CODALARIO, la Revista de Música Clásica

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CRÍTICA: JOAQUÍN ACHÚCARRO INTERPRETA A BEETHOVEN EN EL TEATRO DE LA ZARZUELA JUNTO A LA ORCAM Y JOSÉ RAMÓN ENCINAR. Por Gonzalo Lahoz

1 de diciembre de 2013
HONRADEZ

28/11/13. Teatro de la Zarzuela. Obras de Beethoven. Joaquín Achúcarro, pianista. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Coro del Teatro de la Zarzuela. José Ramón Encinar, director.

   Escuchando el pasado jueves 28 de noviembre a Joaquín Achúcarro en el Teatro de la Zarzuela me venían a la cabeza aquellas palabras que Thomas Mann escribiera en su colosal Faust y que quisiera sacar aquí a colación:

   "Es irritante tan sólo, a menos que uno no quiera ver en ello motivo de satisfacción, que no exista para caracterizar ciertos elementos de la música, o por lo menos de esta música, ningún adjetivo apropiado, ni ninguna combinación de adjetivos. (...) Imposible encontrar palabras adecuadas para descubrir el estilo, el espíritu, el ademán de este tema. El ademán tiene aquí una gran importancia. ¿Cómo calificarlo? ¿Trágico atrevido, obstinado, enfático, impulsivo hasta lo sublime? Todo esto no vale nada. Y "magnífico" no pasa de ser, naturalmente, una lamentable capitulación".

  Antes de capitular personalmente y acabar rendido ante la grandeza de Joaquín Achúcarro, ciertamente es más que importante reparar en el ademán no sólo de la música de Beethoven, sino también de aquel que se acerca a interpretarlo. Las formas y el camino del bilbaíno tienen como base la honradez, una honradez que sólo los más grandes se pueden permitir.
  Achúcarro, que pocos días antes regaló una soberbia lectura de Noches en los jardines de España de Falla, celebrando el 25º aniversario del Auditorio Nacional - a pesar de la un tanto desbocada lectura de Harth-Bedoya - se enfrentaba ante lo que cualquier pianista a buen seguro hubiera considerado un reto. Mientras que cualquier otro se hubiera conformado con un Cuarto de Beethoven (¡casi nada!), él añadió la Fantasía Coral Op.80 en la primera parte.
   Las manos de Achúcarro se entregan con brutal honestidad al sentir del genio de Bonn y es así y sólo así como se emociona, pero también como se convence. Clarividente construcción, fraseo vehemente y definido y pulcro sonido, nos encontramos ante un Beethoven real, sin juegos ni artificios. Ya sólo en la introducción de la Fantasía Coral dibujó picadas, tresillos, trino y notas rápidas con un hermoso cantabile para, a continuación, demostrar que él sólo hubiera podido conversar con toda la orquesta, desde los violonchelos a las maderas, sin necesidad de una batuta mediadora, estuvo pendiente de todos y cada uno. Estupendo, además, el Coro del Teatro de la Zarzuela.

  Lo cierto es que José Ramón Encinar sólo supo acercarse a la esencia beethoviana cuando Achúcarro andaba de por medio, doblegándose, entregándose a las sabias necesidades del pianista, donde entonces sí, se mantuvo el pulso y la tensión necesarias. Un poco antes, en la Obertura Egmont que abría la noche, se entiende que Encinar quiso aproximarse a la partitura desde una sobria lectura, un tanto a lo "germánico"; pero el fraseo resultó estático, demasiado rígido y faltó ese halo de "lo que está por venir", ya desde el primer acorde a tutti y las primeras blancas, que de marcato pasaron a asciutto, con una cuerda a la que faltó brillo y nervio durante toda la noche. Si al Egmont original el Duque de Alba le cortó la cabeza, Encinar y la Orquesta de la Comunidad de Madrid decapitaron un tanto al bueno de Ludwig.
   Del control total de la Fantasía al introspectivo comienzo del Cuarto Concierto para piano. Delicado al conversar con las maderas justo antes del preciso virtuosismo que Beethoven requiere al cerrar el primer movimiento, como en los tantos otros que abundan en la partitura. No cayó Achúcarro en una lectura blanda de sus primeras frases en el Segundo movimiento, en una clara contraposición con el staccato de la orquesta, rotunda, en un principio intratable en la conversación con el piano, donde cada uno parece pertenecer a mundos completamente opuestos, el pianista supo extraer la dulzura necesaria de un cantabile sereno. Incontestable asimismo en el tercer movimiento, el pianista, ante una ovación cerrada y con el público puesto en pie, quiso regalar un Intermezzo de Brahms (Op.117 - 1) para cerrar la noche.

  Recogiendo pues las palabras de Mann, caben muchos adjetivos para hablar del magisterio de Joaquín Achúcarro, aunque tal vez todos ellos sean en vano y lo mejor sea escucharle para poder comprender toda la grandeza que sus manos encierran. No obstante, si tuviera que quedarme con sólo uno, lo tengo claro: honradez. Ansiada desde cada inicio, es la honradez quizá lo más difícil de alcanzar y conseguir en toda carrera artística, y Achúcarro la destila por sus dedos con una serenidad propia de quien es, uno de los más grandes pianistas que podemos disfrutar hoy en día.
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