Por Silvia Pujalte
25 / 01 / 2015. Barcelona. Palau de la Música Catalana. Ciclo Intèrprets catalans. Obras de Beethoven, Loewe, Fauré, Hahn y Duparc. Joan Martín Royo, barítono. Marco Evangelisti, piano.
El domingo 25 disfrutamos de un buen recital en el Palau de la Música Catalana. Nos lo ofrecieron el barítono Joan Martín Royo y el pianista Marco Evangelisti, teniendo la suerte de que fuera en el Petit Palau, una sala más adecuada para los recitales que la sala de conciertos. El programa incluía canción alemana (Ludwig van Beethoven y Carl Loewe) en la primera parte y canción francesa (Gabriel Fauré, Reynaldo Hahn y Henri Duparc) en la segunda.
An die ferne Geliebte, considerado el primer ciclo de lied relevante, es a la vez el único ciclo de Beethoven. Esta preciosa obra pone a prueba la expresividad y la capacidad de comunicación del cantante, por un lado porque las canciones son estróficas y por otra porque que el ciclo, a diferencia de otros ciclos célebres, no avanza. Simplificando mucho podríamos resumir así las seis canciones: en la primera, el poeta dice a su amada "estoy muy triste porque estamos separados, ahora te lo explico"; en la segunda, "estoy muy triste". Y en la tercera, la cuarta y la quinta: "estoy muy triste". La sexta cierra el ciclo con un "ya te he explicado que estaba muy triste porque estamos separados". Ya me perdonaréis la exageración y la irreverencia; sólo pretendía resaltar la complicación que presenta el ciclo porque Joan Martín Royo salió más que bien parado del desafío. Un poco tenso en la primera canción, se fue relajando y transmitió la pena del poeta con convicción, ofreciendo una excelente versión de la penúltima canción, Es kehret der Maien, y la última, Nimm sie hin denn, diese Lieder, que cerró con una última estrofa (que retoma la melodía de la primera canción, reforzando así el inmovilismo) más esperanzada que triste, dejando la puerta abierta al reencuentro de los amantes. La participación del pianista en este ciclo no es precisamente anecdótica; Beethoven escribió un complejo acompañamiento, ligando todas las canciones de forma que se interpretan como una unidad. Marco Evangelisti acompañó con seguridad pero con un volumen ligeramente descompensado que hacía que el piano fuera en algún momento demasiado presente.
Y hablando de las dificultades del ciclo, abro paréntesis para mencionar una, inesperada, que afectó al público: cuando ya estábamos todos preparados con el programa abierto para seguir los textos en el programa de mano se apagaron las luces de la sala. O bien estabas suficientemente cerca del escenario y podías beneficiarte de luz de los focos, o bien disfrutabas de una buena agudeza visual, o te quedabas sin textos. Después recordé que aquella situación ya la había vivido antes en la misma sala, así que será útil llevar una pequeña linterna en próximas ocasiones. Aunque dejar las luces a intensidad baja sería más práctico.
Cierro paréntesis y vuelvo a la música, con Loewe, considerado merecidamente el rey de las baladas: escribió cientos durante más de cincuenta años y fue tan original de interpretarlas él mismo acompañándose al piano en exitosas giras. Joan Martín Royo mostró que tiene el don de contar historias; las tres baladas estuvieron a muy buen nivel, con un canto seguro sin más obstáculo que algún agudo forzado y, ahora sí, voz y piano sonaron bien conjuntados. No quiero pasar sin destacar la interpretación de la primera balada, Tom der Reimer, la historia de un rimador felizmente esclavizado durante siete años por la reina de los elfos.
En la segunda parte cambiamos de lengua y pasamos a la melodía. Si en la primera parte habíamos podido apreciar el cantante a plena voz ahora llegaba el turno de las medias voces y el recogimiento en las canciones de Fauré, que no sonaron tan redondas como las de Loewe y Beethoven. Faltó ligereza en Clair de lune y eché de menos más expresividad en triste lamento de Après un rêve y, sobre todo, en la conmovedora Spleen.
Al comienzo del bloque de Hahn el barítono perdió la concentración por un momento, un contratiempo que no tendría más importancia (y debería recordarnos lo difícil y comprometido que es para un cantante un recital de lied) si no fuera porque probablemente desconcentró también a su pianista y volvieron a oírse desajustes en los volúmenes de voz y piano. Por suerte, todo volvió a lugar y disfrutamos del título más sorprendente del programa, À Chloris, una canción interpretada mayoritariamente por sopranos y mezzos que sonó igualmente preciosa en la voz de Martín Royo.
El programa se cerró con tres perlas de Duparc (volvíamos a la época de Fauré pero con reminiscencias alemanas) muy bien interpretadas: Chanson triste, Le Manoir de Rosemonde y L'Invitation au voyage, y aun disfrutamos de dos canciones más como propina, ambas de Schubert. La primera, Ständchen, que nos regaló uno de los detalles más bonitos de la noche: la media voz en el primer Komm, beglücke mich! del último verso. La segunda propina fue An die Musik; como dijo Joan Martín Royo, una reivindicación del papel de la música, del arte en general, especialmente "ahora que abres un periódico y te cae el alma a los pies". Ciertamente, ich danke dir dafür.
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