Por Sílvia Pujalte
Hay liederistas con una trayectoria tan consolidada que a veces basta con ver el programa de un recital para identificarlo como suyo. Por ejemplo, un programa que presenta lieder de Liszt y Wolf distribuidos sin orden aparente e interpretados sin pausa apunta directamente a Matthias Goerne. Goerne evita en cuanto le es posible dividir el recital en dos partes y si puede evita también los aplausos entre obras; no tiene ningún problema en dedicarlo íntegramente a dos compositores etiquetados como "difíciles" y sería muy impropio de él ofrecer un programa que no estuviera bien hilado por lo que habrá que estar muy atentos para encontrar la relación que no hemos visto antes. Matthias Goerne exige mucho al público y este parece encantado de entregarse a sus exigencias; a cambio, el barítono ofrece una preparación concienzuda de sus recitales, una implicación total de la primera a la última nota y emociones fuertes. Quizá no sea el cantante más recomendable para alguien que simplemente desee pasar una velada agradable pero la expresión del público al acabar, en comunión con la luminosa sonrisa del barítono, suele mostrar que el esfuerzo de todas las partes ha merecido la pena.
A sus 48 años es uno de los más reconocidos intérpretes de lied de la actualidad, con una larga y sólida carrera como tarjeta de presentación. En este caso el término lied no es una generalización por “canción de cámara” sino que hay que interpretarlo literalmente porque el barítono se dedica casi exclusivamente a la canción en alemán; como hicieron en su día sus maestros Dietrich Fischer-Dieskau y Elisabeth Schwarzkopf o en la actualidad Christopher Gerhaher, Goerne se acerca en raras ocasiones a la canción en otras lenguas que no sean la suya. Sus motivos habría que buscarlos, quizá, en la importancia que da a los poemas que canta (y tal vez sea oportuno mencionar que su padre, Dieter, es dramaturgo y profesor de literatura). Nuestro protagonista paladea los versos y usa todos sus recursos para extraer el último matiz de cada palabra. Domina las medias voces y se mueve con soltura entre pianísimos y fortísimos, rozando la exageración en ocasiones; sus interpretaciones son intensas, tan intensas que parece que canta con todo el cuerpo, y establece una relación con el público que está al alcance de pocos cantantes.
En estos perfiles que llevamos trazando desde principio de año nos centramos en la trayectoria liederística de los cantantes y la razón es sencilla: suele quedar eclipsada por su trayectoria operística. En los tres perfiles publicados hasta ahora hemos hablado de Simon Keenlyside, que mantiene desde el principio de su carrera el equilibrio entre ópera y canción; de Philippe Jaroussky, un cantante que se dedica sobre todo a la ópera y acude a la canción sólo en circunstancias muy concretas; en Matthias Goerne tenemos un buen ejemplo de cantante en el extremo opuesto, se dedica sobre todo al lied y canta ópera esporádicamente (es decir, en su caso sería más propio decir que su trayectoria liederística eclipsa la operística). Destácabamos antes la intensidad de sus interpretaciones; Goerne confiesa echar de menos esa intensidad en la ópera, esa exigencia pieza a pieza concentrada en unos pocos minutos, y no se ha prodigado mucho su desde su debut en Salzburgo en 1997 intepretando el papel de Papageno; no esconde (le sería muy difícil hacerlo) que sus preferencias se inclinan claramente por el lied, aunque también frecuenta el oratorio.
Sus propuestas no están exentas de riesgo. Quizá la más original, valiente o excéntrica, según diferentes puntos de vista, sea su acercamiento a una obra asociada claramente con el repertorio femenino como es Frauenliebe und -leben, un ciclo que ha cantado en diversas ocasiones causando no pocos sobresaltos en el pequeño mundo del lied; probablemente sea el único cantante que lo haya hecho en los últimos setenta años. En un terreno menos osado y más frecuentado por otros cantantes podemos mencionar sus recitales acompañado de arpa en lugar de piano o, en la actualidad, su colaboración con William Kentridge en un espectáculo que combina la interpretación de Winterreise con la proyección de los vídeos del artista sudafricano.
La discografía de Matthias Goerne es extensa, centrada en Schubert ya desde su colaboración en 1996 con la integral de lieder de este compositor coordinada por Graham Johnson para Hyperion. Desde 2008 está grabando su propia Edición Schubert, una selección de lieder en este caso, que quedarán recogidos en doce CD. Merece la pena destacar también los dos discos dedicados a las canciones de Hanns Eisler, un compositor poco frecuentado en los escenarios y en las grabaciones, a los que hay que añadir un tercero que recoge su Deutsche Sinfonie.
Algo que llama la atención al repasar su trayectoria y que queda también reflejado en su discografía es la ausencia de un pianista acompañante estable a lo largo de los años. Por poner un ejemplo, en los ocho CD de la Edición Schubert publicados hasta el momento le acompañan siete pianistas diferentes y algunos de ellos, como Elisabeth Leonskaja, son sobre todo concertistas (podemos mencionar también entre estos a Alfred Brendel o Vladimir Ashkenazy). Goerne no responde, por tanto, al caso más habitual de cantante al que asociamos rápidamente con un determinado pianista; quizá su inquietud le lleve también a establecer relaciones más breves y explorar diferentes maneras de entender el lied. De momento, en su próxima cita en el Teatro de la Zarzuela lo escucharemos acompañado por su pianista más estable en las últimas temporadas, Alexander Schmalcz.
Foto: Marco Borggreve
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