CODALARIO, la Revista de Música Clásica

Críticas 2016

Crítica: 'Simon Boccanegra' en la Ópera Estatal de Viena

4 de junio de 2016

A PEDIR DE "BOCCA"

  Por Rubén Martínez
Viena. 30/V/16. Ópera Estatal de Viena (Wiener Staatsoper) Simon Boccanegra, Verdi.  Dmitri Hvorostovsky, Barbara Frittoli, Francesco Meli, Ferruccio Furlanetto, Adam Plachetka, Sorin Coliban, Carlos Osuna, Lydia Rathkolb. Director musical: Marco Armiliato. Director de escena: Peter Stein.

   Es imposible negar que Dmitri Hvorostovsky es uno de los artistas más carismáticos del panorama lírico actual. Desde aquél ya lejano duelo con Bryn Terfel durante el Cardiff Singer of the World de 1989 en el que el ruso arrebató al galés el primer puesto son numerosísimas las grabaciones que ha realizado, aprovechando una década en la que las discográficas aún estaban ávidas por incrementar sus catálogos y el mercado del CD clásico aún vivía su apogeo. Apoyándose en una atractiva y personal presencia física Hvorostovsky ha sabido mantener su nivel de popularidad y groupies durante más de dos décadas, compartiendo tirón en su momento con los Alagna y Gheorghiu y manteniendo el tipo ahora con la versión 2.0 del divismo de la mano de Netrebko, Kaufmann o Garança. Del mismo modo es difícil rebatir que su vocalidad no está especialmente adaptada al lenguaje verdiano, ni por emisión, ni por cualidades tímbricas ni por requerimientos idiomáticos. Aun así el ruso sigue luciendo esa pátina aterciopelada en toda su gama, desde un grave algo engolado pasando por un centro de atractivo color y seductora personalidad hasta llegar a un agudo dúctil y flexible, sin especial brillo pero sin durezas en la emisión. Por todo ello y a pesar de la mencionada ausencia de afinidad del material del ruso para con el compositor de Busseto su trabajo termina convenciendo por musicalidad, entrega y personalidad tímbrica.

   Muchas dudas teniamos sobre la Amelia Grimaldi de Barbara Frittoli que apenas hace unas semanas interpretara sobre el escenario de las Ramblas. En esas funciones liceísticas se asistió a una Frittoli en franco desentendimiento con su extremo agudo que llegó a resultar cercano al grito cada vez que la partitura ascendía por encima de un la natural. Afortunadamente, en esta función de Viena hemos asistido a una reconciliación parcial entre la artista, su técnica y los sonidos por encima del pentagrama. No significa esto que se haya firmado un tratado de paz sino que hablaríamos más bien de una tregua entre la italiana y sus notas altas, ya que la guerra sigue declarada y la precaución con la que Frittoli encara los escollos de la partitura es patente en momentos como "la rugiada dei fior" al final de su aria de entrada en la que obligó a Marco Armiliato a un brusco y antimusical ritardando. Es una pena que el desgaste en esa zona empañe su prestación global, ya que por lo demás seguimos siendo testigos de un material y estilos italianísimos, una emisión académica en el centro y primer agudo, algo entubada y escasa de proyección en el grave pero con un control sobre el aire, un fiato y un saber desgranar el texto que siguen siendo dignos de todo elogio.

   El genovés Francesco Meli continua reivindicando su posición hegemónica dentro de los tenores líricos italianos del momento. La proyección de su material es envidiable en toda su extensión consiguiendo un solvente protagonismo incluso en los concertantes y números de conjunto en los que esta obra es pródiga. Todo en Meli parece fluir con calculada facilidad, con un canto genuinamente mediterráneo y fresco, luminoso y solar, que genera en el espectador una sensación de placer acústico inmediato y de solvencia técnica. El fiato de Meli no tiene nada que envidiar al de la propia Frittoli y ambos ligaron compases a placer. Es cierto que cabría pedirle al genovés algo más de squillo en su agudo especialmente en las vocales “a” y “o”. Eso no significa que esos sonidos no estén perfectamente cubiertos y girados, algo que nos recuerda en cierto modo a la escuela del passaggio del maestro Carlo Bergonzi, que siempre experimentó más dificultad en esas mismas vocales y atacó las mismas sacrificando punta por redondez.

   El veterano Ferruccio Furlanetto sigue acaparando los Fiesco y Felipe II de gran parte de los escenarios mundiales. Con una carrera que supera ya los cuarenta años es digno de elogio comprobar cómo es capaz de seguir resolviendo estos roles a pesar de contar con un material bastante alejado del ideal de un bajo cantante. Y es que la vocalidad de Furlanetto es complicada, con una materia prima ya bastante seca y ajada, emisión leñosa y bastante desigual pero que suple con unas tablas envidiables y una acentuación intensa, amén de una impactante rotundidad en el grave. Ni el canto ni la emisión de Furlanetto han sido nunca paradigmas de elegancia y nobleza, con un fraseo entrecortado, piangolone y pródigo en excesos de corte verista. Sin embargo el italiano convence por personalidad tímbrica y encarnación del personaje así como por la solvencia en toda su extensión.

   El Paolo de Adam Plachetka, miembro de los cuerpos estables del teatro, cumplió con creces y demostró un material de cierta calidad y resuelto en el agudo. Algo por debajo el Pietro de Sorin Coliban, brusco y forzando innecesariamente su registro grave. Correcto Carlos Osuna como Capitán y Lydia Rathkolb como doncella.

   El maestro genovés Marco Armiliato volvía a subirse al podio tras su Don Carlo de la noche anterior y su prestación estuvo incluso ligeramente por encima de dicha velada en una partitura complicada y especialmente coral. Supo plegarse a las exigencias de los solistas, especialmente de Barbara Frittoli, que modificaba los tiempos a su antojo en función de los compases que se avecinaran. Brillante y empastado el Coro de la Ópera de Viena, con especial relevancia en la sección grave masculina.

   La producción de Peter Stein adolece de una mayor presencia de los motivos marinos, totalmente ausentes hasta el último acto sobre las frases de Boccanegra “o refrigerio, la marina brezza”. El aria de entrada de Amelia/Maria resultó pobre y minimalista en demasía. Tampoco el círculo con juegos de luces en el acto segundo fue especialmente estimulante. La escena del Consejo careció de profundidad aunque benefició la proyección vocal de Hvorostovsky.

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