Por Alejandro Martínez
16/12/2014 Madrid: Teatro Real. Gounod: Roméo et Juliette. Roberto Alagna, Sonya Yoncheva, Marianne Crebassa, Roberto Tagliavini, Mikeldi Atxalandabaso, Diana Montague, Joan Martín-Royo, Toni Marsol, Fernando Radó, Damián del Castillo, Antonio Lozano. Orquesta y Coro Titulares del Teatro Real. Michel Plasson, dir. musical. Andrés Maspero, dir. del coro. Versión en concierto.
Seis años han tenido que pasar para que Roberto Alagna volviera a pisar el escenario del Teatro Real, tras un concierto en 2008 que no tuvo lo que se dice un final feliz. Y años han pasado desde la última vez que se escuchó el Romeo y Julieta de Gounod en Madrid. Fue en 1987 cuando Alfredo Kraus y Ana María González lo protagonizaron en el Teatro de la Zarzuela. Se presentaba de nuevo esta partitura de Gounod en una versión en concierto, aunque actuada con esmero por los intérpretes, con el doble atractivo de una batuta ideal, la de Michel Plasson, y una pareja protagonista de relumbrón, la formada por Roberto Alagna y Sonya Yoncheva.
Tras elogiar su Don Carlo en Viena teníamos franca y alta expectativa en torno a este nuevo acercamiento de Roberto Alagna a la parte de Roméo. Estamos ante un papel emblemático para el tenor francés, que no ha cantado esta parte en escena desde 2007 en el Met, amen de un par de representaciones en concierto en París y Bruselas en junio de 2010. Como decíamos, este papel significó mucho para el joven Alagna, que debutó de hecho con esta parte en el Covent Garden, junto a Leontina Vaduva como Juliette y apenas unas semanas después de que su primera esposa, Florence, hubiera fallecido. Alagna se consagró de algún modo como un gran tenor por venir con ese Roméo londinense, afirmándose como un tenor capaz de sacar adelante lo mismo el repertorio italiano que ya había presentado en la Scala como este repertorio romántico francés.
En el Teatro Real se ha presentado Alagna en plenitud de medios, haciendo gala de un timbre en el que quedan aún huellas suficientes de la frescura que mostraba hace dos décadas cuando debutó con esta parte. Tiene un indudable mérito que un intérprete siga siendo capaz de prestar su voz a un papel veinte años después con este nivel de solvencia. Alagna hizo todo un derroche en materia de conocimiento del estilo, elaboración de los acentos e inspiración en el fraseo. La voz tiene ese color inconfundible, de protagonista indudable. Donde únicamente se notan los los años, amén de cierta pérdida de frescura en el extremo agudo, es en la facilidad, que ya no es tal, para sostener la media voz. Tampoco nos sedujeron las dos o tres ocasiones en las que transitó por el falsete, en el último tercio de la representación. En conjunto, no obstante, Alagna cincela el papel con una autenticidad que arrebata, con un dominio genuino, como si hubiera meditado cada frase una y otra vez. Cabe elogiar su valentía al abordar el Do que cierra el cuarto acto, tan expuesto y al que llegó no sin apuros. En su interpretación pudimos encontrar un retrato francamente vívido, elaborado y rico de un personaje a menudo servido en blanco y negro. Alagna cuajaba así un feliz reencuentro con el público de Madrid.
La parte de Juliette recaía en la soprano búlgara Sonya Yoncheva, que hace apenas unas semanas retomaba la actividad tras su embarazo. Como ya dijésemos al hilo de su Juliette en Viena y de su Marguerite en Londres, es una voz e importancia, con interés, pero sostenida por una técnica no tan redonda. Yoncheva es una intérprete claramente en la estela del modelo abierto e inaugurado por Netrebko. Estamos ante una voz grande, bien timbrada, un punto oscura, en manos de una intérprete hermosa, fotogénica y joven. Su carrera ha sido a decir verdad fulgurante desde que ganase el certamen de Operalia en 2010. Canta con una mezcla de facilidad, naturalidad y seguridad, pero a decir verdad nada es tan redondo ni perfecto como cabría esperar. A su voz, por ejemplo, le falta punta arriba, donde suena más grande, contundente y voluminosa que ortodoxa y vibrante. No es tampoco una diestra intérprete en los pasajes de agilidad, que resuelve mecánicamente, aseada pero nunca virtuosa. Tampoco regula con tino y fineza, no domina la emisión en piano, aunque sorprendió emitiendo un par de trinos de buena factura. Yoncheva convence mucho más, no en vano, cuando recoge la voz, aligera la emisión y regula el aliento, aproximándose al texto con intención, cosa que apenas hizo esporádicamente a lo largo de la representación. Es, en suma, una cantante más hecha de sonidos y frases afortunadas que de una interpretación globalmente consistente. Le cuadran mejor, en general, los pasajes con un acento más dramático, los que le requieren un pulso más intenso, como sucede de hecho en el último tercio de la representación. En suma, una Juliette de importancia, aunque nos sigue dando la sensación de ser todavía hoy un diamante en bruto.
Tras apenas un par de ensayos con orquesta, el maestro Michel Plasson dispuso una gran version musical, exactamente la que cabía esperar de una batuta que ha paseado por medio mundo con oficio y verdadera devoción su buen hacer con el repertorio romántico francés. En el debe, tan sólo algunos pasajes levemente pasados de decibelios, de un efectismo un tanto tosco. Peccata minuta, en todo caso, para una dirección hecha de oficio, refinamiento y teatralidad, verdaderamente primorosa en el trabajo con la cuerda, en el acompañamiento a los cantantes y la concertación del os números de conjunto. La orquesta titular del teatro respondió más que solvente en esta ocasión y encontramos asimismo al coro francamente esmerado en su contribución, que no es poca ni fácil, y que fue resuelta con tino en la dicción francesa y con un logrado color en sus voces. El Teatro Real armó un solvente equipo de comprimarios, entre los que cabe destacar el espléndido trabajo de MIkeldi Atxalandabaso con la parte de Tybalt o el buen hacer de Roberto Tagliavini como el hermano Laurent. El único lunar, no puede soslayarse, lo puso la insostenible labor del solista francés Laurent Alvaro como Capulet.
Fotos: Javier del Real / Teatro Real
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