CODALARIO, la Revista de Música Clásica

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Crítica: IX Gala de Entrega de los Premios Líricos Teatro Campoamor

30 de marzo de 2015

GALA DE LUCES

Por Aurelio M. Seco
Oviedo. 28/3/15. Teatro Campoamor. IX Edición de la Gala de Entrega de los Premios Líricos Teatro Campoamor. Dirección musical: Óliver Díaz. Dirección de escena: Joan Antón Rechi. Oviedo Filarmonía. Coro Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo.

   Una gran gala de entrega la ofrecida en el Teatro Campoamor en la IX edición de los premios líricos que llevan su nombre. Joan Antón Rechi, director de escena de la ocasión, diseñó un espectáculo elegante y dinámico, en el que encontramos artistas cantando en el patio de butacas, atractivos movimientos escénicos complejos con elementos sencillos que incluían una superficie giratoria y un reconocible y acertado leitmotiv temático, centrado en recordar el contenido de varios de los más conocidos fragmentos líricos, son algunas de las virtudes de una producción sin grandes recursos, pero de elementos utilizados con inteligencia y cuidado estético, sobre todo en lo que se refiere al uso de las luces. No es fácil, para los directores musical y escénico estar a la altura en un espectáculo tan complejo. Si nos ponemos en los zapatos del director musical, a la sazón el español Óliver Díaz, dirigir tantas obras de estilos tan dispares, acompañando a tantos artistas, cada uno con sus propias peculiaridades y necesidades vocales y escénicas, no podemos menos que admitir que estamos ante un trabajo arduo y complejo que solo es posible encauzar desde el talento. Así fue.

   La velada dejó momentos interpretativos brillantes, versiones instrumentales de contagiosa expresividad y una atmósfera general que respiró elegancia y comicidad a partes iguales, llevadas con carisma por dos verdaderos maestros de ceremonias, José Manuel Zapata, poseedor de una deliciosa vis cómica que sentó muy bien a la gala, y la actriz Bibiana Fernández, que se convirtió en una referencia visual magnética, una verdadera diosa griega espectacularmente vestida con unos modelos que, en un caso, nos recordó al usado por la cantante Rihanna en los Grammy. Llamó poderosamente la atención la exquisitez con que la actriz acogió a todos y cada uno de los premiados en el escenario, lo que proporcionó a su trabajo y a la velada un tono profundamente humano y de gran respeto hacia los artistas.

   La gala dio comienzo con la interpretación, a modo de larga obertura –puede que demasiado- de las conocidísimas Danzas Polovtsianas, de Borodin. El momento se acompañó de una acción elegantemente presentada para el caso, aunque hay que decir que en algún fragmento instrumental de los que se interpretaron durante la noche, se incluyeron palabras -"Alfredo", aludiendo a La traviata-, que perjudicaron la audición de la música.

 El primer artista en salir a escena fue Alejandro Roy, galardonado como mejor cantante de ópera española o zarzuela, quien ofreció una refulgente interpretación de la famosa romanza No puede ser, de La tabernera del puerto, de Pablo Sorozábal. Fue curioso que eligiera esta pieza y no un fragmento de Curro Vargas, la obra por la que fue premiado, quizás porque la ópera de Chapí no tiene piezas de tanto lucimiento ni tan conocidas del gran público, una decisión incoherente que, sin embargo, sirvió para lucir su portentoso instrumento lírico, tan de oro macizo que hace que nos olvidemos de un fraseo un tanto prosaico. Llamó la atención el gran trabajo de Óliver Díaz acompañando al cantante. No es frecuente encontrar un director que sepa acompañar tan bien. El tenor español se despidió dedicando su premio a quien fuera su representante, Giuseppe De Matteis, fallecido hace unos meses.

   Al contrario de lo que sucedió en la pasada edición, en la presente pudimos oír algunos discursos por parte de los premiados. Nunca se debe olvidar la parte humana de los artistas, que además estuvo muy presente en esta gala. Sin embargo, nos quedamos sin oír hablar, por ejemplo, a Antón García Abril, uno de nuestros más importantes compositores, que recogió el premio como presidente de la Fundación Jacinto e Inocencio Guerrero, entidad que fue premiada por su contribución al mundo de la lírica. En verdad son malos tiempos para la lírica pero, como afirmó Roger Alier, que junto con Carlos Gómez Amat –que no estuvo presente- recogía el Premio especial del jurado, “el renacimiento de la ópera en España ha sido modélico en estos años, a pesar de que el apoyo de las entidades públicas no es suficiente”.

   Observando el hecho con perspectiva, daba la sensación de que hablar o no durante la entrega era más una cuestión espontánea del premiado que una parte más del diseño del espectáculo. ¿A quién no le gusta agradecer o dedicar un premio? Creemos que debería estar protocolarizada la oportunidad de que todos pudieran expresarse brevemente. Lo hizo así Antonio Moral, director del Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM), que recogió el premio en nombre del barítono Christian Gerhaher, responsable de haber protagonizado el mejor recital o concierto lírico. Moral agradeció en su nombre que el jurado decidiera otorgar un premio al género del lied, demasiadas veces la hermana menor y fea de la ópera.

   No sería mala idea, de cara a próximos años, pensar en facilitar información que contextualice a alguno de los galardonados, no solo en el programa de mano. Hubiera sido acertado, por ejemplo, explicar algunas de las razones por las que se premiaba a Roger Alier y Carlos Gómez Amat, personas de trayectoria conocida y reconocida dentro del gremio, pero quizás no tanto para el público general. Se agradece que la idea de los premios busque la originalidad, siendo más una gala lírica que una entrega de galardones, pero es cierto que se echa en falta un poco más de protagonismo a lo que en realidad nos lleva aquí.

   La interpretación del famoso Himno a la luna, de la ópera Rusalka, de Dvorak, por parte de Miren Urbieta, fue de verdad una revelación de la soprano como intérprete. Nos sorprendió muy gratamente su madurez interpretativa, notable musicalidad e inteligente manera de frasear. Es reconfortante observar a una artista tan joven de tanto talento.

   Zubin Mehta no acudió a la cita y agradeció la distinción a través de un video, en el que aprovechó la ocasión para recordar su período de trabajo en el Palau de les Arts. Fue el nuevo intendente del Palau, Davide Livermore, quien recogió el galardón a la Mejor producción de ópera, por La forza del destino, de Verdi.

   Paolo Pinamonti pisó el escenario para recoger la estatuilla de La gitanilla de París, de Sebastián Miranda, en representación del Teatro de la Zarzuela. Recogió el premio por la producción de Curro Vargas, de Chapí, de la que Grahan Vick y Guillermo García Calvo hicieron en su día una lectura para el recuerdo.

   Uno de los momentos artísticos más destacados de la noche fue la intervención de Iréne Theorin, premiada como mejor cantante femenina de ópera, que interpretó magistralmente el extenso fragmento “Starke Scheite schichtet mir dort”, la inmolación de Brunilda de El ocaso de los dioses, de Wagner. Nos sorprendió la Oviedo Filarmonía con una sonoridad, sino puramente wagneriana, adecuada al momento y estilo.

   José Manuel Zapata estuvo acertado durante toda la velada, pero fue quizás su interpretación de un fragmento de la zarzuela La gran vía, de Chueca y Valverde, donde dejó mejor muestra de su talento cómico e interpretativo. Aunque en el programa de mano se citaba el Tango de la Menegilda, en realidad la parte que cantó Zapata es la de Doña Virtudes, que es quien responde con especial gracejo y sarcasmo al envite lírico de La Menegilda. Óliver Díaz dirigió el fragmento con más calma de lo habitual, sin duda para dar tiempo al cantante a incluir los simpáticos comentarios que tanto agradaron a la audiencia. Cantante, director y orquesta estuvieron menos afortunados en la interpretación de la conocida Lascia ch'io pianga, de Haendel, una pieza que sonó demasiado forzada para las cualidades líricas del tenor.

   Dmitri Tcherniakov tampoco acudió a la gala. Es una pena cuando faltan los premiados. Lo hizo en su lugar Christina Scheppelmann, directora artística del Teatro del Liceo de Barcelona, para recoger el premio a la mejor direción de escena por La leyenda de la ciudad invisible de Kitezh, de Rimsky-Korsakov.

  El final de la velada dejó dos momentos especialmente emotivos. El primero estuvo protagonizado por el gran Carlos Álvarez, uno de nuestros más importantes artistas, que interpretó un fragmento de Tannhäuser, de Wagner, poco habitual en su repertorio: O, du mein holder Abendstern. El fraseo, timbre y calor que Álvarez aporta a su interpretación siempre son admirables.

   Pero el momento cumbre de la velada fue la fulgurante aparición de Jaime Aragall quien,  primero con sus palabras y después con su interpretaciónde la Ultima canzone de Tosti, dejó un imborrable recuerdo para los asistentes. Fue muy emotiva su versión, desde un punto de vista musical y humano, y tanto su interés por agradar y dar lo mejor de sí mismo que incluso en el transcurso de la pieza tuvo tiempo para llevarse un caramelo a la boca. Se le veía un poco nervioso al gran Aragall. Parece mentira, quien tanto ha hecho y dado al público. Observar cómo el mítico tenor español buscaba la mejor manera de cerrar la frase final de la pieza fue suficiente para emocionarse con el hombre y el artista. “Reconforta escuchar tantos aplausos”, dijo Aragall, que todavía tuvo tiempo para hablar con generosidad de algunos de los presentes. “Estoy contento de estar aquí, con un maestro tan joven que sabe tantas cosas”. Se refería a Óliver Díaz, artista de talento y hecho así mismo desde la más absoluta meritocracia. Díaz realizó un gran trabajo de dirección durate toda la velada. Resultó notable la interpretación del famoso Va, pensiero del Nabucco de Verdi. El fragmento se podría haber interpretado más lento y puede que algo más enfático y expresivo, pero no con mayor rigor, musicalidad e intención. Es sorprendente el salto cualitativo que ha dado el Coro Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo en los últimos años. Estamos seguros de que algo ha tenido que ver en ello su director, el también compositor y director de orquesta Rubén Díez. Por su parte, Óliver Díaz ofreció una gran interpretación del Preludio de La revoltosa, de Ruperto Chapí, donde pudimos observar su esfuerzo por ordenar de la manera más expresiva la sonoridad y ajuste rítmico de una orquesta que necesita trabajo y dedicación para ofrecer versiones de interés, como así fue. Todo un acierto contar con su batuta para la ocasión.

Fotografía: Web de la Oviedo Filarmonía.

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