CODALARIO, la Revista de Música Clásica

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Crítica: Valery Gergiev y la Orquesta del Mariinsky; tercer y último concierto de la integral sinfónica de Tchaikovski

19 de enero de 2018

ROMA RENDIDA A UNA BATUTA

   Por Alejandro Fernández
Roma. 16-I-2018. Auditorium Parco della Musica Roma. Sala Santa Cecilia. Sinfonía n.º 3 en Re mayor, Op. 29, Polaca, y Sinfonía n.º 4 en Fa menor, Op. 36, de P. I. Tchaikovsky. Orquesta Sinfónica del Teatro Mariinsky. Director: Valery Gergiev.

   No es en absoluto exagerada la afirmación cuando se contempla a un auditorio, en este caso la inmensa Sala Santa Cecilia, de pie en ovación cerrada como reconocimiento al trabajo expuesto por un conjunto y una orquesta, en este caso la batuta de Valery Gergiev y la Sinfónica del Teatro Mariinsky, que el director ruso ha sacado de su foso para elevar su calidad artística más allá de los dominios del mítico teatro. Con la tercera entrega de la integral sinfónica dedicada a los opus 29 y 36 del catálogo de Tchaikovsky, Gergiev ponía el punto y final a tres intensas jornadas y clausuraba el festival dedicado al compositor ruso que comenzó el pasado trece de enero con la batuta del maestro dirigiendo a la Orquesta de la Academia de Santa Cecilia, en una versión de concierto de la ópera Iolanta.

   La menos frecuente en las salas de conciertos la Sinfonía n.º 3 –primera vez que se interpretaba en Roma– ocupó la primera parte del concierto. A pesar del carácter transicional que se le ha otorgado no resta interés y valor artístico como así puso de manifiesto en su lectura la Orquesta del Mariinsky. Estructurada en cinco movimientos, para algunos autores goza de cierta evocación danzante y se la acerca a la forma de suite. Pese a todo los tiempos centrales, aunque diferenciados, funcionan como un único tiempo lento cargado de evocación y ese tono lírico tan característico que imprime Tchaikovsky a estos pasajes. Gergiev fulminó la aparente dispersión estructural de la página imprimiendo dinámicas de corte compacto, sin piruetas ni exageraciones y cuyo resultado no fue otro una más que sobresaliente lectura.

   El Moderato inicial iría evolucionando desde la oscuridad planteada por las cuerdas y maderas, hasta un luminoso Allegro que enlaza el movimiento hasta la coda que concluye el primer movimiento allanando el camino hacia el segundo tiempo, mezcla entre humor y lirismo que introduce al oyente en un espacio cargado de fantasía que evocan páginas del autor dedicadas al ballet. En la misma idea circularía el movimiento siguiente hasta desembocar en el Scherzo, ejemplo de dirección puente del tiempo conclusivo caracterizado por la eficacia de los bronces en la coda final.

   Estrenada en el setenta y ocho, el mismo año de la finalización de Eugenio Oneguin y del fracaso del matrimonio con Antonina, la Cuarta Sinfonía inaugura el trìptico sinfónico que abarcan los últimos quince años compositivos del músico. Nuevamente, y como ha venido haciendo con la Quinta y Sexta, Gergiev prescindiría de la partitura lo que hace más personal y comprometida la interpretación. Al director ni se le escapa, ni deja escapar entrada alguna. Entra en el campo de la subjetividad del gusto del oyente en el convencimiento de una u otra lectura, de esta o aquella batuta o de tal o cual orquesta. Desde el Andante inicial hasta la gran coda final Gergiev imprimió todo el carácter y fuerza de la partitura para una versión difícilmente olvidable tanto por la calidad instrumental, como la sensibilidad con la que fue interpretada.

   Tras la insistencia del auditorio –y como hiciera en el encuentro anterior– Gergiev se despidió de Santa Cecilia con una nueva propina: la Polonesa de Eugenio Oneguin, broche a la indiscutible revisión que Gergiev reivindica de la integral de las sinfonías de Tchaikovsky hoy por hoy es su gran adalid.

Fotografía: mariinsky.us

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