CODALARIO, la Revista de Música Clásica

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CRÍTICA: 'KATIA KABANOVA' EN LA BERLINER STAATSOPER CON SIMON RATTLE Y EVA MARIA WESTBROEK

12 de febrero de 2014

Triunfo de Rattle en casa de Barenboim

TRIUNFO DE RATTLE EN CASA DE BARENBOIM

Por Alejandro Martínez.
01/02/2014. Staatsoper, Berlín. Katia Kabanova (Janacek)

   Berlín es una ciudad excepcional por muchas razones. Y entre todas ellas destacan algunas de índole musical, como lo es el hecho de reunir a dos directores titulares tan renombrados y talentosos como Baremboim y Rattle al frente de sus más señaladas formaciones orquestales, la Staatskapelle y la Berliner Philarmoniker. Con el añadido de que ambas batutas trabajan además como directores invitados al frente de los citados conjuntos, en una muestra de trato cordial y entendimiento entre ambos. Así, pueden verse excepcionales resultados con Barenboim al frente de la Filarmónica de Berlin lo mismo que grandes noches con Rattle al frente de la Staatskapelle, como es el caso que nos ocupa.

   Reconozco no haber compartido nunca cierto común entusiasmo acerca de la trayectoria de Simon Rattle, aun reconociéndole ciertos méritos y credenciales, pero lo cierto es que cuando el británico ofrece lecturas como la de esta Kabanova, no cabe sino descubrirse ante su talento. Maravilloso es decir poco. Qué forma de manejar a la Staatskapelle. Y qué sonido ofrece ésta, siempre espectacular. El Janacek de Rattle es digno de conocerse. Ya nos fascinó aquí mismo en la Staatsoper berlinesa con su 'Desde la casa de los muertos' y ahora ha vuelto a repetir la hazaña, todavía más redonda si cabe. Janacek es un universo inagotable y vertiginoso de melodías, texturas, dinámicas, ritmos. Una fascinante efervescencia que Rattle consigue administrar con enorme talento y con una vis teatral intachable. La pura calidad del sonido que consiguió extraer del foso es ya un valor en sí mismo, con un color de una riqueza apabullante.

   Westbroek debutaba este rol en Berlín y lo cierto es que de un tiempo a esta parte no nos emociona y convence tanto como lo hiciera hace no más de dos años, cuando epató, y cómo, con su Lady Macbeth de Shostakovich en el Teatro Real. Desde entonces hemos escuchado su desempeño en partes como Sieglinde, Fanciulla del West, o su reciente debut como Isolde, sin que ninguna de sus faenas nos parezca redonda. El timbre arriba se antoja desnortado, a veces abierto, a veces firme, y la voz brilla sobre todo en los pasajes más líricos, donde se exige un mayor control del caudal y una administración más medida del sonido. Es ahí donde aparece lo mejor de Westbroek, capaz por ejemplo de un hermosísimo canto a media voz. Y es que su voz, creemos, no ha sido nunca la de una dramática, sino la de una lírica plena, por más que sus últimos debuts se empeñen en apuntar lo contrario. Todavía guardamos, por ejemplo, un espléndido recuerdo de su soberana Dido en Los Troyanos del Covent hace un par de años. Es cierto que la parte de Lady Macbeth con la que triunfó en Madrid tiene un componente dramático innegable. Westbroek intenta moverse con soltura entre ambas extremos, el lírico y el dramático, y no siempre lo consigue salir airosa de esa empresa, por elogiable que pueda ser el empeño.

   La veterana Polaski presenta un estado vocal calamitoso, cada vez menos defendible. Por muchas que sean sus tablas y su fuerza en escena, hay sonidos impropios de una cantante con su trayectoria. El resto del elenco cumplió con su cometido sin mayor brillo, a excepción de una espléndida Anna Lapkovskaja como Varvara.

   En escena se disponía la producción de Andrea Breth, ya estrenada con éxito en Bruselas en 2010, en la que fuera su primera incursión en la dirección de escena operística. También suyo era el poco estimulante Wozzeck berlinés que comentamos en estas mismas páginas hace unas semanas. Breth es una directora de escena procedente del teatro contemporáneo alemán, donde su trabajo es ya todo un clásico dentro del llamado Regietheater. Su labor con la obra de Janacek es francamente irregular. Acierta con una esforzadísima dirección de actores, con la que alcanza un tono casi fílmico. Y es un acierto lograr que la historia de Kabanova aparezca en última instancia caricaturizada, no con desprecio sino con sarcasmo, como haciendo ver lo mundano de su tragedia, lo que hay de patético en toda su infidelidad. Breth consigue crear algunas imágenes con gran fuerza teatral, pero a costa de diluir al final la pura comunicación, la narratividad misma del libreto, requiriendo del espectador una gran dosis de voluntarismo para creer que lo que ve en escena es, en todo momento, lo que el libreto dispone.

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