Gris estreno en la reposición de la obra maestra de Mozart
Afortunadamente el menorquín Simón Orfila puso al servicio de Leporello su inconfundible timbre repitiendo el papel y producción que ya abordara en el mismo escenario en noviembre de 2009. Orfila ha conseguido hacer del Leporello una recreación muy notable, siendo sin duda uno de los roles con los que parece más integrado. Su instrumento ha ganado rotundidad en el grave manteniendo su desahogado registro agudo y notable volumen, todo ello regado con el amplio abanico de intenciones que despliega en su texto a cada momento, coloreando especialmente los recitativos de los que obtiene especial partido. Escénicamente desenvuelto y convincente logró un "madamina" teatral, fluido y ágil, desplegando el poderío de su instrumento en "è la grande maestosa" resultando igualmente impecable en el sexteto del segundo acto, exhibiendo fiato en "Perdon, perdono, signori miei, quello io non sono, sbaglia costei" y brillando en el aria posterior "Ah, pietà, signori miei!". Orfila fue uno de los más recompensados por el respetable en los saludos finales.
La granadina Maria José Moreno sustituyó a la prevista Isabel Rey como Donna Anna. Moreno demostró que sigue en un buen momento de forma vocal y ha vuelto a reivindicar su importancia en la escena lírica. Presenta un instrumento de generosa proyección dotado de una excelente musicalidad, afinación, agilidad y comunicatividad. No obstante debemos remarcar que el instrumento de Maria José Moreno no es perfecto, con un estrecho vibrato que en ocasiones adquiere excesivo protagonismo, así como notas no siempre de emisión limpia, algo ácidas, a las que parece faltarles un punto de mayor giro, altura y redondez que, sin embargo, sí consigue en el registro más agudo, así como en los pasajes de coloratura. Finalizó su "Or sai chi l'onore" con algunos signos de fatiga vocal resultando más convincente en "Non mi dir, bell'idol mio". En cualquier caso muy estimable su prestación y una sustitución de lujo.
El tenor Antonio Lozano repetía, al igual que Orfila, rol y producción en el mismo escenario. El murciano posee un volumen más que respetable, podríamos afirmar que anormalmente amplio para un instrumento ligero, muy apoyado en resonadores paranasales con una emisión que por color nos recuerda a clásicos del canto mozartiano como Anton Dermota o Léopold Simoneau aunque, por proyección, se asemeja más al argentino Raúl Giménez. En su canto, siempre presente, existe una evidente musicalidad y buen gusto aunque se echó en falta un mayor punto de flexibilidad a la hora de graduar las intensidades en la emisión, especialmente en el "Dalla sua pace", con ciertas dudas sobre la afinación de notas aisladas, resultando más convincente en "Il mio tesoro" aunque con una coloratura un tanto deslizante. Sin duda Mozart se adapta mucho mejor a sus medios que Rossini, como ya se pudo comprobar en el Lindoro que encarnó en este mismo escenario en octubre de 2011, al ser los roles del de Salzburgo mucho más centrales y parcos en los extremos. Fue muy aplaudido por los asistentes a este estreno que ponderaron especialmente su capacidad para llenar el teatro.
En esta reposición los roles de Masetto y Zerlina fueron asumidos por el italiano Davide Bertolucci y la mexicana Maren Favela. Muy discreto el primero con insuficiencia de volumen en más de una ocasión y resultando irrelevante en la mayor parte de sus intervenciones mientras que Favela, que sustituyó por causas de fuerza mayor a la prevista Auxiliadora Toledano, salió muy airosa de la difícil prueba, con una voz de cierta consistencia y tonalidades oscuras en el centro y grave acompañadas de una notable musicalidad, gusto y desenvoltura escénica.
La prestación del valenciano Álvaro Albiach al frente de la Orquesta Oviedo Filarmonía rozó lo caótico es más de una ocasión. Es defendible su aproximación ágil, dinámica y brillante a la partitura pero siempre que no llegue a reinar la confusión y se ponga en peligro la musicalidad y la elegancia del lenguaje mozartiano. El gesto amplio y no excesivamente claro de Albiach generó más de un acorde atacado en varios tiempos, especialmente por la sección de viento, así como descuadres evidentes como en el final del primer acto en "Siam qui noi per tua difesa!" poniendo en no pocos apuros a más de un solista con sus tempi agotadores. También nos sorprendió la morosidad con la que se atacó el "Deh vieni alla finestra" convirtiéndolo en un remedio contra las noches de insomnio más que en una canzonetta de seducción. No seríamos justos si no destacáramos también el buen gusto en determinadas páginas como la dulzura con la que se atacó el "Perchè questi sospiri e queste ambascie?" previo al "Mi tradì" de Donna Elvira.
Finalmente nos referimos a la reposición de la coproducción entre Ópera de Oviedo y el Teatro de Magdeburgo que se nos ha presentado de nuevo con escenografía, iluminación y dirección de escena del alemán Alfred Kirchner, cuyo indudable prestigio no parece que se corresponda con lo demostrado en este trabajo. De un minimalismo pobre y ramplón puede calificarse su escenografía, consistente en tres estructuras en forma de prisma que se desdoblan y desplazan para generar distintos espacios escénicos. En este sentido sería de agradecer que las guías pintadas en el suelo fuesen más discretas ya que la mayoría del público asistente a un teatro no está en el patio de butacas. El diseño de la iluminación resulta igualmente pobre y predecible. Ya se sabe que cuando no se dispone sobre el escenario nada que merezca la pena la excusa suele ser siempre la misma: se quiere dar prioridad al trabajo actoral con los cantantes para que estos "llenen" la escena. Pues bien, en este caso tampoco hemos apreciado un desarrollo especialmente elaborado de la psicología de los personajes, con detalles tan poco sutiles como los movimientos de Zerlina en el "Batti, batti" o la obsesión por disparar armas sobre el escenario. El que Masetto se balancee colgado de un arnés durante el "Vedrai carino" de Zerlina puede tener cierta gracia y significado durante treinta segundos pero no durante la totalidad del aria, y menos si se le pide que realice ridículas figuras durante la misma. Sólo el momento del descenso a los infiernos mostró algo de originalidad sobre todo confrontándolo con la exasperante monotonía del resto de las escenas. Las reducidas masas corales también parecieron un tanto erráticas (no queremos pensar qué habría hecho Kirchner con un coro más numeroso). Pero lo que más llama la atención es que el director alemán declarara públicamente el mérito de montar esta regiduría en apenas tres semanas, fijando entre siete y ocho el tiempo mínimo requerido. Está claro que el concepto de tiempo y su relación con la eficiencia y la eficacia parece tener otro significado en las artes escénicas.
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