La diva estadounidense presentó su álbum In War & Peace en un montaje que incluyó danza, iluminación, escenografía y vestuario por todo lo alto, pero que no logró convencer, excepción hecha de una magnífica orquesta que la hizo grande.
Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 02-VI-2017 | 20:00. Teatro Real. Las voces del Real. Entrada: entre 40 y 149 €uros. Obras de Georg Friedrich Händel, Leonardo Leo, Emilio de’ Cavalieri, Henry Purcell, Carlo Gesualdo y Arvo Pärt. Joyce DiDonato • Manuel Palazzo • Il Pomo d’Oro | Maxim Emelyanichev.
Créanme, para el que se dedica a la noble y necesaria labor de la crítica musical no resulta nada fácil –a pesar de lo que generalmente se suele creer– sentarse a escribir sobre un espectáculo en el que, ante todo, hay volcado mucho del artista, parte de su alma y una pasión desaforada. Y lo es más aun cuando el resultado no parece, en opinión de quien escribe, exitoso ni satisfactorio. Y es que este In War & Peace Tour, que la mezzosoprano de coloratura estadounidense Joyce DiDonato está llevando por medio mundo desde varios meses resulta, a pesar del trasfondo que puede haber en él, un elogio a lo innecesario. Para que lo entiendan: DiDonato, que se ha implicado en este proyecto hasta volcar en él su propia esencia –como ella mismo comentó en un apasionado, aunque de nuevo innecesario, discurso justo antes de despedirse del público madrileño–, hasta el punto de llevarlo a cabo como productora ejecutiva, concibe esta gira como una extensión sobre la escena de su reciente grabación –de mismo título–, en la que, por medio de una selección de autores barrocos, se describen principalmente dos mundos opuestos, paradigmáticos e inherentes al ser humano: la guerra y la paz, pero que no son solo tal, sino sufrimiento, dolor, angustia, llanto; pero también esperanza, amor, esperanza, felicidad… Un reflejo absoluto del mundo en el que vivimos, en el que parece prima y triunfa lo primero, pero en el que siempre cabe anhelar lo segundo. Nada que no hubiera remarcado, a su genial manera, Il divino Claudio en sus Madrigale guerrieri et amorosi… Libro ottavo de 1638.
El recital, dispuesto en dos claras partes –al igual que la grabación–, se inició con la guerra, escogiendo para ello a autores como Georg Friedrich Händel (1658-1759), Leonardo Leo (1694-1744) o Henry Purcell (1659-1695), sobre cuyos pasajes, principalmente operísticos, se fue conformando el primer bloque. Una selección hermosa, aunque bastante trillada, que incluyó arias händelianas como Scenes of horror, scenes of woe, de Jeptha HWV 70; Pensieri, voi mi tormento, de Agrippina HWV 7; y la célebre Lascia ch’io pianga, de Rinaldo HWV 7; Prendi quel ferro, o barbaro!, de la Andromaca de Leo; o el excepcional lamento When I am laid in earth, del Dido & Æneas de Purcell. A estas se añadieron intermezzi puramente instrumentales, los cuales resultaron un tanto ajenos al carácter general de la velada, como la Sinfonia de la Rappresentatione di anima e di corpo, de Emilio de’ Cavalieri (1550-1602); la Chaconne a 3 violines y continuo Z730, de Purcell; y un arreglo para sexteto de cuerda de Tristis anima mea, responsorio para Jueves Santo de Carlo Gesualdo (1566-1631) –realmente hermoso y muy eficaz en el arreglo para cuerda, aunque bastante desconcertante como elección–.
Para la segunda parte, dedicada a la paz, se incluyeron pasajes vocales de Purcell [They tell us that you mighty powers, extraído de The Indian Quenn Z630], Händel [Crystal streams in murmurs floqwing, de Susanna HWV 66; Augelletti, che cantate, de Rinaldo; y Da tempeste il legno infranto, de Giulio Cesare HWV 17], así como un intermedio instrumental muy especial y esta vez sí más justificado, el arreglo para cuerda del Da pacem Domine, de Arvo Pärt (1935), hermosa obra compuesta en 2004, por encargo de Jordi Savall, como homenaje a las víctimas del atentado perpetrado en Madrid el mismo año. La pieza, de la que existe la versión coral y un arreglo para cuerda –el interpretado aquí–, es un magnífico ejemplo de la corriente compositiva denominada minimalismo sacro, así como de su escritura tan personal recogida bajo el nombre de Tintinnabuli.
El recital es un despliegue total de elementos extramusicales, que en la mayoría de las ocasiones aportan poco o nada a lo musical, aunque sí conforman un espectáculo visual que para una parte del público puede resultar atrayente. Personalmente considero que cuento menos aditamentos para la música de calidad, tanto mejor. Y en este caso, todas las piezas tiene valor suficiente per se como para no necesitar de tanta parafernalia. Sea como fuere, el espectáculo de DiDonato se concibe de esta manera, por lo que no tiene sentido imaginar lo que pudo ser, sino analizar lo que fue. Imagínense el escenario del Teatro Real, con la habitual caja acústica utilizada para los recitales de pequeño formato, sobre la cual se proyectan, en diversas ocasiones, vídeos con imágenes que supuestamente apoyan lo que los afectos de la música quieren transmitir –indudablemente, la cantante ha elegido este repertorio por algo–, aunque a veces resulta bastante difícil descifrar lo que se quiere describir. Este diseño de video, a cargo de Yousef Iskandar, se une al diseño de iluminación de Henning Blum para conformar un todo visual que por momentos logra impactar –personalmente, y música aparte, me pareció lo más interesante de la velada, al menos en ciertos momentos–, aunque no epatar, como sí lo hace la música por sí misma. A todo ello se añade el concurso de Manuel Palazzo, bailarín y coreógrafo que se encarga de añadir la parte danzística a varios momentos de velada. No soy –ni por asomo– conocedor del mundo de la danza contemporánea, así que no tengo elementos suficientes para juzgar su labor, pero sí diré que personalmente no logró emocionarme ni acercarme la expresividad que imagino se pretende con su participación. Todo ello confeccionado y planificado al milímetro, labor de la que se encarga el director de escena Ralf Pleger, contando con la colaboración del maquillaje de M.A.C. y el diseño de vestuario de Vivienne Westwood y Lasha Rostobaia.
Yendo a la música –sí, aunque no lo parezca, estaos ante un concierto–, no cabe duda de que DiDonato es una magnífica cantante, que ha forjado una sólida carrera sobre su dominio técnico, su capacidad expresiva y su fabuloso carisma sobre la escena. De cualquier manera, no parece estar en su mejor momento, a tenor de lo vivido ayer: zona aguda insegura, con escasa proyección y un timbre excesivamente punzante y por momentos hasta un punto poco agradable. Ni brilló en la coloratura –a priori uno de sus fuertes–, ni emocionó en las arias más expresivas. Es más, diría que mostró cierta debilidad musical es más de un momento, algo muy extraño para una artista de este nivel. Logró expresar mucho más por su empeño gestual y corporal que por la propia voz, un indicativo poderoso de lo que aconteció. Afortunadamente para ella, tuvo como compañero de aventuras a Il Pomo d’Oro, excepcional conjunto historicista que, a pesar de un comienzo un tanto frío, logró encumbrar a la mezzo estadounidense merced a una actuación absolutamente descomunal. Es la tercera ocasión esta temporada que he podido disfrutar sobre el escenario de la agrupación con sede en Suiza, y en todas ellas ha logrado fascinarme, especialmente por su magnífica sección de cuerda y un continuo ejemplar, los dos pilares sobre los que sustenta su poderío. Diría, sin miedo a equivocarme, que es probablemente la formación historicista más en forma del momento.
Estuvo brillantemente conformada por ocho violines barrocos –comandados magníficamente por Zefira Valova–, la impecable y apabullante viola barroca de Giulio d’Alessio, un destacable oboe barroco a cargo de Roberto de Franceschi, y un continuo de ensueño, con los violonchelos barrocos de Federico Toffano y Cristina Vidoni, la viola da gamba de Ludovico Minasi –qué magnífico color, poco habitual en muchas de las arias interpretadas, aportó al continuo, y qué impresionante su concurso en la obra del estonio Pärt–, el contrabajo barroco de Davide Nava, el archilaúd de Simone Vallerotonda y el clave del excepcional talento Maxim Emelyanichev, que a su vez asume las veces de director, mostrando que es sin duda un descomunal intérprete y artista. Muy pocos directores hay en este momento capaces de elaborar un continuo tan brillante, imaginativo y colorista, mostrando además tantas capacidades reales para la dirección, aunque me sobró el detalle de su participación en el cornetto en la Sinfonía del drama sacro de Cavalieri. Muy destacable, por lo demás, la conversión del oboísta, la fagotista barroca Katrin Lazar y especialmente de la violinista barroca Anna Fusek en las tras flautas de pico que acompañaron el aria Augelletti, che cantate de Händel –con especial mención para Fusek y su brillante muestra de virtuosismo en la sopranino–.
Un recital con más ornamentos de los necesarios, que incide una vez más en la peligrosa senda por la que se está transitando desde hace tiempo. Los propios intérpretes parecen dar el mensaje de que el público necesita mucho más que la propia música para disfrutar. Nada más lejos, diría. En cualquier caso, este recital sirvió también para refrendar lo que llevo presenciando también desde hace algún tiempo: grandes solistas a los que las orquestas acompañantes fulminan sobre el escenario. Algo pasa cuando las supuestas estrellas son eclipsadas por conjuntos instrumentales que aparecen, en principio, como meros satélites que orbitan alrededor del astro rey. Da para una reflexión. De cualquier manera, por la sonora y larga ovación brindada, diría que el triunfo de DiDonato fue absoluto. Recompensó el calor del públio madrileño con el magnífico aria Par che di guibilo, del drama Attilio Regolo, firmado por Niccolò Jommelli (1714-1774) –el mejor momento de la noche, con la DiDonato que habría deseado ver a lo largo de toda la velada–, para cerrar con Morgen!, de Richard Strauss (1864-1949), todo un canto al optimismo y a la luz, tan necesarios en este mundo de locos...
Fotografía: Sven Lorenz.