CODALARIO, la Revista de Música Clásica

Críticas 2017

Crítica: 'Rigoletto' en el Teatro Campoamor de Oviedo

1 de febrero de 2017

ESTAR A LA ALTURA

   Por Aurelio M. Seco
Oviedo. 26-I-2017. Teatro Campoamor. Temporada de Ópera de Oviedo. Rigoletto, de Verdi. Celso Albelo, Juan Jesús Rodríguez, Jessica Pratt, Felipe Bou, Alessandra Volpe, Pauline de Lannoy, Ricardo Seguel, José Manuel Díaz, Pablo García López, Javier Galán, Lara Rainho. Dirección musical: Marzio Conti. Director de escena: Guy Joosten. Oviedo Filarmonía. Coro de la Ópera de Oviedo.

   Concluyó la temporada de ópera de Oviedo con Rigoletto, de Verdi, título que no veíamos en el Campoamor desde 2003, en una producción en la que encarnó al famoso jorobado nada menos que Carlos Álvarez –con María José Moreno y Giorgio Casciarri bajo la dirección musical de Daniel Lipton-. Fue una magnífica función en la que Álvarez estuvo asombroso. Ha pasado demasiado tiempo sin programarse el título en el Campoamor, uno de los más conocidos y geniales de la historia. En esta ocasión se logró reunir a un brillante conjunto de cantantes, un verdadero trío de ases formado por Celso Albelo, Juan Jesús Rodríguez y Jessica Pratt, tres artistas que están haciendo una gran carrera internacional y que son un lujo para cualquier producción, además de una gran responsabilidad. Queremos decir que este elenco ofrecía una gran oportunidad a la temporada para brillar especialmente, para estar a la altura de su calidad lírica. Es una pena que al final no haya sido así debido al discreto trabajo desarrollado por los directores musical y de escena, quienes no lograron encauzar o realzar las enormes cualidades de los tres solistas sino lo contrario.

   Guy Joosten fue incapaz de darse cuenta de que ciertos movimientos perjudicaban el canto de Celso Albelo. No nos explicamos cómo es posible que a este director se le haya ocurrido poner al tenor canario a bailar "La donna è mobile" con unos gestos cuyo ritmo iban en contra de la música de Verdi. Tampoco sabemos si esto fue lo que único que influyó en Marzio Conti para que convirtiera el aria, una de las más conocidas de la historia de la ópera, en un fragmento de ritmo inconsistente y estilo melifluo que dio pena oír. Qué paciencia la del tenor canario, quien no tuvo más remedio que caracterizar con gestos ciertamente absurdos al duque de Mantua durante buena parte de la obra. ¿Pero por qué esa manera tan forzada e inadecuada para una obra del siglo XIX de mostar los vicios del duque y su corte?, gestos que además daban la sensación de quedarse a medio camino de las verdaderas intenciones del director, quizás por pudor.

   Desde el punto de vista escénico ciertos pasajes se dijeron como si no tuvieran importancia o con la intención contraria que deberían haber tenido. La frase con la que el duque manda apresar a Monterone, por ejemplo, con Albelo recostado y hablando con desgana. Esta intencionalidad no funcionó en el contexto de una concepción escénica en la que Monterone parecía llegado del futuro, por vestuario y arma –una pistola-. Le dio todo igual a Joosten, porque bajo las expresiones “actualizar”, “modernizar” y “acercar la ópera al público” parece que cabe todo aunque se llegue al absurdo. Sólo pudimos ver al personaje del Duque cuando el tenor canario interpretó, maravillosamente por cierto, el aria “Ella mi fu rapita”. Fue de lo mejor de la noche, cuando Albelo, el duque, parecía haberse convertido en el rey de la función, y posiblemente así haya sido, aunque no recibiera el mayor número de aplausos. Ésta era sin duda la imagen, vestuario y caracterización que debía haberse potenciado durante toda la obra. Por otro lado, los tiempos entre escenas fueron excesivamente largos para lo que se mostró, una verdadera "maledizione" que hizo esperar demasiado a los asistentes. En los saludos finales se pudieron oír algunos tímidos silbidos de protesta, señal de que algo positivo empieza a despertarse en el público de Oviedo, de unos años a esta parte aletargado y conformista como pocos. No es éste el público exigente y conocedor que había antaño, si es que no es un mito y alguna vez existió.

   La dirección musical de Marzio Conti mostró falta de perspectiva general, lo que llevó al director a ofrecer una continuidad musical incómoda, con momentos demasiado rápidos que a continuación se aletargaban excesivamente y a la inversa, en una especie de tira y afloja nervioso que restó elegancia y homogeneidad a la versión. Cada pieza de Rigoletto tiene su carácter y conviene explorarla independientemente del resto, pero manteniendo una coherencia respecto a la línea general de la obra. Las entradas en escena de Juan Jesús Rodríguez ralentizaron demasiado las situaciones. Ya fuera porque el cantante se sintiera cómodo con esos tempi y forma de frasear o porque le gustaron al director, estas tiranteces resultaron inadecuadas. Tampoco conviene confundir lo rápido con falta de claridad melódica o rítmica. Los fragmentos pueden anticiparse, tensionarse o ralentizarse, pero de forma razonable con la situación dramática, no por norma y como un rasgo de estilo inestable, también métricamente. Un ejemplo fue el conocido fragmento “Larà, larà” cantado por Rigoletto cuyo fraseo nos pareció rebuscado y poco natural. La sonoridad de la Oviedo Filarmonía mostró desde el mismo comienzo un sonido que estuvo lejos de estar afinado y resultar interesante. En lo positivo habría que señalar cierta energía del director, cuyo impulso es apasionado sin duda, pero sin el necesario arte ni suficiente control.

    Del reparto sólo cabe hablar bien. A pesar de que creemos que podría haber dado mucho más de sí si se les hubiera logrado involucrar más desde un punto de vista dramático, su sola participación convirtió la función en un placer. Juan Jesús Rodríguez se ha convertido en un barítono de referencia internacional. Su carrera le ha llevado a debutar en el Metropolitan de Nueva York, casa donde a buen seguro volverá más pronto que tarde. Por megafonía se anunció que estaba recuperándose de un proceso gripal. Ya hemos dicho en muchas ocasiones que estas cosas no nos parecen serias. Si el artista no está para cantar que se le sustituya –este es el mayor signo de respeto hacia el público. Cantar enfermo es una falta de respeto-, y si está lo suficientemente bien, como fue el caso, no es necesario que se avise de su estado de recuperación porque parece una manera de justificarse más propia del pasado siglo. Lo único que se pide hoy día es profesionalidad y buen nivel. Rigoletto es una ópera muy exigente para un barítono. La participación de Juan Jesús Rodríguez nos pareció admirable. Dejó momentos de gran fuerza dramática y estuvo muy generoso en escena en lo que para él supuso un notable éxito artístico.

   Jessica Pratt es una soprano maravillosa, y aunque su voz no sea la más adecuada para el papel de Gilda, que quizás precisa de una mayor ductilidad y dramatismo, ofreció una bella caracterización lírica del personaje, con unos agudos cristalinos y una manera de frasear natural y elegante, puede que algo fría pero, en cualquier caso, jovial, dulce y expresiva, tres aspectos ideales para el personaje.

   Celso Albelo nos pareció el mejor del reparto. Su manera de frasear es inteligente y clara y nos recuerda el arte con mayúsculas de los grandes artistas de tiempos pretéritos. Además posee un registro agudo imponente que sabe cómo sacar a relucir con buen gusto, incluso cuando los finales no están del todo redondeados. Su “e di pensier” final fuera de escena nos pareció modélico y un ejemplo de un arte lírico que le sitúan en la línea de nuestros más interesantes cantantes. Es una lástima que escénicamente su personaje haya mediatizado tanto la imagen de su Duque de Mantua, que podría haber salido por una puerta todavía más grande con una más apropiada labor de dirección musical y escénica. El tenor canario ha debutado antes en el Metropolitan de Nueva York que en el Campoamor de Oviedo, un dato para la reflexión del actual equipo artístico de la entidad. Según hemos podido saber, parece que volverá al Metropolitan aunque aún no haya trascendido el título a nivel mediático.

   La participación de Felipe Bou como Sparafucile fue espléndida, no sólo dando todo el registro lírico del personaje con absolutas garantías, sino aportando la oscuridad sutil que también merece. Adecuada también la Maddalena de Alessandra Volpe y  solvente el Monterone de Ricardo Seguel. Diligente el Marullo de José Manuel Díaz, como la Giovanna de Pauline de Lannoy y el Borsa de Pablo García López, un cantante que en cada nota y gesto rezuma ilusión y amor por el género y cuya generosidad encima del escenario resulta un verdadero placer observar. Bien Javier Galán y Lara Rainho como El Conde de Ceprano y el Paje de la Duquesa. Buen resultado lírico y escénico del Coro de la Ópera de Oviedo que, con todo, sigue sin brillar como antaño.

Foto: Ópera de Oviedo

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