"Por si no lo estaba ya, ha quedado claro que el nombramiento de Óliver Díaz como director titular del Teatro de la Zarzuela ha sido todo un acierto".
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 12 y 13-10-2016, Teatro de la Zarzuela. Las golondrinas (José María Usandizaga). José Antonio López / Rodrigo Esteves (Puck), Raquel Lojendio / Carmen Romeu (Lina), Ana Ibarra / Nancy Fabiola Herrera (Cecilia), Felipe Bou (Roberto), Jorge Rodríguez-Norton (Juanito), Un caballero (Mario Villoria). Coro del Teatro de La Zarzuela. Orquesta de la Comunidad de Madrid (titular del Teatro de la Zarzuela). Dirección musical: Óliver Díaz. Dirección de escena: Giancarlo Del Monaco.
Muy interesante se planteaba la apertura de esta atractiva temporada del Teatro de La Zarzuela con un título como Las golondrinas de José María Usandizaga sobre libreto del matrimonio Gergorio Martínez Sierra y Maria de la O Lejárraga estrenado en su día como zarzuela en 1914 en Madrid. Ya fallecido su autor, su hermano Ramón musicó los diálogos convirtiéndola en ópera para presentarla en 1929 en el Gran Teatre del Liceu de Barcelona, siendo esta versión la que suele representarse. También en esta ocasión.
El que firma estas líneas tuvo la oportunidad de constatar en su día el talento de Óliver Díaz en pilares del repertorio operístico como Don Giovanni, Rigoletto y La bohème presenciadas en el Teatro Jovellanos de Gijón, después de haber sido el único español admitido para estudiar dirección de orquesta en la mítica Juilliard School de Nueva York. Asimismo, ha dejado muestras de su gran capacidad en el Teatro de la Zarzuela en obras tan dispares como Luisa Fernanda, El gato montés, Marina y Los diamantes de la corona, pero su primer trabajo ya como director titular de la casa y con todo el control musical sobre la producción ha resultado cumbre. En primer lugar, por hacer sonar una orquesta con limitaciones como pocas veces se ha escuchado y por exponer en todo su esplendor la magnífica orquestación de Usandizaga con una Pantomima y un preludio del acto tercero -primorosamente construido- memorables. En segundo lugar, porque bajo su dirección la orquesta sostiene el canto, comenta y desarrolla la acción, crea clímax y asegura la tensión teatral sin renunciar a la búsqueda constante de matices, colores, detalles… Bravísimo. Por si no lo estaba ya, ha quedado claro que su nombramiento como director titular ha sido todo un acierto.
Además de ese mundo itinerante del circo, de los comediantes, tan fascinante como lleno de sinsabores y melancolía, Las golondrinas trata del contraste entre dos tipos femeninos. Lina, la mujer dulce, alegre y abnegada, contenta y feliz con su modo de vida, enamorada incondicional, y Cecilia, la libre e insatisfecha con esta vida errante, cansada de sus cadenas amorosas con Puck y que anhela “aplauso, riqueza y placer”. Recogida desamparada por el jefe de la Trouppe (como Nedda de Pagliacci), pero a la que el agradecimiento, que no puede transmutarse en amor eterno, no le obliga a olvidar sus ganas de volar, de ser totalmente libre (como Carmen). A todas ellas, Cecilia, Nedda, Carmen, ese ansia de libre albedrío, de independencia, les llevará a la muerte. Si bien, en el caso de Puck, el protagonista de Las golondrinas, no estamos ante un personaje unidimensional, un macho agresivo y posesivo, impulsivo e irreflexivo, que no entiende, ni admite que esas mujeres tienen todo el derecho a ser inconformistas, emancipadas y volubles, el jefe de los titiriteros tiene unos matices de enajenación, de trastorno, que entroncan con el “teatro del ensueño” al que pertenece “Saltimbanquis” la obra en la que se basa este drama lírico, que participa de la lucha de sexos propia del movimiento verista-naturalista, ya presente en la inmortal Carmen de Georges Bizet.
Todo ello se encuentra bien expuesto y desarrollado por la producción de Giancarlo Del Monaco en su debut en el Teatro de La Zarzuela. Muy adecuadas la escenografía de William Orlandi, el magnífico vestuario de Jesús Ruiz y la iluminación de Vinicio Cheli que exponen en colores grises y oscuros el drama que se cierne sobre los personajes, así como la parte más negativa y melancólica de esa vida trashumante e ingrata de los cómicos. Esos tonos sombríos dejan paso a la luz en el momento que marcha Cecilia y la compañía consigue triunfar y establecerse en un gran circo de una ciudad importante. Incluso aparecen los colores vivos, hasta que retorna la “femme fatale”, cual “Doña Sol” de Sangre y arena de Blasco Ibáñez, este elemento perturbador y se vuelve a la oscuridad, a los tonos plomizos. Hasta Puck hace el gesto tan ostensible como simbólico de apagar la luz en el momento que va reencontrarse con Cecilia. Un movimiento escénico bien trabajado, -estupenda la pantomima, que fue ejemplo de perfecta imbricación escena-foso- y un elaborado dibujo de los personajes y sus aristas sellaron un buen montaje. Magníficos, asimismo, los artistas circenses que intervienen en la representación
A Raquel Lojendio le falta anchura, cuerpo y volumen para Lina, que pide una soprano lírica plena. El timbre es muy modesto en cuanto armónicos, resonancia y brillo, ayuno de mordiente. En sus primeras apariciones al fondo del escenario y en el interno del acto primero se la escuchaba con dificultad. Eso sí, la cantante es sensible y canta bonito y afinado. Por su parte, Carmen Romeu en la función del día 13, lució mayor plenitud sonora, esmalte y carne vocal, aunque el centro está un tanto hinchado lo que tiene como consecuencia padecer en los ascensos al agudo en los que el sonido se agria y abre de manera imisericorde, pudiendo escucharse notas bailonas y claramente calantes. Ambas resultaron irreprochablemente entregadas en el aspecto dramático e interpretativo, aunque sus encarnaciones fueron muy distintas. La Lina de Lojendio es más aniñada, más linfática, frente a la de Romeu, más mujer, con mayores arrestos, que no duda en abofetear con determinación a su amado Puck en el último acto.
El día 12, Cecilia fue una Ana Ibarra de emisión engolada y falta de firmeza, y de timbre desigual, elementos que afean un material de calidad y presencia sonora, pero falto de ductilidad, muy difícil de domeñar. Compuso una mujer decidida, altiva, osada, que tiene muy claro lo que quiere. Nancy Fabiola Herrera, por su parte, sin los sonidos percutientes de Ibarra, pero con un material más homogéneo, un fraseo más calibrado y un mayor fondo musical, encarnó una sensual y cálida Cecilia. No en vano, la mezzo canaria ha sido muchas veces Carmen, el papel que más notoriedad le ha proporcionado, un trasunto de Cecilia con ese carácter indómito, inconformista y libérrimo.
El dificílisimo y exigente papel baritonal de Puck fue servido en la primera de las dos funciones que aquí se reseñan, la del día 12, por José Antonio López que encarnó un personaje brutal, agresivo, con unos medios vocales de cierta reciedumbre, pero ásperos y un canto un tanto rudo y deslavazado. El día 13, el papel fue asumido por Rodrigo Esteves. Hacía muchos años que no le escuchaba y me he encontrado un cantante más asentado, más maduro, con una voz baritonal muy lírica, atenorada, pero de timbre grato y que corre sin problemas por la sala. De agudo fácil, resolvió con brillantez los muchos que contiene su parte y creó un personaje menos feroz y despiadado que López.
Cumplidor Jorge Rodríguez-Norton como Juanito, frente al Roberto de un Felipe Bou totalmente destartalado, con la sensación de que emite desde el fondo de una cuba. El coro del Teatro de La Zarzuela volvió a demostrar su personalidad y calidades habituales.
El público gustó de la representación y aplaudió ambos días con entusiasmo. Una buena apertura de temporada con el regreso de un título tan interesante como Las golondrinas y que resultó bien servido musical y escénicamente.
Foto: Javier del Real/Teatro de la Zarzuela