CODALARIO, la Revista de Música Clásica

Críticas 2016

Crítica: Miguel Romea, Waltraud Meier y Juana Guillem con la Orquesta Nacional de España

7 de junio de 2016

ETERNAMENTE, DOÑA WALTRAUD

  Por Raúl Chamorro Mena
Madrid. 3/VI/2016, Auditorio Nacional de Música. Temporada OCNE. Helix para orquesta (Esa-Pekka Salonen); Concierto para flauta y orquesta de viento (Mike Mower); Das Lied von der Erde -“La canción de la Tierra” (Gustav Mahler). Juana Guillem, flauta. Waltraud Meier (mezzosoprano), Robert Dean Smith (tenor). Orquesta Nacional de España. Director: Miguel Romea Chicote.

   La primera parte del concierto se dedicó a dos obras que se interpretaban por primera vez por la Orquesta Nacional de España y creadas por dos músicos nacidos el mismo año, 1958. Hélix de Esa-Pekka Salonen, que combina su magnífica carrera como director de orquesta con la composición, es una especie de crescendo orquestal de nueve minutos de duración que tiene más de ejercicio de técnica compositiva que de sustancia musical. La interpretación resultó más bien borrosa y embarullada.

   Mucho más interesante el Concierto para flauta y orquesta de viento de Mike Mower, que sustituía al en su día previsto concierto para arpa y orquesta de Penderecki. Un ejemplo de mezcla o mestizaje musical entre música clásica y jazz -con ecos de Bernstein y Gershwin-, que tuvo en la flautista Juana Guillem una destacada solista y un acompañamiento rutinario por parte de Romea.

   La grandiosa La canción de la tierra de Mahler, también denominada sinfonía para tenor, contralto (o barítono) y orquesta, según poemas de autores chinos ocupó la segunda parte del concierto.

   La gran Waltraud Meier es ya un mito de los escenarios. La mejor cantante wagneriana en absoluto de los últimos 30 años, una artista con todas las letras, que ha dejado impronta de su personalidad, magnetismo y capacidad de emocionar en todas sus interpretaciones. En Madrid ha podido disfrutarse de su arte desde un lejano Compositor de Ariadne auf Naxos en 1991 (Teatro de la Zarzuela) a dos memorables creaciones wagnerianas ofrecidas en el Teatro Real, Ortrud e Isolde, interpretaciones históricas, especialmente esta última, ya que si sólo hubiera que asociar un papel a la Meier éste sería el elegido. A sus 60 años y después de más de tres décadas de carrera intepretando papeles exigentísimos, Meier se encuentra en una lógica decadencia. El timbre ha perdido tersura y se escucha mermadísimo de brillo, sonoridad y armónicos, especialmente en la franja central y grave. Apenas pudieron escucharse algunas frases expresadas con sentimiento y emotividad en su primera intervención “Der Einsame im Herbst” (El solitario en Otoño) y especialmente en la monumental última “Dar Abschied” (La Despedida) con unos Ewig, Ewig (eternamente, eternamente), que quedaran en nuestra memoria. En el resto resultó apenas audible. La exuberante orquestación mahleriana y la escasa atención de la batuta a los cantantes, que deben interpretar su partitura con una centuria detrás y a la misma altura, tampoco permitió disfrutar, más que en puntuales momentos, del fraseo siempre elegante y musical de Robert Dean Smith al que su falta de metal y proyección en la zona alta penalizan especialmente en una parte tenoril escrita en una tesitura inclemente, sobretodo la primera de sus canciones “Das Trinklied von Jammer der Erde” (Canción báquica por la miseria de la Tierra). La dirección de Romea, como corresponde a un músico ligado a la creación contemporánea, se centró más en las tímbricas orquestales, buen sonido el ofrecido por la ONE, que en la emoción y contrastes mahlerianos, especialmente exacerbados en esta composición de la última etapa de su vida. Escasamente pendiente de los cantantes, selló una labor un tanto deslabazada, poco estimulante, fundamentalmente impersonal y definitivamente plúmbea.

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