CODALARIO, la Revista de Música Clásica

Críticas 2013

CRÍTICA: 'DIE WALKÜRE' EN VALENCIA CON UN MEHTA PERSONALÍSIMO. Por Alejandro Martínez

18 de noviembre de 2013
Foto: Tato Baeza
ELOGIO DEL GESTOR

9/11/13. Valencia. Palau de Les Arts. Die Walküre (Wagner).

   Helga Schmidt tiene fama de llevar su gestión artística con excesiva e inquebrantable severidad. Incluso se ha visto envuelta en algún contencioso judicial por sus maneras. Pero no cabe duda alguna de su solvencia y capacidad a la hora de resolver la propuesta artística de Les Arts en unas condiciones de cada vez más marcada precariedad. La coincidencia estas semanas de la Walküre que nos ocupa y de La Traviata, ambas con Mehta en el foso, son una muestra palmaria de su buen hacer. Por cuanto hace a esta Walküre, en ausencia de nombres de prestigio, de primeras espadas, Helga Schmidt supo reunir a un equipo de cantantes de probada solvencia, la mayor parte consolidados en teatros centroeuropeos y desconocidos en España. No es fácil hacer de la necesidad y virtud y gestores como Schmidt demuestran hasta qué punto la figura de un director artístico solvente es determinante a la hora de mantener a flote un barco tan hipertrofiado como el Palau de Les Arts, un capricho de nuevos ricos que ha visto en entredicho su viabilidad en tiempos de crisis. No en vano, tras esta suerte de programa doble compuesto por Walküre y Traviata, la escena de Les Arts queda cerrada ni más ni menos que hasta febrero, lo que no se antoja indicio, precisamente, de demasiada normalidad ni saneamiento en las cuentas de la institución.

   La dirección de Mehta, aunque brillante, fue un tanto irregular. Sobre todo porque planteó un primer acto de tiempos lentos y énfasis contenido, de fraseo muy dilatado y analítico, yéndose a diez minutos más sobre la habitual duración de esta parte. Ese enfoque redundó en un primer acto algo falto de tensión, de gran lirismo, sí, de fraseo amplio, también, pero sin arrebato, un tanto moroso, menos electrizante de lo que cabe esperar del reencuentro entre los welsungos. El sonido, en todo caso, fue compacto, denso, rico y brillante, con una batuta siempre atenta a los cantantes. El resto de la representación transcurrió acudiendo Mehta a tiempos más canónicos, sin caer tampoco en el arrebato fácil y tumultuoso, pero recreando la amplitud, la grandeza y la inimitable inspiración de esta partitura. El acompañamiento durante los adioses de Wotan fue de los que se marcan en la memoria, con esas cuerdas sedosas, tersas, de gradación casi infinita y esas dinámicas tan subyugantes. En momentos así, Mehta demuestra que sigue siendo una de las batutas más grandes en activo. A sus órdenes, la Orquesta de la Comunidad Valenciana volvió a probar que es la mejor orquesta de España, a pesar de los numerosos recortes y cambios sufridos en su plantilla. Tanto las cuerdas como los metales respondieron con la habitual desenvoltura, digna de parangonarse con la de cualquier gran teatro europeo, pero cabe resaltar en esta ocasión, sobre todo, el virtuosismo de las maderas, con un clarinete y un oboe de ensueño.

   En el apartado vocal, destacó el valiente Siegmund de Nikolai Schukoff. Su material es el de un lírico de timbre oscuro y algo hueco, con cierta, aunque fibrosa, facilidad para el agudo, más adecuado para un Don José que para Siegmund. Pero tiene tablas, sabe llegar intacto al final de su intervención, y busca resolver el texto con intención en todo momento. No es la voz ideal para el rol, no es un tenor heroico siquiera, pero supo resolver el compromiso con algo más que decoró. La joven Heidi Melton era Sieglinde. También había interpretado este rol recientemete en la Deutsche Oper de Berlín a las órdenes de Simon Rattle. Y fue también la Elisabeth del Tannhäuser presentado el pasado verano en los Proms londinenses. La voz muestra caudal y calidad tímbrica, aunque a menudo el agudo presenta carencias (calante aquí y allá, con puntuales problemas de afinación, etc.). El fraseo, eso sí, fue sentido y lírico en todo momento.
   Thomas Johannes Mayer, quién fuera Telramund en el Lohengrin concertante de Bayreuth que visitó el Liceo la temporada pasada, fue un Wotan en exceso monolítico. La voz arriba corre, se impone, pero el fraseo es a menudo monótono. Su gran monólogo ante Brünnhilde en el acto segundo pecó precisamente de esa falta de tensión y de una emisión mucho menos solvente en el centro que en las notas altas. A la voz le falta autoridad y no en vano llega fatigado a los adioses finales. Jennifer Wilson sorprendió en 2007 con una Brünnhilde de las que hacen época. Hoy en día lo cierto su voz está más gastada, es menos epatante, y presenta sombras en el agudo, cada vez más tirante y chillón. El centro sigue siendo solvente y el fraseo es auténtico y vibrante, pero la voz arriba ya no es lo que era. Stephen Milling, de cuyos Marke y Gurnemanz ya habíamos hablado aquí, fue un Hunding demasiado rocoso, de fraseo apenas dúctil, más brusco que enfático. Elisabeth Kulman, de cuya Waltraute en Viena ya dimos cuenta aquí, ofreció una Fricka elegante y temperamental, con un carácter auténtico. Encontramos algo destemplado al grupo de walkirias, salvo puntuales y honrosas excepciones (Weissmann, Vázquez).

   Nos atrevemos a decir que el Anillo de La Fura no envejece demasiado bien. Y no nos referimos a la evidente merma de figurantes que se pudo observar en esta reposición de Walküre. Lo cierto es que esa mezcla de efectos visuales y recursos tecnológicos que tanto fascinó en su día, se antoja ya hoy un tanto repetitiva y redundante, como ya dijéramos al hilo de su Siegfried en Sevilla. Su propuesta adolece además, hoy como ayer, de una general carencia en la dirección de actores, centrada más la atención de Padrissa y su equipo en los enfoques generales, en la propia escenografía más que en la dramaturgia. Su propuesta sigue teniendo instantes brillantes, pero es inevitable constatar hoy esas flaquezas.
   El gesto de Mehta de saludar al final en escena con toda la orquesta, al modo que acostumbra a hacer Barenboim con su Staatskapelle, resume bien el discurrir de esta representación, donde el foso brilló por encima de un equipo de cantantes solvente y compacto pero en modo alguno memorable.
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