La Voz de Asturias (2/2/2010)
Lugar: Auditorio de Oviedo. Fecha: 31 de enero. Ciclo: Jornadas de Piano "Luis G. Iberni"
MAHLER DE PREMIO
Tras la cancelación de la Sinfónica de Estocolmo y del pianista Horacio Gutiérrez por enfermedad, las Jornadas de Piano ofrecieron la oportunidad de oír a dos artistas muy diferentes. Por un lado al pianista croata Dejan Lazić y, por otro, al director inglés Jonathan Nott, músico de moda cuya versión de la "Sinfonía nº 9" de Mahler ha sido premiada recientemente con uno de los prestigiosos MIDEM Classical Awards en su edición del 2010, que viene de celebrarse en el Palacio de Festivales de Cannes el pasado 26 de enero. Jonathan Nott, uno de los más interesantes intérpretes wagnerianos de la actualidad, dirigió la "Sinfonía nº 1" de Mahler haciendo gala de un estilo digno de la tradición que enlaza con el propio compositor -incluso en la disposición de la orquesta sobre el escenario-, con una maestría y carisma de gran director. Él fue el verdadero protagonista de la noche, por la calidad e intensidad de su exposición musical, que estuvo muy por encima de la ofrecida por el pianista. Lazić tocó el "Concierto para piano nº 1" de Chopin con evidente facilidad técnica pero con un estilo inseguro, un tanto superficial, que tan pronto encontraba el camino de la emoción como lo volvía a perder. No logró describir con claridad el perfil de la composición, ya sea porque a veces parecía susurrar ciertos detalles, o porque otros los pronunciaba demasiado. Fue una versión eficaz, más amanerada que refinada, a la que sobraron vocales. Esto desestabilizó el estilo del concierto hasta hacerle perder parte de su sustancia romántica, pero no restó encanto a una obra de magistral concepto melódico, que Lazić supo respetar con dulzura. Aunque la disposición de los contrabajos tras los primeros violines distorsionó bastante su línea melódica e incluso la difuminó, la sinfónica arropó bien al pianista, con una versión de profunda densidad que chocó con la ligereza de estilo del solista. Nott eligió una disposición que el propio Mahler saludaría, pero que Celibidache tacharía de poco natural respecto a los más elementales principios acústicos. El director inglés dirigió la sinfonía de memoria, con un gesto apasionado y muy expresivo que, en su riqueza, a veces parecía hacer perder al conjunto la sensación estructural de la obra. En su punto de vista hubo una verdadera lección de fluidez, dibujada con multitud de colores que no siempre descansaron en la debida estabilidad tectónica. Esta fue, quizás, la razón de que las inconsistencias instrumentales no se puedan considerar una casualidad fortuita sino, más bien, fruto de una manera de dirigir no del todo inequívoca que, con toda certeza, ofreció un Mahler coloreado con verdadero talento e inspiración, lleno de matices, de premio.
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