Por Rubén Martínez
Londres. 30/VI/16. Royal Opera House Covent Garden, Nabucco, Verdi. Liudmyla Monastyrska, Dmitri Platanias, John Relyea, John Relyea, Jean-François Borras, Vlada Borovko, Samuel Sakker, David Shipley. Orquesta y Coro de la Royal Opera House Covent Garden. Dirección musical: Renato Balsadonna. Dirección de escena: Daniele Abbado.
La soprano ucraniana Liudmyla Monastyrska fue sin lugar a dudas lo más destacado de la noche desde un punto de vista vocal. Su material tiene una fuerza torrencial, un auténtico tsunami de sonido de generoso voltaje decibélico que impacta en la sala casi como una onda expansiva. La imposible escritura del rol de Abigaille se convierte en la garganta de la ucraniana en un derroche de medios, dosificando la densidad de sonido a placer y atreviéndose con notas en pianissimo con las que soñarían muchas sopranos lírico ligeras. No cabe por tanto otra clasificación para Monastyrska que la de fenómeno vocal de nuestros dias. Por hacer alguna anotación en el debe de su vocalidad cabría pedirle un mayor trabajo de homogeneización en su registro de pecho, algo retrasado en términos de colocación y falto de musicalidad, lo cuál produce cierta sensación de guturalidad en dicha zona, lo que no sucede en el resto de su amplia extensión.
El barítono griego Dmitri Platanias es un habitual de la Royal Opera House, en la que ha participado en sus últimas temporadas como Rigoletto, Alfio, Tonio y Paolo Albiani. Platanias posee un instrumento sólido y solvente, de suficiente extensión y presencia en todos sus registros. El sonido es algo basto, plano y con cierta deficiencia de armónicos, aunque de notable homogeneidad. No es en absoluto un intérprete que evoque reminiscencias de nobleza y elegancia, por lo que le vemos más adecuado para lecturas menos refinadas de Amonasro o Scarpia antes que para un Nabucco. Sin negar la evidencia de encontrarnos ante un artista honrado y seguro su emisión y fraseo terminan por resultar monótonos en exceso, sin colorido ni contrastes. En último término no se aprecian prácticamente diferencias en la forma de abordar su entrada "Di Dio che parli", el "chi mi toglie il reggio scettro", el "deh, perdona ad un padre" o el "Dio di Giuda". La forma en la que la voz va ganando cierto componente nasal a medida que asciende hacia la zona de paso sacrificando la nitidez de la dicción unido al brillo que adquiere en el registro agudo nos recuerda lejanamente al argentino Mateo Manuguerra.
El bajo canadiense John Relyea asumía el complicado papel de Zaccaria, un rol en el que no se ha prodigado en exceso y que por primera vez asumía en un coliseo de primer nivel. La tesitura de Zaccaria ha puesto en más de un aprieto al canadiense, rozando el accidente vocal tanto en la cabaletta "come notte a sol fulgente" como en el "niuna pietra ove sorse l'altera" al final del tercer acto. Obviamente la zona de confort de Relyea y lo que justifica la importante carrera que está desarrollando reside en la parte inferior del pentagrama, donde logra sonidos profundos y de gran rotundidad como en "sul mio labbro favella il Signor". En cualquier caso el principal lastre del artista a la hora de brindar credibilidad a un personaje como Zaccaria reside en la falta de atractivo de un timbre agrio e ingrato como pocos, algo a lo que no contribuye una emisión encajada atrás y de corte truculento que la hace ideal para roles como el Wurm que le escuchamos en Madrid el pasado mes de abril pero no para los personajes verdianos más nobles y elevados, como el que nos ocupa, Fiesco, Silva o el propio Felipe II que también le pudimos oir en Madrid (El Escorial) el año pasado. Cuando hablamos de colores vocales ingratos en la cuerda de bajo muchas veces nos viene a la mente la figura de Ferruccio Furlanetto que, sin embargo, resulta mucho más artista que Relyea, haciéndonos olvidar por momentos el desgaste y aspereza del sonido, algo que con el canadiense es muy difícil de conseguir. Su mejor momento lo logró en la plegaria "Tu sul labbro" al emplear medias voces que suavizan y mejoran su color vocal, consiguiendo alguna frase de cierta ductilidad.
Bastante decepcionante el Ismaele del francés Jean-François Borras, artista cuya presencia en escenarios como la ROH, la Ópera de Viena o el Metropolitan de Nueva York no se explica sin la labor de una potentísima agencia como IMG. Borras llegó a sufrir con un papel a priori tan poco exigente como el Ismaele, con una emisión irregular, un color vocal genérico y una apatía general en su fraseo e interpretación. Escénicamente hubo más cosas que restaron que las que sumaron. Con lo visto en esta función nos cuesta imaginarnos qué méritos puede desplegar para ser Duca, Rodolfo o Werther en el Met.
La Fenena de Miriam Treichl resultó correcta en lineas generales aunque algo sopranil para los requerimientos del papel. Con ganas nos quedamos de apreciar en roles de mayor enjundia a Vlada Borovko en el breve papel de Anna. Su frase "deh fratelli perdonate, una schiava salvata egli ha" fue suficiente para apreciar la existencia de un material de gran calidad.
A buen nivel el Abdallo de Samuel Sakker y absolutamente insuficiente y antimusical el Gran Sacerdote del bajo británico David Shipley, miembro del programa Jette Parker Young Artists.
La función que presenciamos fue la única de la serie dirigida por el director italiano Renato Balsadonna, encargado del Coro de la ROH desde 2004, puesto que abandonará al final de esta temporada para centrarse en su carrera como director de orquesta. Balsadonna impuso ritmo y nervio Verdiano desde la obertura, logrando que la Orquesta de la ROH alcanzara una gran sintonía con las rítmicas del compositor de Busseto resultando en un ímpetU y sabor italianísimos. Soberbio el Coro de la ROH tanto por calidad de la materia prima como por empaste y musicalidad.
La producción de Daniele Abbado se reponían en Londres tras su estreno en 2013. Coproducción con Milán, Barcelona y Chicago, pretende ofrecer una transposición temporal de la historia hacia mediados del siglo XX tomando como referencia la opresión al pueblo judio con una escenografia del primer acto que emula al memorial del holocausto en Berlin, y unas proyecciones más o menos omnipresentes que no siempre parecen tener una clara razón de ser.