CODALARIO, la Revista de Música Clásica

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CRÍTICA: 'WOZZECK' EN BERLÍN POR BARENBOIM, CON TREKEL Y MEIER. Por Alejandro Martínez

10 de noviembre de 2013
Foto: Berliner Staatsoper
Lejos de toda indiferencia

Berlín, Staatsoper, 9/10/13. Alban Berg: Wozzeck.

   Berlín es una ciudad muy ligada al Wozzeck de Berg. De hecho, esta ópera se estrenó en la Staatsoper berlinesa allá por 1925, bajo la batuta de Erich Kleiber. El ahora director titular de ese mismo teatro, Daniel Baremboim, promovió hace un par de años la puesta en escena de una nueva producción de este título, con la firma de Andrea Breth, sustituyendo a la anterior de Patrice Chéreau.

   No conocemos ninguna propuesta escénica para Wozzeck que se acerque siquiera a la impresionante propuesta de Andreas Kriegenburg para la Staatsoper de Múnich. El trabajo de Breth para Berlin se queda corto por su falta de ambición, por su convencionalismo y, en suma, por su tono previsible. Es un trabajo visualmente atractivo, que acierta al plantear un lenguaje y ritmos cinematográficos, pero lo cierto es que no levanta el vuelo conforme la función avanza. El resultado es un espectáculo de gran austeridad, siempre afanado además en subrayar el oscuro universo de miseria de los protagonistas del libreto, pero con un impacto desigual y un tanto frustrado.

  Roman Trekel es un cantante habitual en Berlín. De hecho formó parte en su día del ensemble fijo de la Staatsoper. No nos pareció desde luego un gran Wozzeck, ni por dotes actorales ni por medios vocales. La emisión es leñosa, a menudo apurada, más bien muscular... Nada dúctil, pues, a la hora de desgranar la paleta de emociones que se dan cita en el fascinante rol de Wozzeck. Su retrato psicológico es de una intensidad demasiado básica, siempre ayuna en contrastes.
   Waltraud Meier encarnaba a Marie, y ofreció seguramente la peor función que le hayamos escuchado, y ya son muchas, con un timbre agrio, desguarnecido, hiriente, incómodo... Un mal día lo tiene cualquiera, y más una grande de la talla de Meier, a la que sólo cabe disculpar esta desafortunada noche. Aunque eso no quita, igualmente, para que podamos hablar de su cada vez más evidente falta de soltura y seguridad en la emisión, cada vez más ahogada por arriba. El carisma y el magnetismo están ahí, pero no salvan una faena vocal tan poco aseada como la de esta Marie.

   Quién no defraudó ni un ápice fue Daniel Baremboim comandando al foso de la Staatsoper con una intensidad formidable. Una batuta fría, calculada, por momentos estremecedora. Tardaremos en olvidar la espectacular resolución del interludio que lleva a la quinta y última escena, tras la muerte de Wozzeck; esa suerte de grito ahogado, una hueca estridencia que parece resumirlo todo. Lo cierto es que la Staatskapelle rindió a un nivel simplemente espectacular. Barenboim acertó además de pleno con su óptica sobre la partitura, situando al oyente lejos de toda indiferencia. Con la dosis justa de énfasis, sin precipitarse en un planteamiento analítico en demasía, y distante también de ese paradójico pseudo-romanticismo que se escucha a menudo en las recreaciones de esta obra, Barenboim hizo desde el foso lo que todos los demás no habían hecho en conjunto sobre las tablas.
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