Una entrevista de Aurelio M. Seco
Raúl Angulo Díaz es director de la Cátedra de Filosofía de la Música de la Fundación Gustavo Bueno, responsable del proyecto Ars Hispana, licenciado en musicología por la universidad de La Rioja y doctor en Filosofía por la universidad de Oviedo. Ha editado abundante material musical de compositores españoles que tuvieron un importante protagonismo en nuestro país entre los siglos XVII y XIX.
¿Cuándo nace Ars Hispana y por qué? ¿Qué vinculaciones tiene con la Fundación Gustavo Bueno?
El proyecto Ars Hispana nació a principios de 2009, tras una larga maduración, años de transcripción y colaboración con diversos grupos especializados en la música antigua. Después de haber transcrito centenares de obras, pareció natural dar a conocer el trabajo a un público más amplio y, con ello, ayudar a que la música española e hispanoamericana salga del penoso estado de desconocimiento y minusvaloración que padece. Al principio optamos por la fórmula de la autoedición. Como yo estaba haciendo la tesis doctoral en la universidad de Oviedo bajo la dirección de Gustavo Bueno Sánchez, éste amablemente me propuso crear la Cátedra de Filosofía de la Música de la Fundación Gustavo Bueno, dentro de la cual se inserta el proyecto Ars Hispana. La Cátedra de Filosofía de la Música tiene unos objetivos más amplios, no solo de difusión de la música española e hispanoamericana, que tienen que ver con la filosofía de la música.
¿Cómo llega usted al proyecto?
Mi interés por la música conservada en los archivos viene de mi adolescencia, cuando visitaba el archivo diocesano de Logroño (La Rioja) y transcribía las obras ahí custodiadas. Fue una sorpresa descubrir que en una localidad tan pequeña existían unas obras nada desdeñables compuestas por un puñado de compositores totalmente desconocidos. Resulta que a pocos kilómetros de mi pueblo, tenía a mi disposición tres archivos musicales (el de Haro, el de Briones y el de Santo Domingo de la Calzada) con varios miles de documentos musicales. Era música, además, que me parecía por entonces extraña y exótica, comparada con la que se solía escuchar. Años después conocí a Antoni Pons Seguí. Coincidimos en el interés por la música española y en 2007 confeccionamos juntos un programa dedicado exclusivamente a la música de Juan Francés de Iribarren, titulado “Fiesta barroca en la España del s. XVIII”, para un grupo que se llamaba Opera Omnia. Tiempo después decidimos poner en marcha el proyecto Ars Hispana.
¿Qué intención tiene Ars Hispana?
El propósito de Ars Hispana es dar a conocer la música española e hispanoamericana compuesta entre los siglos XVI y XIX a los músicos, musicólogos y aficionados a la música en general, especialmente aquella compuesta entre los siglos XVII y comienzos del XIX, hoy en día casi olvidada. Para ello tratamos de ofrecer ediciones fiables, muchas veces de obras aún no editadas, basadas directamente en las fuentes originales y con el debido aparato crítico.
Haga balance de lo realizado hasta la fecha
En estos cinco años hemos publicado más de medio centenar de ediciones de música. Algunas están tan solo en formato digital, mientras que otras están también disponibles en ediciones impresas. Los músicos prefieren comprar las ediciones en digital, mientras que las bibliotecas prefieren comprar los impresos. Una línea editorial que cuidamos con especial esmero es la música escénica española, sobre todo la de finales del siglo XVII y comienzos del siglo XVIII. A pesar de que se han conservado algunas partituras magníficas de zarzuelas y óperas de esta época, aún no están disponibles para los estudiosos o para los músicos.
Además de las ediciones, hemos realizado algunos cursos, como el “Curso de filosofía de la música” en Santo Domingo de la Calzada. Hemos colaborado con La Academia de los Nocturnos en el “II Curso de Música Antigua de Valencia” (2013), dedicado a la figura de Sebastián Durón (1660-1716) y en el “III Curso de Música Antigua de Valencia” (2014), dedicado a la figura de Carlos Patiño (1600-1675).
Colaboramos también habitualmente con algunos grupos especializados en la música antigua. Así, por ejemplo, Harmonia del Parnás, dirigido por Marian Rosa Montagut, publicó en 2012 un CD titulado Bárbaro con obras de Francisco Hernández Illana (ca. 1700-1780) y Francisco Corradini (ca. 1690-1769) editadas por nosotros, y recientemente el grupo La Boz Galana, residente en Basilea, ha grabado un CD con obras de Matías Durango (1636-1698) que les preparé. También hemos elaborado diversos programas de concierto para varios grupos, como La galanía o Forma Antiqva, y colaborado con diversas instituciones, como el Conservatorio Superior de Música del Principado de Asturias, con la presentación de una publicación de cuartetos de cuerda inéditos de Cayetano Brunetti (1744-1798), dos de los cuales interpretaron los profesores del conservatorio, o la ESMUC, cuyos alumnos interpretaron la zarzuela Selva encantada de amor de Durón editada por nosotros.
¿En qué quieren convertir Ars Hispana?
Nos gustaría ir más allá de las ediciones críticas de obras musicales, publicando estudios monográficos sobre compositores y obras, ofreciendo cursos o patrocinando grabaciones, aunque, de momento, esto excede nuestras posibilidades, ya que somos un proyecto que no cuenta con subvenciones y que, por desgracia, no resulta rentable, dado el poco interés que despierta la música que trabajamos. Es cierto que, en parte, son cosas que ya estamos haciendo, aunque en estos momentos preferimos sumarnos a proyectos que otras entidades tienen puestos ya en marcha.
¿Hay más compositores españoles de los que se nombran habitualmente?
Hay muchísimos compositores. Téngase en cuenta que, además de las catedrales, muchas parroquias, conventos y colegiatas tenían maestros de capilla con la obligación de componer obras en las principales fiestas del año. Algunos de ellos trabajaron también para los miembros de la nobleza y la aristocracia. Las obras de los compositores españoles se custodian en los más diversos archivos y bibliotecas, tanto en España como en el extranjero, como por ejemplo en Francia, Alemania, Polonia, Suecia, México, Guatemala, Bolivia, etc.
Del siglo XVII yo destacaría a Carlos Patiño, Cristóbal Galán, Juan Hidalgo, Juan de Navas, Juan del Vado, Matías Ruiz, Juan Bonet de Paredes o Matías Veana, todos ellos activos en Madrid, reconocidos en su tiempo y cuya obra fue muy copiada e imitada. A excepción de las obras de Galán y, en parte, de las de Patiño, de los demás apenas disponemos de ediciones.
De la primera mitad del siglo XVIII, destacaría los nombres de Sebastián Durón, José de Torres, Antonio Literes, José de Nebra, Francisco Corselli, José Mir y Llusá, Juan Francés de Iribarren o Francisco Hernández Illana, de los que tan solo se ha editado y grabado una parte muy pequeña de su obra.
De la segunda mitad del siglo XVIII, yo destacaría ante todo a Cayetano Brunetti (1744-1798), un magnífico compositor del que apenas se ha editado nada. En Ars Hispana tenemos la intención de ir dando a la imprenta poco a poco su obra, empezando por sus cuartetos y sus sinfonías, que son de lo mejor que se compuso en su época. También estamos muy interesados en el repertorio de tecla de esta época. Juan Sessé (1736-1801), Félix Máximo López (1742-1821), José Lidón (1748-1827) o José Teixidor y Barceló (ca.1752-ca.1814) son algunos de los compositores más interesantes de la segunda mitad del siglo XVIII que compusieron para tecla.
¿Qué autores españoles o música española de interés necesita ser recuperada por su calidad?
Aun reconociendo que hay todavía muchos compositores interesantes que merecen ser conocidos por el pública actual, quisiera destacar que, a mi juicio, la obra de Sebastián Durón y de Cayetano Brunetti es, quizá, la más urgente de dar a conocer. Durón es uno de los mejores compositores de su tiempo, y su música, tanto escénica como eclesiástica, es de una gran originalidad y maestría. De Durón no poseemos siquiera un catálogo crítico de sus obras, por lo que se le atribuyen obras que no son suyas y se atribuyen a otros compositores obras que son suyas. En cuanto a Brunetti, aunque ha sido objeto de algunos estudios importantes (se han elaborado varias tesis doctorales sobre él y un catálogo crítico de su obra), aún no está disponible para los intérpretes más que una pequeña parte de su extensa producción, que es casi toda instrumental (sonatas para violín solo, tríos, cuartetos, quintetos, sextetos, sinfonías…). Su música es muy compleja y variada. Brunetti se hace eco de los principales estilos y técnicas de su época, conociendo de primera mano lo que hacían los compositores alemanes, franceses e italianos, todo ello dentro de una notable originalidad.
¿Cree que es acertada la denominación de “música clásica”? ¿Qué entiende usted por ello?
El término clásico hace referencia a la pertenencia a una clase, pero no a una clase cualquiera, sino a una clase que es superior, axiológicamente hablando. La expresión “música clásica”, por tanto, tiene una connotación axiológica y, por tanto, implica un juicio de valor. Su significado es muy similar al de la expresión “música culta”, cuando al término “culto” se le da un sentido subjetivo, esto es, cuando “culto” se entiende como cultivo de sí mismo en aquello que se tiene por valioso. La expresión “música culta”, por lo demás, puede adquirir otros significados que no tendrían nada que ver con la expresión “música clásica”, dado que la idea de cultura, a partir del siglo XVIII y XIX, sobre todo en Alemania, cambió de sentido y adquirió una connotación salvífica y objetiva, entendiéndose como aquello que emana del espíritu del pueblo (Volkgeist) y que salva a los individuos. En este sentido, tiene más valor la música folklórica o popular que los conciertos de piano de Mozart.
La expresión “música clásica” nunca debería decirse en singular, sino en plural, “músicas clásicas”, dado que las tablas de valores son siempre múltiples. Hablar de “música clásica” en singular tiene un propósito propagandístico, al dar a entender que solo hay una clase de música que todo el mundo debe valorar positivamente y admirar, y en la que todo el mundo debe cultivarse. Por otro lado, la expresión “música clásica”, en su sentido valorativo o axiológico, corre el riesgo de uniformizar o nivelar todos los elementos del conjunto, esto es, de elevar excesivamente a obras mediocres o humildes que se incluyen dentro de la clase “música clásica”, o de erosionar aquellas obras que parecen más elevadas.
El término “clásico” ha adquirido otras connotaciones a lo largo del tiempo: algo que es digno de imitación, algo que es exclusivo de la antigüedad clásica, o bien algo que es cabal, perfecto, acabado y armónico (este último es el sentido, por ejemplo, que da Hegel a la expresión “arte clásico”, el arte bello que armoniza contenido y expresión). Es evidente que estas connotaciones no pueden aplicarse a todas las obras que se suelen incluir dentro de la “música clásica”. Muchos compositores del siglo XX han preferido romper con el denominado canon de la música clásica para elaborar sus composiciones, por lo que no puede decirse que sean un modelo de imitación. Tampoco puede decirse de muchas de las obras “clásicas” que sean algo acabado, armónico o pleno, ya que muchas veces se nos aparecen como algo misterioso, excesivo o grotesco, sin que por ello pierdan su valoración positiva.
La expresión “música clásica” podría tomarse también en un sentido taxonómico neutro y no valorativo, como cuando uno dice: “me gusta todo tipo de música, la música clásica, la música pop, la música rock y la música electro”. En este caso, la “música clásica” sería una clase de música más entre otras, a las que se le aplican algunas propiedades específicas, como el hecho de ser interpretada por una orquesta. Tal uso de la expresión “música clásica” es útil para guiarse, no sin confusión, en el complejo mundo de la música, aunque a nadie se le escapa la dificultad y arbitrariedad que conlleva el determinar sus “propiedades específicas”.
¿Podría ofrecer una definición de lo que es música?
La definición de lo que es la música solo puede ser una definición filosófica, pues desde las diversas ciencias o disciplinas (historia, acústica, psicología, sociología, etc.) no se puede abarcar todo el campo de los fenómenos musicales. Esto da lugar necesariamente a una pluralidad de definiciones incompatibles entre sí. Se me ocurre que habría que distinguir entre las definiciones unívocas y las definiciones equívocas. Las definiciones unívocas buscarían los componentes esenciales de la música que se dan en todos los fenómenos musicales, en todos los lugares y en todas las épocas. Las definiciones equívocas, para dar cabida precisamente a la diversidad de fenómenos musicales, suelen concluir que cada cultura, cada época histórica e incluso cada clase social tiene su música. Quizá para salir de las definiciones unívocas y de las definiciones equívocas habría que ensayar definiciones análogas de la música. Hay varias estrategias para elaborar una definición análoga. Una de ellas sería encontrar un “núcleo” de la música (que no habría que confundir con la esencia invariable que buscan las definiciones unívocas), un cuerpo institucional de la música (los instrumentos musicales, los mecenas, el grupo de compositores, libretistas, cantantes, etc.) y un curso histórico en el que se desarrolla la música, que daría lugar a una variedad de músicas que serían distintas, y aun incompatibles entre sí. A la hora de determinar el núcleo, podemos acudir a un núcleo morfológico e histórico, como por ejemplo, la música griega y la teorización pitagórica de los intervalos, de la que derivaría luego la música occidental. El problema de esta estrategia es que no podríamos hablar de música egipcia o música maya, ya que al partir de un núcleo concreto, el griego, del que deriva nuestra música, hemos de concluir que lo que hacían los mayas o bien no era música o bien era una cuasi-música. Otra estrategia para elaborar una definición análoga es acudir a un núcleo lisológico o genérico, esto es, a un núcleo que no atienda a las formas concretas de la música. Un núcleo lisológico sería el apreciar (esto es, distinguir) y establecer diversas alturas en el sonido, como hicieron los pitagóricos con sus intervalos. Parece que para que podamos hablar de música en un grupo humano debe haber unos sonidos reglados (al menos, agudos y graves) que los miembros de un grupo han de distinguir.
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