión de Mutter, que sigue ocupando un disputado trono frente a la excelsa hornada de jóvenes instrumentistas que de un tiempo a esta parte destacan por su buen hacer, ya sea el caso de Hahn, Jansen o Batishvili; pero también de los hombres, pues la división por sexos en esto de la música más allá de las voces es algo difícil de comprender, por mucho que algunos se empeñen en ello.

   Mutter, que reciéntemente ha comentado su ilusión por que John Williams componga una pieza para ella aunque éste la rehuya, siempre ha sido una gran defensora de la música contemporánea, siendo complice del estreno de múltiples y variadas piezas, con músicas tan diferentes que van desde Gubaidulina con In tempus praenses hasta el Tango song and dance de su exmarido Previn; ¿quién más hubiera celebrado sus 35 años de carrera grabando prèmieres de Rihm y Currier, creadas ex profeso para sus manos?
   De Currier precisamente, tras veinte años de feliz relación artística - no sólo encargando obras para ella (Aftersong), sino también para otros a través de su Fundación (Links, Book of hours, Aerialism) -, es la obra presentada por vez primera en nuestro país: Ringtone variations, con la intervención del contrabajista eslovaco Roman Patkolo, junto a quien Mutter gusta dar a conocer los dúos compuestos para ella, ya sean de Rihm, Penderecki o Previn, como así ha ocurrido en los últimos años.
   Currier, que siempre se ha sentido atraído por el mundo tecnológico que le rodea para escribir  sus composiciones, encuentra en los tonos de llamada de un teléfono la inspiración necesaria para crear estas variaciones, que en sus propias palabras "tienen algo que ver con un conjunto de variaciones barrocas, como un passacaglia o una chaconne. Sólo que en este caso, en lugar de estar basadas en una línea de bajos o en una serie de acordes, lo están en simples tonos de llamada".
  La obra comienza con un pulso nervioso y alcanza su momento más pausado hacia la mitad de la pieza, con una conversación muy lírica entre violín y contrabajo, para volver a un excitante contrapunto hasta el final de la misma. Currier, presente en la sala, esperaba que pudiera ser ententida y afirmaba que si sonara un móvil durante la representación, este encajaría a la perfección. Pues bien, todo tuvo ocasión de comprobarlo. El sonido del móvil no terminó de cuadrar, aunque su pieza sí que fue bien recibida por el público asistente.

  Con esa mirada en el barroco, se escuchó como contraposición y a continuación la siguiente obra. Sobre Corelli versará la pieza para violín solo que Mutter estrenará en diciembre y que ha encargado a Penderecki, mientras tanto y en esta velada, nos deleitó con unas variaciones anteriores, las del austríaco Fritz Kreisler, en una vívida escritura para violín, sin duda gratificada por el virtuosismo del propio autor como eminente violinista. Acompañada con mimo ya por Lambert Orkis al piano, su partenaire sobre el escenario durante tantos años, Mutter, con gran manejo del spiccato, no tuvo problema alguno con la partitura, dotándola de inusitada vivacidad en cada compás.
   Ya con la Sonata para violín y piano nº 3 de Grieg pudo hacerse más notable el trabajo de Orkis. El de Philadelphia, reputado pianista de cámara, siempre de sutil fraseo y templada concepción, sabe replegarse como nadie a las intenciones de la violinista, cuidadoso y atento, la compenetración entre ambos es total. Quizá solamente le falte alcanzar un punto más de patetismo en aquellas frases que así lo requieren, véase el caso del "appassionato" en el compositor noruego, en todo caso siempre más encaminado, que duda cabe, al violín, que dibujó a las mil maravillas todas las temas embebidos del folklore noruego que impregnan su parte, con una línea cantabile de lo más expresiva.

   Llegada la segunda parte, se escucharon dos compositores como son Debussy y Franck, prácticamente coétaneos el uno del otro, pero en quienes tantas diferencias distinguen su arte.
  La Sonata para violín y piano en Sol menor de Debussy, su canto de cisne, ha sido para muchos más una fantasía en sí misma que una sonata al uso. Desde luego escapa a las formas tradicionales, bien sea por encontrarnos en el momento de su composición en plena I Guerra mundial y entenderse como una huida de la forma alemana, bien sea - el que escribe tiende más a esta teoría - a la evolución propia del genio creador que era Debussy. Sea como fuere, al voluble segundo movimiento, Fastasque et léger, le faltó algo de mayor vaporosidad y etérea mirada, buscando aquello de que el sonido termine de completarse y morir por sí solo.
  Lo mejor de la velada llegó con una magistral Sonata en La mayor de Franck, donde el Ben moderato, seguramente el movimiento más complicado al que dotar de personalidad, resultó una auténtica maravilla sonora. El violín de Mutter regaló carnosidad y embriagador lirismo a partes iguales mientras que Orkis, que en un principio pudo parecer, ahora en esta ocasión sí más patético de la cuenta, en realidad se encaminaba, con gran sabiduría, al punto justo de sugestiva melancolía que demanda el piano.

   Completaron la gran noche dos propinas, Dvorák y Brahms con el público puesto en pie.
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