Por Albert Ferrer Flamarich
Palau de la Música Catalana de Barcelona. 22-11-2014. Cristina Pato, piano, pandereta, gaita y voz. Orquestra Simfònica del Vallès (OSV). Rubén Gimeno, director. Solla: Concierto para Pato y orquesta. Bernstein: Danzas sinfónicas de West Side Story. Márquez: Danzón. Núm. 2
La gestión de la OSV configura año a año una temporada sugerente dentro de sus posibilidades económicas y del repertorio que pueden asumir. Por ello extiende vínculos diversos con entidades, empresas y concursos del país. Y también dedica conciertos a favor con el Banc dels aliments. En la formación y sus gestores domina la exigencia de movilidad y promoción a muchos niveles. Otro ejemplo de estas líneas de actuación fue el último programa: un maridaje musical entre lo que en la postmodernidad se ha llamado música frente músicas, sobretodo en la relación de lo culto y académico con lo urbano, lo popular, lo folk e incluso el jazz y el pop.
Por otra parte, si en el siglo XX se revalorizaron instrumentos como el acordeón y recientemente la tenora, la gaita también ha sufrido un revival parecido. Bandas sonoras con acento céltico han jugado una baza significativa los últimos años. Por ello nos gustó el estreno absoluto del Concierto para Pato y orquesta de Emilio Solla. Es una obra que, entre otras virtudes, recupera esa idiosincrasia del intérprete solista como icono de la obra al margen del contenido estrictamente musical. Tal y como la concibe Cristina Pato participa de la comunicación natural del cuerpo más que de la mente propio de la música popular.
Está divido en tres movimientos con alternancia de tiempos y referencias a Galicia y Argentina. Su lenguaje es una hibridación estilística: lo clásico (Dvorak o Rachmaninov en su talante neorromántico sobretodo en el segundo movimiento) con una mezcla de latin jazz, big-bang y world-music. En su discurrir, Cristina Pato es el epicentro: toca la pandereta y el piano, recita –un texto que no aparece en programa de mano y que apenas se oyó a pesar del microfóno-. Pero lo más llamativo es la gaita: un instrumento que, como la tenora, sólo se admite en pasajes puntuales. Solla lo sabe y la reserva para los momentos más vitales porque su timbre excesivamente sonoro y penetrante. Le discutimos no explotar las capacidades melódicas y apostar por una escritura con excesivas figuraciones, mordentes y demás agilidades. Dicho esto la obra es sugerente por lo experimental, por los contrastes, por lo performativo y por esa raíz de sinfonizar mundos distintos pero tangentes a lo Rhapsody in blue. Del mismo modo, el firmante reconoce la necesidad de volver a escuchar el Concierto para profundizar en estas impresiones. Sobre todo ante las empáticas pero estériles notas al programa.
En la segunda parte y con hábiles juegos de luces induciendo a percepciones sinestésicas, Gimeno y la orquesta abordaron con ritmo, color y mucha energía las Danzas sinfónicas de West Side Story de Bernstein y el conocido Danzón núm.2 de Márquez, ésta última muy popularizada por Dudamel y sus músicos colombianos. Es obvia la filiación torrencial con compositores de la categoría de, por ejemplo, un Villa-Lobos. El repertorio latinoamericano pide a gritos entrar en el canon de las orquestas sinfónicas. Y el público las aceptará por la subyugante mezcla de lo rapsódico y lo virtuosístico en la emancipación lingüística y de identidad que presentan. Un público, por cierto, que en Sabadell ha crecido considerablemente y ahora debe congregarse en el Teatro de La Farandula y no en el Teatre Principal, debido a su menor aforo.
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