Exquisito recital para honrar la memoria del gran rey inglés, en el que un repertorio más ajustado hubiera sacado mayor partido a los excepcionales intérpretes.
Por Mario Guada
Madrid. 26-XI-2016 | 19:00. Fundación Juan March. Música en las cortes del Antiguo Régimen [Viernes temáticos]. Entrada gratuita. Obras de Philippe Verdelot, William Cornysh, Richard Pygot, Henry VIII, Robert Fayrfax y anónimos. Kirsty Whatley, Jacob Heringman • Alamire | David Skinner.
Continúa el magnífico ciclo Música en las cortes del Antiguo Régimen, que la Fundación Juan March ha planteado a lo largo de toda la temporada, con un concierto al mes –en realidad dos, pues se celebran viernes y sábados–. En esta ocasión le tocó el turno a una de las monarquías más poderosas y consolidadas de la historia: la británica. Y no podía ser otro que Henry VIII (1491-1547) su representante. Bien conocido en la historia por una vida repleta de escándalos de todo tipo, además de romper de manera tajante con la Iglesia de Roma, este ha de ser también considerado como un caso notable en la historia de rey-compositor. Comenzó la velada con la presentación de Tess Knighton –grabada de la sesión del viernes– sobre la figura y música relacionada con el monarca. Knighton es una especialista en el período, y aunque actualmente se encuentra más ligada con el repertorio hispánico que con el británico, sigue siendo una autoridad notable para introducir a los asistentes al concierto.
El concierto se estructuró en torno a algunas de sus composiciones, concretamente cuatro de sus canciones, que se conservan en un manuscrito de la British Library: Though sum saith that youth rulyth me, Without discord, O my hart y Pastime with good company. Es complejo juzgar la obra de un compositor valorando tan solo cuatro de sus obras –aunque el corpus total de su obra conservada no llega a las 35–, pero no parece que los rudimentos básicos y las enseñanzas impartidas al rey escondiesen un talento natural desorbitante. Algunas de sus obras, como la célebre Pastime with good company –que guarda, por cierto, bastante relación melódico-armónica con Without discord–, son de una calidad notable, pero quizá no suficiente como para considerarlo un gran compositor.
El resto del programa presentó obras de compositores de su capilla y obras anónimas del momento o relacionadas en cierta forma con su figura. Entre los primeros destacan las figuras de William Cornysh (1465-1523) y Robert Fayrfax (1464-1521), de los que se interpretaron algunas obras sacras en lengua vernácula. Ah, Robin a 3, del primero, es un excepcional ejemplo de pervivencia del villancico medieval británico, con la alternancia entre sus versos y el recurrente estribillo, que además Cornysh refina aquí con la presencia de un bajo que se repite sin cesar. Fue sin duda uno de los mejores momentos de la velada. Dos ejemplos muy interesantes de música sacra vivieron de la mano de Philippe Verdelot (c. 1480-c. 1530), con su motete laudatorio Nil majus superi vident a 4, y Richard Pygot (1485-1549), con su curioso motete a 4, Quid petis, O fili?, que alterna la presencia de versos en latín con otros en inglés. El primero formaba parte de una colección de treinta motetes y otros treinta madrigales compilados en Firenze, muy probablemente bajo la dirección del propio Verdelot, y enviados posteriormente al rey inglés como un presente de carácter diplomático. Este motete en concreto está construido sobre la técnica del soggetto cavato, la cual extrae su melodía del nombre aparecido en el texto cantado. En este caso, del texto Henricus dei gratia anglie rex se toman las notas [re-mi-ut-re-mi-fa-mi-fa-fa-mi-re-re] que sirven de cantus firmus para la construcción de toda la obra.
Por lo demás, una serie de composiciones anónimas, bien de corte sacro y vocal –magnífico momento el de Hec est preclarum, un hermoso canto mariano–, bien para solo y acompañamiento instrumental –Madame d’amours– o en intabulaturas para cuerda pulsada –aquí arpa y laúd renacentistas–, como O virgo virginum, Regina caeli, My Lady Carey’s Dump o The Duke of Somerset’s Dump. Se trata sin duda de un repertorio con grandes dosis de refinamiento y una carga intelectual muy elaborada.
Alamire y David Skinner son referentes desde hace varios años en la interpretación de los repertorios polifónicos del Renacimiento europeo, con una querencia especial por los británicos. La cercanía de este repertorio es latente en algunos de sus registros discográficos –tanto de ambos, como de Skinner dirigiendo a Magdala–. Por tanto, no puede ponerse en duda la solvencia de todos ellos para acometer versiones tan extraordinarias como merecen las propias composiciones. Este repertorio aporta por un lado una visión más solística de los cantores, pudiendo así ver en acción especialmente a Kirsty Hopkins, que a pesar de que suplió en última instancia a la anunciada Claire Wilkinson, mostró un hermoso timbre, la delicadeza de su canto y un envidiable fraseo –aunque personalmente no noto en ella una adecuación tan natural al repertorio de canciones para voz y acompañamiento como sí observo en Wilkinson–; además de a Nick Todd, al que personalmente considero desde hace años como el mejor tenor de conjunto del planeta, que en momentos como Ah, Robin, demostró una vez más ser un cantor de excepcional refinamiento, con ese registro agudo tan dúctil y fluido, con un timbre a la vez redondo y un tanto incisivo, y con una magnífica expresividad. Fue un lujo poder escucharlo por fin en directo tras años de disfrutar de él en grabaciones con The Tallis Scholars, Huelgas Ensemble, Polyphony, Tenebrae o Alamire. Fantástico también la labor de Simon Wall, otro de los grandes tenores de las últimas generaciones, y del espectacular bajo William Gaunt, siempre poderoso e infalible.
Mención propia merecen, por supuesto, Kirsty Whatley, con su arpa, y Jacob Heringman, con su laúd renacentista, a los que une ya una notable trayectoria con Alamire, lo que sin duda se percibe en la complicidad existente, primeramente entre ambos, y después para con los cantores. Son dos excepcionales instrumentistas, ambos de pulsación precisa, y adscritos en mi opinión –especialmente Heringman–, a eso que podría denominarse frialdad expresiva. Especialmente brillantes resultaron las piezas puramente instrumentales, en las que pudieron desplegar su savoir faire, un lenguaje particular que exige de un conocimiento profundo del mismo, así como de una técnica solvente que evite los escollos planteados por las intabulaturas y las transcripciones.
Por su parte, Skinner se ha convertido ya en un referente mundial en la dirección de los repertorios polifónicos. Aúna como pocos la faceta de investigador y musicólogo, lo que amplía notablemente su visión de las obras y el contexto. En un programa de la índole del presente quizá su presencia no fuera requerida. Esos cantores y en un repertorio así no necesitan de un director al frente. Aun así, siempre aporta, y su estancia sobre el escenario, si bien más accesoria que necesaria, termina por resultar un valor añadido a la actuación –se permitió incluso cantar en un par de ocasiones; la última en la exquisita propina brindada al público: O Lod, make thy servant Elizabeth a 5/6, de William Byrd, en una versión tan hermosa como extraña, pues nunca la había escuchado con acompañamiento de arpa y laúd–.
Un concierto realmente fantástico, especialmente por el nivel interpretativo mostrado. Si bien el repertorio podría haber resultado más suculento, extrayendo así todas las posibilidades del conjunto vocal, y en ciertos momentos algo menos monótono, por otro lado facilitó en gran medida la complejidad de la acústica de la sala para repertorios más puramente polifónicos y sin acompañamiento. De cualquier manera, siempre es un placer poder disfrutar de Alamire, sea en el repertorio que sea. Otro punto más para la omnipresente fundación, que sigue poniendo picas en Flandes.
Fotografía: alamire.co.uk
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