Por Raúl Chamorro Mena
Madrid. 25 y 26-XI-2017. Teatro de la Zarzuela. El gato montés (Manuel Penella). Nicola Beller Carbone / Carmen Solís (Soleá), Andeka Gorrotxategui / Alejandro Roy (Rafael Ruiz, “El Macareno”), Juan Jesús Rodríguez / César San Martín (Juanillo, “El Gato Montés”), Miguel Sola (Padre Antón), Gerardo Bullón (Hormigón), Milagros Martín (Gitana), Itxaro Mentxaka (Frasquita), Román Fernández-Cañadas (Pezuño), Rosa María Gutiérrez (Loliya). Sinan Kay, coro de voces blancas. Coro del Teatro de La Zarzuela. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Director Musical: Ramón Tébar. Director de escena: José Carlos Plaza.
Efectivamente y como consta en un escrito suyo recogido en el estupendo programa de mano editado por el Teatro de la Zarzuela, Manuel Penella insistía en que su pretensión era crear una Ópera Española y popular. Toreros y bandidos como ídolos del pueblo, gitanos, curas de aldea…, todo ello existe, no se puede soslayar y “no iba a crear un ambiente español y popular con princesas encantadas, pajes almibarados, condes enriquecidos en Nueva York y valses de estilo vienés”. Asimismo, a pesar de proclamar “Lo que me importaba en este caso era ser Español antes que gran músico” e invocar la sencillez y su falta de pretensiones, el músico valenciano, autor también del libreto, demuestra un gran talento en esta obra estrenada en 1917. Crea unos personajes auténticos, genuinos (“Ninguno de los personajes que me dio la tierra es repugnante” subrayaba Penella), a diferencia de obras de otras geografías que han tratado la llamada “españolada”. Además, una sugestiva escritura para la voz, una apreciable inspiración melódica, buen pulso dramático y, sobretodo, una riquísima y colorista orquestación en la que se imbrican perfectamente los elementos folklóricos como el garrotín y el pasodoble, además del uso de motivos recurrentes. Eso sí, el músico valenciano cometió un gran error. No se puede “matar” a tenor y soprano al final del acto segundo, quedando un tercero como anticlímax teatral, sólo con el protagonismo del barítono, aunque, eso sí, la música no baja en calidad. Ejemplo de ello es el fabuloso, tanto musical como dramáticamente -por la atmósfera de dolor y tristeza que diseña- preludio del mismo, así como la belleza e intensa emotividad de la frase “Ahí la tenéi, muertesita por la pena de yorâ a su Rafaé” que entona la gitana y luego repite el bandido con final distinto en el texto.
El teatro de la Calle Jovellanos reponía la producción de José Carlos Plaza que se había estrenado en la temporada 2011-2012 y sustituía a la anterior de Emilio Sagi de la 1992-93, que giró con gran éxito por lugares como Tokio, Puerto Rico, Los Angeles y Washington con la dirección de Miguel Roa y Plácido Domingo como estrella, quien, sin embargo, no cantó en las funciones de Madrid, de las que el que suscribe presenció una, y fue sustituido por los tenores Antonio Ordóñez y César Hernández. Como contraste frente al colorista montaje de Sagi, esta producción, de tinte oscuro, entronca con la recientemente vista en el Teatro Real de Carmen, -una obra con la que “El gato Montés” presenta tantas concomitancias-, ya que, con escenografía escueta de Francisco Leal, incide en esa España profunda y sombría de la incultura, los atavismos, el fanatismo religioso, el cerrilismo, los celos irracionales y esos amores desbocadamente apasionados que conducen a la tragedia. El color lo aporta el estupendo vestuario de Pedro Moreno y puede decirse que el montaje funciona aceptablemente, pues caracteriza bien los personajes, mueve bien a los mismos y resuelve asumiblemente las difíciles escenas del acto segundo con la corrida de toros. Si bien ese manejo del capote en la oscuridad tiene poco de torero y parece más “jugar a hacer el fantasma con una sábana” como hacíamos de pequeños.
El doble reparto presenta como Soleá en su primera distribución a la soprano alemana, pero criada en España, Nicola Beller Carbone, que realizó en la función del sábado 25 una magnífica creación en la faceta interpretativa, diseñando impecablemente y con esa refinada sensualidad y talento dramático que le caracteriza, a esta mujer racial y apasionada, que se debate entre el amor ardiente y exaltado por Juanillo “El gato Montés” que ha matado por ella y se ha convertido en bandolero serrano y el cariño con mucho de agradecimiento por el torero Rafael “El Macareno” que la ha acogido. En lo vocal estamos ante el típico caso de cantante en que la voz va por un lado y el temperamento por otro. El centro está falseado, abombado, en la búsqueda de mayor anchura y densidad, por lo que el sonido en esa franja resulta mate y sordo y la articulación muy borrosa. En la zona alta, no exenta de cierta acidez, gana brillo y punta, además de mostrar la soprano un fraseo bien torneado como pudo comprobarse en el cantabile del primer acto “Juntô, dende chavaliyo”. Muy distinta, en las antípodas, la Soleá de la soprano pacense Carmen Solís, que presenta un atractivo material de soprano lírica ancha de centro nutrido y sonidos plenos y bien timbrados en la zona de primer agudo. Sin embargo, el fraseo siendo compuesto, resulta inerte, monótono, y los acentos, faltos de incisividad, lo que sumado a la ausencia de garra, conduce a un personaje desdibujado en su aspecto dramático-interpretativo. En este caso, no se le derramó el salero al padre Antón al bautizar a esta Soleá como sí le ocurrió con el Macareno. Juan Jesús Rodríguez dotó en la función del día 25 de recia virilidad a Juanillo “El gato Montés”, con esa voz baritonal bella y noble, bien empastada, caracterizó de un solo trazo ese mito hispano del bandido indómito, valiente, con toques de nobleza e irresisitible para el sexo contrario. Por su parte, César San Martín el día 26, con un material mucho más modesto, gris y de escaso atractivo tímbrico, cantó con gusto, cuidada línea y entrega sentida, como pudo apreciarse en su gran escena del primer acto “Cómo? Orviarla?”. Otra figura insoslayable de nuestra historia, el torero valiente e impetuoso, ídolo del pueblo y que encadila a las damas, en este caso retratado de manera mucho más auténtica por Penella que el Escamillo de Bizet. Se trata en este caso de Rafel Ruiz “El Macareno”, que disputa el amor de Soleá al bandido y que tuvo en Andeka Gorrochategui (ya presente en las funciones de la temporada 2011-12) y Alejandro Roy dos intérpretes parejos, en los que predominó la sonoridad y los agudos, el ímpetu genérico y la expresión varonil, sobre los matices y el juego dinámico, ambos confortables en el forte y mezzo forte. El tenor vasco de timbre más robusto, aunque engolado de emisión, pero con squillo arriba, si bien ataca las notas altas de forma esforzada; el asturiano, un lírico puro, fácil en la zona alta, pero con tendencia a lo estentóreo.
Buen nivel el de los importantes secundarios. Empezando por la experiencia de Milagros Martín y esa voz nutrida en centro y grave que presenta últimamente al servicio de una gitana auténtica. Siguiendo por la impecable prestación, tanto en lo vocal como en lo interpretativo, de Gerardo Bullón como Hormigón, el picador de la cuadrilla de “El Macareno”. Estamos ante un cantante siempre fiable en la faceta canora y musical y que es capaz de caracterizar tanto papeles cómicos como dramáticos. Paradigmático por lo comunicativo y dominador de la escena, el padre Antón de Miguel Sola. Más plana, pero con indudable oficio, la madre de Itxaro Mentxaka. Irreprochables también los miembros del Coro que intervinieron en diversos papeles secundarios encabezados por Román Fernández-Cañadas como Pezuño y Rosa María Gutiérrez como Loliya.
Estupenda dirección de Ramón Tébar que embrida una orquesta llena de carencias, logra que suene como pocas veces, y plantea un discurso musical bien organizado y coherente. La orquesta no sólo acompaña, tambien narra, comenta, describe y crea clímax. Quizás, la minuciosidad y control de Tébar puedan comprometer algo el pulso teatral, pero ello no empañó su notable labor y su solidez como músico. El coro, en su línea, magnífico. El público, que llenó el teatro ambos días, disfrutó y aplaudió con generosidad.
Foto: Javier del Real