CODALARIO, la Revista de Música Clásica

Críticas 2016

Crítica: 'Otello' de Verdi en el Teatro Real, con Gregory Kunde, Ermonela Jaho y Renato Palumbo

23 de septiembre de 2016

"Sólo cabe alabar la entrega, acentos vibrantes y expresión siempre sincera de Kunde que con todos sus problemas, no parece encontrar rival como Otello en el panorama actual".

OTELLO DESCAFEINADO

  Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 21/9/16, Teatro Real. Otello (Giuseppe Verdi). Gregory Kunde (Otello), Ermonela Jaho (Desdemona), George Petean (Yago), Alexey Dolgov (Cassio), Fernando Radó (Ludovico), Gemma Coma-Alabert (Emilia), Isaac Galán (Montano), Vicenç Esteve (Rodrigo). Orquesta y Coro titulares del Teatro Real. Dirección musical: Renato Palumbo. Director de escena: David Alden.

   Imprescindible la pequeña exposición dedicada a la ópera Otello, sus autores e intérpretes, que procedente del Archivio Ricordi, puede disfrutarse en la planta sexta del Teatro Real durante estas representaciones de la obra maestra verdiana, que vuelve al recinto madrileño después de diecisiete años. No hace falta recalcar aquí que Casa Ricordi es una entidad fundamental para la historia de la música y cultura, no sólo italiana, sino Europea. Giulio Ricordi, hijo del fundador Giovanni, fue un ejemplo como editor; emprendedor, inquieto, con un olfato imbatible como demuestra su apuesta incondicional contra viento y marea por el talento de Puccini, que dio los frutos inmortales que todos conocemos. Asimismo, el estímulo, la insistencia y las maniobras de Don Giulio con la colaboración de Arrigo Boito, después de limar las asperezas entre éste y el maestro, fueron esenciales para convencer al “Viejo León” de que volviera a la composición cuando había decidido ya la retirada y no había creado pieza alguna para el teatro desde Aida (1871) en un silencio sólo interrumpido por el Réquiem (1874).

   El maestro vuelve a su querido Shakespeare y crea una obra cumbre de madurez con la que culmina su evolución hacia el llamado “drama musical” por distintos caminos, obviamente, que Richard Wagner y manteniendo sus grandes señas de identidad, a saber una proverbial capacidad de concisión, la primacía de la melodía y el protagonismo fundamental de la voz y el canto, que no lo pierden, aunque, siguiendo la tendencia de todo el teatro lírico a partir del último tercio del siglo XIX y la progresión en ese apartado del maestro, el protagonismo de la orquesta en Otello gana muchos enteros con unas armonías de gran audacia, una importante construcción polifónica y una depurada orquestación que se gana la lisonja “de factura sinfónica”, pero siempre teatral y nunca prevaricante ante las voces, sin olvidar la famosa frase del propio Verdi: “L’opera è l’opera, la sinfonia è la sinfonia”.

   El papel protagonista es uno de los más complicados que existen para la cuerda de tenor. Desde el mítico Francesco Tamagno - que lo estrenó y no satisfacía totalmente a Verdi-, muy pocos cantantes se han atrevido con el papel y aún muchos menos han logrado plasmar, siquiera mínimamente, los requerimientos vocales, dramáticos y expresivos del mismo. El caso del norteamericano Gregory Kunde puede considerarse insólito dentro de la cuerda tenoril. Después de muchos años de carrera como tenor lírico-ligero, tenor agudo, centrado en Rossini y en los papeles de belcanto romántico, lleva unos años afrontando el repertorio spinto y dramático italiano, logrando el reto inaudito de cantar en vivo ambos Otellos, el de Rossini y el de Verdi. Hace tres años en Valencia y bajo la dirección de Zubin Mehta, Kunde logró una interpretación apreciable del Moro, compensando sus limitaciones con una gran preparación musical, entrega, acentos vibrantes y nervio teatral. En esta ocasión, -perjudicado por la producción y poco estimulado por la dirección musical, todo hay que decirlo- su prestación se situó claramente por debajo y aunque logró sacar adelante tan espinoso papel, dio la sensación de encontrarse al límite. Dejando de lado sus limitaciones en cuanto a centro y grave, el timbre -siempre sonoro- sonó muy erosionado, desgastadísimo, leñoso, totalmente mate, excepto en un registro agudo que gana mucho brillo, aunque le falte esa plenitud y robustez propia de un tenor dramático. Asimismo, el americano hubo de dosificarse convenientemente reservándose claramente en la primera parte, con un “Esultate” muy desvaído y luchar con un fiato cada vez más corto, que no le permite rematar convenientemente muchas frases. Como siempre, sólo cabe alabar la entrega, acentos vibrantes y expresión siempre sincera de Kunde que con todos sus problemas, no parece encontrar rival como Otello en el panorama actual.

   Desdémona es un papel para una gran vocalista y no puede negarse que Ermonela Jaho tiene cierto gusto y sensibilidad, pero ello no compensa un material vocal modestísimo, propio de una Susanna o una Despinetta. Grave inexistente, centro débil, falto de carne y redondez, agudo extremo abierto y con tendencia a calar, falto de la expansión y despliegue requeridos como pudo comprobarse en “Guarda le prime lagrime” del duo del acto tercero o en el concertante final del mismo acto donde, prácticamente, desapareció. Cierto es que la soprano albanesa posee una buena figura en escena y transmitió la feminidad e inocencia del personaje pero su línea de canto trufada de abundantes filados –la mayoría falsetes con escaso timbre y apoyo- careció de verdadera clase.  Con el papel de Yago, Verdi y Boito pretendían configurar la “representación cósmica del mal” creando un personaje memorable. Demoníaco y pérfido sí, pero sinuoso, sutil, retorcido, inquietante… El barítono George Petean resultó insatisfactorio tanto en el apartado vocal, timbre gris y pobretón; sonidos estrangulados en la zona de pasaje-, como en el interpretativo, pues si bien intentó acentuar con intención, su expresión fue plebeya y la caracterización cayó en la lado fácil de la brocha gorda, el gesto torvo y la insistente carcajada sardónica. Todo lo contrario de la inteligente y refinada creación de Renato Bruson en 1999, la última vez que se representó Otello en el Teatro Real. Muy flojo el Cassio de Alexey Dolgov. Entre los secundarios destacar la presencia sonora del bajo Fernando Radó como Ludovico, la cumplidora fiabilidad de Isaac Galán como Montano y algunos buenos momentos, especialmente en el concertante, de Gemma Coma-Alabert como Emilia.

   Renato Palumbo ofreció una lectura irregular, deshilvanada, llena de altibajos con unos tempi incoherentes, más bien morosos, que poco encajan con Verdi. Comenzó con una tempestad totalmente caída y destensionada, así transcurrió todo el acto primero,-sin ninguna magia en el sublime dúo de amor- y buena parte del segundo. A más en los actos tercero y cuarto, pero con más arranques de aparato orquestal, que verdaderas tensión, consistencia, emoción y progresión teatral. Bueno el rendimiento de la orquesta y del coro.

   El problema de la producción de David Alden no es que sea fea y aburrida, (que también) es que atenta contra partes fundamentales de la obra. Una escenografía –única para los 4 actos, lo que constituye ya un gran error; por no haber no hay ni cama en el último acto-  árida y gris que sitúa la acción en una especie de Stalingrado (el vestuario recuerda al ejército soviético, aunque hay una aparición especial de Mary Poppins-Emilia en el acto segundo), un Otello que no es moro, es blanco, igual a los demás. Esto es un dislate, no sólo porque olvide los elementos raciales contenidos en Shakespeare y en Verdi-Boito propios de sus respectivas épocas, si no y principalmente, porque es fundamental que Otello es “diferente”, una especie de marginal al que la sociedad veneciana desprecia y sólo admite porque es un gran General que gana batallas para la Reppublica Serenissima. Por si fuera poco, ha consquistado -desde la “diferencia”-  a la hija de una de las principales y tradicionales familias Venecianas. Ese ser distinto es esencial, por cuanto tiene como inmediata consecuencia la inseguridad del protagonista, que explica esos celos irracionales que desencadenarán la tragedia. Asimismo es un converso al catolicismo (absurda la presencia constante en el escenario de una Madonna ortodoxa, que en el colmo del ridículo termina como diana de dardos), pero que no ha deshechado sus pensamientos genuinos, sus “leyes supremas” (“Otello ha sue leggi supreme”), el adulterio es “Il più nero delitto” y debe ser castigado de la forma más contundente y devastadora.

   En definitiva, un ejemplo de como vulgarizar y trivializar una obra excepcional a través de la suplantación-alteración por parte de talentos muy inferiores de la creación de unos genios. En la exposición aludida al comienzo de estas líneas se puede contemplar un memorando manuscrito en el que el maestro Verdi se reserva el derecho de suspender el estreno de Otello y la serie de representaciones, si no se alcanzaba el nivel musical y escénico que él exigía. ¡¡¡Si levantara la cabeza L’orso di Busseto!!!...

Foto: Javier del Real

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