CODALARIO, la Revista de Música Clásica

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'EL MESIAS' DE HAENDEL POR CARLOS KALMAR Y LA ORQUESTA Y CORO DE RTVE. Por Hugo Cachero

13 de enero de 2014
Foto: Lavalle Linn
A HOMBROS DE GIGANTES

Madrid. 13-12-2013. Teatro Monumental. El Mesías, de G. F. Haendel. ERIKA ESCRIBÁ, soprano. GERHILD ROMBERGER, mezzosoprano. AGUSTÍN PRUNELL-FRIEND, tenor. KLAUS HÄGER, barítono.ORQUESTA Y CORO DE RTVE. CARLOS KALMAR, director.

   Revisitar de tanto en tanto el más famoso de los oratorios de Haendel, y más si ello se ha convertido en una tradición anual unida al final de año y las fechas navideñas tiene algo de la sensación que produce calzarse una zapatillas viejas, de sumergirse en el universo de lo íntimo del que también forman parte algunas obras musicales que, más allá de representaciones concretas, nos acompañan precisamente por ser recurrentes a lo largo de los años. Naturalmente, crecer y evolucionar (vivir, en suma) con estas obras supone que la consideración que tenemos de ellas y de la forma en que deben interpretarse (o la forma en que nos gusta a cada uno que se interpreten, no conviene ser categóricos en cuestiones artísticas) también se desarrolla y evoluciona. El caso de El Mesias es muy particular en este sentido, pues es una pieza que siempre ha gozado del favor del público, y nunca ha dejado de representarse desde el año 1741 de su estreno, atravesando siglos de cambios en los estilos musicales, el gusto, los instrumentos y la propia concepción interpretativa, cambios que de una forma u otra han ido sedimentándose sobre la obra, creando adherencias difíciles de soslayar. Este background puede ser tanto la resplandeciente cola que acompaña a un cometa (los grandes interpretes del pasado que se han acercado a la obra, las grabaciones que podemos disfrutar) como un lastre (ejecuciones inadecuadas en estilo, lecturas grandilocuentes de equivocada monumentalidad, direcciones extraviadas...). Grandezas y miserias que arrastran obras tan conocidas y programadas -hasta la sobreexposición- como la que nos ocupa.

   Discúlpeseme esta introducción un poco extemporánea para justificar de alguna forma la imposibilidad de acudir con un ánimo completamente neutral a la representación del pasado día 13 en el Teatro Monumental, antes bien con un cierto sentimiento de prevención, incluso excepticismo, fruto de lo que comentábamos, el recuerdo de los Mesias pasados, que ya van siendo unos cuantos (no todos memorables, ni mucho menos), y el distanciamiento -estoy dispuesto a admitir que puede ser un prejuicio-  que como principio me producen las orquestas "modernas" cuando han de vérselas con repertorio del Barroco; y es que en esto, como en tantas otras cosas, caminamos a hombros de gigantes... Pues bien, no me duele reconocer que en este caso todos mis temores resultaron infundados; la Orquesta de Radiotelevisión Española, con un número de efectivos -tema siempre problemático- un poco sobredimensionado, lo que benefició a las partes corales, dotándolas de mayor brillo y presencia, pero perjudicó las solistas, demostró buen hacer de la mano de un Carlos Kalmar detallista, que en ocasiones optó por una arquitectura casi neoclásica pero en absoluto desdeño los momentos más enérgicos para poner de manifiesto todo el fuoco barroco, como el que destila la frase for He is like a refiner's fire. Conseguidas y de efecto igualmente las dinámicas, y especial mención para la labor de Yago Mahúgo al órgano y al clave.

   Es perfectamente comprensible que una obra como esta constituya, por sus dificultades, la belleza intrínseca de la parte y el carácter protagónico que asume, todo un reto para cualquier coro, entendiéndose por ello también que supone un placer cantarlo lo que puede contribuir a que el resultado alcance más altas cotas, por la vía de la motivación. Esta circunstancia se puede suponer en esta ocasión del Coro de Radiotelevisión Española, y aún se deduce de su fantástica intervención. Con una formación no muy numerosa, manifestando equilibrio en todas las cuerdas con buen empaste entre ellas y con la orquesta (a modo de ejemplo, el Let us Break, ejecutado a velocidad endiablada pero con perfecta claridad y limpieza). Cabe calificar de magníficas casi todas sus intervenciones, así las de carácter más dramático (Surely He hath borne our griefs), solemne (Behold the Lamb of God) o las que muestran cambios de carácter y consecuentemente una traducción musical de acusados contrastes (Since by man came death). Mención aparte los que requieren la ejecución de rápidas coloraturas, con His yoke is easy a la cabeza, irreprochables. En el mismo nivel de excelencia el celebérrimo Hallelujah o el final Worthy is the Lamb... Amen. Triunfador indiscutible por tanto el coro, circunstancia que es esperable en la obra aunque en este caso con razones más que sobradas.
   Frente a la prestación del coro, los solistas resultaron discretos; ninguno de ellos un cantante especialmente destacable, aunque sí adecuados en estilo. Es decir, por resumir con un adjetivo ajustado al escaso entusiasmo que despertaron, funcionales. El tenor Agustín Prunell-Friend tiene lo que podríamos llamar haciendo un poco de caricatura una voz "británica", con una expresividad contenida que bordea la blandura de acentos, una tendencia al afalsetamiento en el agudo y no precisamente un volumen desbordante. Además su parte tiene la desventaja de ser tal vez la menos lucida de entre los solistas, con su momento más relevante (recitativo y aria Comfort ye... Ev'ry valley) situado en el inicio de la obra... y que pasó en esta ocasión sin pena ni gloria. Mucho mejor en sus intervenciones de la Segunda Parte, donde concatena varios recitativos y arias de gran dramatismo con textos relativos a la Pasión, por ejemplo el recitativo All they that see Him, o el aria Behold and see, cantados con sentimiento y cuidado fraseo. Un caso parecido fue el de la soprano Erika Escribá, que ofreció corrección sin mayor brillo en la conocida y siempre esperada Rejoice greatly, O daughter of Zion, para dejar una impresión mucho más positiva en momentos menos exigidos en cuanto a coloratura como las arias How beautiful are the feet o sobre todo su intervención postrera, If God is for us,  joya en pequeño formato donde mejor lució el centro aterciopelado y la buena proyección de la soprano. Al canto de Gerhild Romberger en cambio se le pueden poner demasiados peros: acentuada tendencia al engolamiento, con una voz que se queda atrás, a lo que se une que en nuestra opinión su parte es más adecuada quizás para voces más oscuras de contralto; centrándonos en lo positivo, a destacar su He was despised, haciendo honor a la emoción que encierra musicalmente este largo fragmento. Para finalizar, el barítono Klaus Hëger, globalmente el solista que más nos gustó, defendió con gran nobleza la muy compleja tarea que le tocaba en suerte, aunque también hubiera sido deseable algo más de volumen y el papel pareció quedársele demasiado grave en algunas ocasiones; bien por ejemplo en The people that walked in darkness, y solvente en la dificilísima Why do the nations, donde además tuvo que lidiar con un tempo inmisericorde (el resoplido que soltó al final habla claramente de su alivio tras solventar el compromiso); en otro gran momento, The Trumpets shall sound, bastante hizo con sostener dignamente una lucha inevitablemente imposible de ganar contra la trompeta (otro peaje de no usar instrumentos "de época" en este repertorio).

   Resta hacer mención del programa de mano, que incluía los textos cantados con su traducción al castellano (lo que está bien), pero que no incluía ningún otro contenido (lo que está menos bien), ni notas sobre la obra ni semblanza alguna de los cantantes, director, orquesta o coro. Esta ausencia fue en parte compensada por la introducción realizada antes de empezar por el propio Carlos Kalmar, que con gracia y demostrando una gran cercanía indicó que el descanso se produciría al final de la segunda parte, tras el Hallelujah, advirtiendo a los despistados que no es  éste el final de la obra y rogándoles  fueran tan amables de quedarse a la tercera parte (realmente no se apreció una deserción masiva tras la pausa, conviene aclarar); y además de otras consideraciones, una que hacemos nuestra y no podemos dejar de reproducir: la definición del año 1685 como la mejor cosecha musical de la historia, no en vano es el del nacimiento de Handel, de Bach y de Domenico Scarlatti (a hombros de gigantes, ya saben). Evidente satisfacción y generosos aplausos por parte del público al terminar la representación, que con los pros y los contras indicados hizo sin duda justicia a la obra maestra que es El Mesias, y cumplió con las expectativas de la mayoría; y es que por encima de alcanzar unos niveles de calidad determinados, tal vez en estas ocasiones (lo dicho: fechas navideñas, obra muy conocida, memoria de funciones pasadas...) sea eso lo más importante. Y que el genio de Halle, año tras año, siga formando parte de nuestra vida y memoria musical.
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