CODALARIO, la Revista de Música Clásica

Críticas 2016

Crítica: '¡Cómo está Madriz!' en el Teatro de la Zarzuela

31 de mayo de 2016

LA VIGENCIA DEL GÉNERO "CHICO"

  Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 27/V/2016. Teatro de la Zarzuela. ¡Cómo está Madriz! Versión escénica de Miguel del Arco basada en La Gran Vía y El año pasado por agua (Federico Chueva y Joaquín Valverde). Paco León (Paco), Luis Cansino (Caballero de Gracia /Policía de seguridad), María Rey-Joly (Merche/La Menegilda), Amelia Font (Doña Virtudes), Amparo Navarro (El Eliseo Madrileño) entre muchos otros. Dirección Musical: José María Moreno. Dirección de escena: Miguel del Arco.

   La Zarzuela es uno de los géneros más fascinantes a la par que incomprendidos que existen. Víctima de tópicos labrados en el desconocimiento o el desprecio ciego e intencionado, que le tildan de “casposo” o “antigualla” cuando, al contrario, es único en la manifestación de sus tipos populares, el constumbrismo de la mejor ley y -particularmente en el sainete o el llamado género “Chico”  madrileño- con altas dosis de crítica social y política. Estas obras en un acto que constituyen ese género llamado “chico” por sus duraciones, pero grande por sus calidades, consagran la alegría de vivir de las clases populares urbanas madrileñas que, a pesar de sus penurias, de los malos gobernantes y la injusticia social, proclaman su vitalidad y sano casticismo a la par que, con un tono burlón e irónico, denuncian las situaciones que les afectan en su vida cotidiana y con ese carácter abierto de una ciudad donde se adopta a todo el mundo y nadie se siente de fuera. Y todo ello, por si fuera poco, con una música magnífica que nada tiene que envidiar a otros géneros hermanos (al contrario) que gozan de mejor prensa como la opereta o el musical.

   El montaje “¡Cómo está Madriz! que aquí se reseña se basa en la inmortal “La gran vía”, esa especie de continuación que fue “El año pasado por agua”, ambas de Federico Chueca (la genial inspiración) y Joaquín Valverde (la siempre imprescindible técnica), además de una pieza de “El barberillo de Lavapiés” de Barbieri y el magnífico Vals de la bujía de la desconocida “Luces y sombras”, también de Chueca y Valverde. Se trata de un intento de luchar contra esos tópicos y demostrar la vigencia del género poniendo de relieve los paralelismos de las situaciones sociales y políticas que se denunciaban en dichas obras con la más rabiosa actualidad, a pesar de haber transcurrido 130 años. En tal sentido, cabe valorarse positivamente el trabajo de Miguel del Arco sobre una escenografía de Eduardo Moreno y un estupendo vestuario de Pedro Moreno, toda vez que el montaje discurre ágil, con dinamismo, apoyado en la desenvuelta comicidad de Paco León, cuya presencia es fundamental y base de la puesta en escena. Un rostro, además, familiar para el gran público por su trayectoria televisiva y que facilita esa “actualización” y acercamiento del género al gran público porque no hay nada como conocerlo bien para desmantelar esos injustos sambenitos y lugares comunes.

   De este modo, sobre el escenario vemos un desfile de personajes de la época en que se estrenaron las obras junto con los actuales. El Pablo Iglesias de entonces, líder del recien creado Partido Socialista que luchaba contra la alternancia en el poder de Conservadores y liberales, personificados en Cánovas y Sagasta (también presentes), y al Pablo Iglesias de ahora en plena crisis del bipartidismo que ha protagonizado la vida española democrática de los últimos años. También la indignación ante la deuda pública que no deja de crecer, los planes y obras megalómanas que no acaban nunca, y esos malos gobernantes, además de corruptos, que han asolado el país. Los “pelotazos” de antes son parecidos a los de ahora. Impagable ver la fabulosa Jota de los ratas (que mereciera en su dia los elogios de Nietzsche) cantada por trasuntos de Bárcenas, Pujol y Fabra sobre imágenes de Isabel Pantoja, Julián Muñoz, Rodrigo Rato… Asimismo, es importante resaltar esa presencia de la intelectualidad encarnada por Valle Inclán, Machado, Benavente, Galdós, Baroja, siempre preocupados por los problemas y la idea de España y que no podían imaginar que aún podrían ir peor las cosas para el país llegándose a una lucha fratricida. También comparece Barbieri, figura fundamental de nuestra zarzuela, cofundador del Teatro de la Zarzuela y uno de los grandes músicos que ha dado España, defendiendo la legitimidad del concepto del teatro como puro entretenimiento. Como se subrayaba anteriormente,  el montaje progresa ágil, provoca carcajadas y la mayoría de las situaciones, descaradas e irreverentes, están bien trabajadas y resultan eficazmente cómicas, a pesar de alguna que otra no tan lograda y alguna provocativa en que se practica una felación a un sacerdote, que provocó airadas protestas de algunos espectadores que abandonaron la sala.

   El aspecto musical, siempre fundamental, obviamente, estuvo garantizado por la cuidada labor de José María Moreno, algo falto de chispa, pero atento a los cantantes y buscando el mayor acabado musical posible en detrimento de esa vivacidad propia de este repertorio. Luis Cansino destacó en el aspecto actoral sobre el vocal. No se le escapó ni una palabra a la que dar contenido teatral en su doble cometido de Caballero de Gracia y policía de seguridad. Los papeles dramáticos que ha abordado en los últimos tiempos han hecho mella en el timbre originario de lírico-ligera de María Rey Joly, ahora un tanto desgastado y leñoso, aunque la soprano mantiene su musicalidad y una muy atractiva presencia escénica. Amelia Font ejemplar, como siempre, en el decir, los acentos y el conocimiento del género, en una Doña Virtudes convertida en Esperanza Aguirre. Hubo que esperar hasta el final para escuchar la voz más timbrada y carnosa de la noche a una Amparo Navarro, si no muy garbosa en su chotis del Eliseo, siempre seria profesional. Impecable el coro del Teatro de la Zarzuela, con su personalidad y bien asentadas calidades y para quien este repertorio, lógicamente, no tiene secretos.

Teatro de la Zarzuela ¡Cómo está Madriz! Crítica