Por Alejandro Martínez
14/01/2015 Bologna: Teatro Comunale. Verdi: Un ballo in maschera. Gregory Kunde, María José Siri, Luca Salsi, Elena Manistina, Beatriz Díaz y otros. Michele Mariotti, dir. musical. Damiano Michieletto, dir. de escena.
Encontramos en Un ballo in maschera una genial conjunción de ironía, lirismo, nobleza y apasionamiento. Tanto por su partitura como por cuanto se ventila en su argumento, esta partitura verdiana es una de las más brillantes, acabadas y difíciles de escenificar, habida cuenta de la rica escritura vocal de todos sus personajes y el genial discurso orquestal que desarrolla. Con este antecedente, sin embargo, la producción de Damiano Michieletto, a decir verdad, es poco más que una sucesión de boutades, más ingenuas que ofensivas, más insustanciales que irreverentes, ingeniosas incluso, pero boutades al fin y al cabo. El regista italiano decide convertir el libreto en el desarrollo de una campaña electoral contemporánea, con sus intrigas políticas y amatorias por medio. Lo cierto es que Michieletto, con esta producción (nos consta que un tanto matizada desde su estreno en la Scala en 2013, donde fue sonoramente protestada) se repite un tanto a sí mismo, con ese tono perpetuamente desenfadado, como de constante caricatura, fingidamente seria e intelectual, pero banal al fin y al cabo. El hincapié continuado en la idea de la “incorrota gloria” de Riccardo, como un lema electoral, se antoja redundante y vacuo, lo mismo que la ocurrente disposición en escena de replicas de cartón piedra del propio Kunde, como candidato a las elecciones. Michieletto se equivoca a nuestro juicio proponiendo una lectura fingidamente moderna, que no está a la altura de la puesta al día del original verdiano que ambiciona.
La batuta del joven Michele Mariotti sigue deparando buenas sensaciones, aunque en esta ocasión su labor no nos pareció tan acabada y redonda como en el previo Guillaume Tell que le viéramos dirigir también en Bologna. Con este Ballo in maschera Mariotti inauguraba de hecho su titularidad al frente de la dirección musical del Teatro Comunale de Bologna, que iniciaba asimismo su temporada 2015 con este título verdiano. El joven Mariotti aportaba algunas apreciaciones interesantes en un breve texto incluido en el programa de mano, donde se entrevé claramente que no es una batuta cualquiera, sino más bien un maestro reflexivo a la vieja usanza, aunque con un talento todavía por desarrollar. Las mayores virtudes de su batuta en esta ocasión fueron la general limpieza, matización y tensión de su sonido, al frente de la orquesta titular del teatro, no tan brillante como en ese previo Rossini de hace unos meses, aunque solvente y con un sonido firme. En el debe de Mariotti, una concertación no siempre aquilatada, destacando sobre todo un soberbio segundo acto y los espléndidos finales de los actos segundo y tercero, a diferencia de un primer acto un tanto alborotado. Intachable, por cierto, la respuesta del coro, en sus diversas y variadas intervenciones, con un sonido compacto, bien acompasado y con un desempeño teatral digno de elogio.
El papel de Riccardo es una piedra de toque para cualquier tenor lírico que se precie. Lo tiene, o mejor dicho lo exige todo. Nuestro apreciado Gregory Kunde seguramente no tenga los medios ideales para esta parte, que requiere un lírico puro, con un centro nutrido, con color, al tiempo que un agudo firme. Sí posee Kunde una emisión flexible y dúctil y una vocalidad ciertamente particular, a estas alturas, que de algún modo se pliega ya casi a cualquier partitura imaginable. De modo que Kunde suple con el acento y la incisión en la palabra la falta de candor, calor y lirismo naturales que podamos echar de menos en su instrumento, ciertamente más opaco y seco que brillante y denso en el centro. Quizá no tan fresco y exultante como en otras ocasiones, volvió a demostrar su genial talento, con detalles inusitados, como ese diminuendo incorporado en el espléndido agudo que corona el “acho una volta l´anima” tras el “Si rivederti, Amelia”, antes de dar paso al baile de máscaras propiamente dicho. En cualquier caso, tiene mérito poder apuntar su nombre sin sonrojo junto a los de Gigli, Di Stefano, Bergonzi y Pavarotti, que han cantado antaño esta misma parte en este teatro. El fraseo contrastado, la entrega absoluta, incluso con una producción por la que nos consta que no siente especial afinidad, dando lo mejor de sí para defenderla incluso a su pesar. Permítanme decirles que llega un punto en el que uno admira en Kunde más si cabe al hombre que al tenor, que a la vista tiene más y más compromisos de envergadura, como su futuro Des Grieux (seguramente en Bilbao, con Arteta) o su esperado Werther. Sigue impresionando que un mismo tenor salte con esa facilidad y solvencia de Pollione a Otello, de Riccardo a Manrico, de Meyerbeer a Donizetti pasando por Berlioz o Verdi.
El material de la soprano uruguaya María José Siri se ajusta mejor, a nuestro entender, por color, naturaleza y extensión, a los mimbres verdianos que a las demandas de Puccini, como pudimos comprobar recientemente en Valencia con su Manon Lescaut. Estamos ante una solista francamente desenvuelta, entregada en escena aunque algo falta de carisma, dueña de un instrumento con pegada, con esmalte y con homogeneidad en toda su tesitura. Asciende con facilidad y regula su instrumento casi a placer, capaz de una emisión en piano mucho más que solvente. En el debe, como decíamos, la sensación generalizada de a su interpretación le faltan contrastes, por evidente y no poca que sea su entrega como actriz. Su dúo con Kunde, su intervencióin previa al mismo y su ulterior aria en solitario en fueron sin la menor duda algunos de los mejores momentos de la noche.
Luca Salsi, quien fuera el Carlo V del Ernani dirigido por Muti en Roma hace dos temporadas, se entregó con franqueza aunque a decir verdad su emisión, a menudo atrás, no termina de redondear una faena en la que destacó más por el indudable esmero de su fraseo. Aunque enfático en demasía, no obstante supo cuajar una muy notable lectura de su página principal, el “Eri tu” del tercer acto. De timbre poco eufónico, de emisión agria y un tanto destemplada, por lo general encontramos demasiado tosca la Ulrica de la mezzo Elena Manistina, claramente la menos descollante del cuarteto protagonista.La española Beatriz Díaz aportó desenvoltura escénica, frescura actoral y tiene los medios casi ideales para la parte de Oscar, en la que no obstante a veces encontramos voces si cabe más ligeras que la suya. Apenas alguna tirantez en el extremo agudo, sobre todo cuando lo aborda en forte, afeo una labor honesta y profesional.
Foto: Rocco Casaluci / Teatro Comunale Bologna
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