La Voz de Asturias (10/2/10)
Lugar: Auditorio de Oviedo. Fecha: 8 de febrero de 2010. Ciclo: Conciertos del auditorio
HARDING, LO BELLO DURMIENTE
Daniel Harding, uno de los directores de moda en Europa, llegó a Oviedo con dos cosas buenas y una muy mala. Lo mejor fue la calidad de la Mahler Chamber Orchestra, un conjunto de gran nivel que es un auténtico placer oír y ver, por la belleza de su sonido y la pasión con la que toca cada uno de sus componentes. La segunda virtud tiene que ver con su gestualidad, muy expresiva, de verdadero carácter, que logra mover al conjunto de músicos con auténtica motivación y sentido plástico. Pero lo que de verdad llamó la atención fue su discreta, por no decir ramplona visión interpretativa, que no hace más que confirmar el excesivo e inmerecido prestigio que el director ha adquirido en los últimos años. Que Harding es un director sobrevalorado es algo que se comenta desde hace tiempo en muchos círculos. Por una parte, parece haberse embriagado de la moda que insiste en dirigirlo todo rápido, quizás porque, al hacerlo, se pasa pronto por los lugares de mayor dificultad e interés interpretativo, esos en los que un director se la juega y marca la diferencia, pero que con el inglés se diluyen en una especie de estilo personal totalmente prefabricado, que se empeña en que todo suene igual, con una especie de movimiento perpetuo realmente grotesco y decepcionante, que hace de sus interpretaciones un absurdo estilístico, por frívolo y superficial y, musicalmente, un auténtico aburrimiento. Es como si el director, empeñado en hacer las cosas de una manera tan personal como rutinaria, se haya sorprendido así mismo triunfando con tal punto de vista, y haya seguido sin más, creyendo que nadie se dará cuenta del camelo, como parece que así ha venido siendo. Interpretó la "Tercera sinfonía" de Beethoven con el mismo ritmillo perpetuo de siempre, con un estilo debilitado, mucho más adecuado para lo barroco, en el que no logramos encontrar ni un gramo del drama beethoveniano, realmente ni uno. Todo resultaba como un juego, con un hacer fluir sin más las cosas matizando y volviendo a matizar aquí y allá, eso sí, con bastante buen gusto y con un gran conjunto de cámara soberbio que, por sí mismo, encandiló. Isabelle Faust interpretó el "Concierto para violín y orquesta en re mayor" de Brahms como si fuera ella la que acompañase a la orquesta y no al revés. El nombre de su Stradivarius de 1704, llamado "La bella durmiente", parecía venirle como anillo al dedo, porque era como si el instrumento pidiese perdón por no dar todo lo que podía de sí, de lo apagado y falto de fuerza dramática que resultó. La rigidez del sonido y una versión que más que de Brahms parecía recién salida de una caja de música, hicieron el concierto realmente tedioso. El público aplaudió muchísimo al final de la velada, cosa que sólo se puede explicar por una razón tan frecuente como triste: la sugestión.
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