Por José Amador Morales
Málaga. Teatro Cervantes. 23-III- 2018. Gioacchino Rossini: Stabat Mater. Beatriz Díaz (soprano), Nancy Fabiola Herrera (contralto), Emanuele Faraldo (tenor), Roman Ialcic (bajo). Coro de Ópera de Málaga. Orquesta Filarmónica de Málaga. Salvador Vázquez, director musical.
El así anunciado concierto de Semana Santa de la Orquesta Filarmónica de Málaga traía a los atriles una obra tan curiosa como poco representada (al menos por estos lares) como el Stabat Mater rossiniano. Curiosa por el evidente contraste con la carrera músico-dramática del compositor de Pésaro y por lo azaroso de su concepción. Un encargo por cierto muy vinculado a nuestro país pues fue a través del amigo personal y protector de Rossini, el banquero español Alejandro Aguado, como el canónigo Fernández Varela contactó con aquél después de una célebre representación en Madrid de Il barbiere di Siviglia (con dirección del propio Rossini y con la presencia del mismísimo monarca Fernando VII), para encargarle un Stabat Mater. La obra sobre el célebre texto de Jacopo da Todi, fue estrenada finalmente en Madrid, el viernes santo de 1833 en la iglesia principal de San Felipe el Real, obteniendo un notable éxito desde entonces más allá, o tal vez incluso debido a ello, de la tradicional acusación de ser una música poco sagrada y demasiado operística.
Lo tempi pausados, a menudo en exceso, de esta versión seguramente parten de la habitual asimilación de la lentitud a la solemnidad y a un impostado efecto dramático. Sea como fuere con ello Salvador Vázquez logró hacerse con el control de una interpretación en la que no hubo grandes elementos destacables y, por el contrario, sí una estimable sensación de homogeneidad artística y de un aseado trabajo coral.
Si la Filarmónica de Málaga volvió a demostrar su excelente momento, vocalmente debemos resaltar el esfuerzo y engarce del Coro de Ópera de Málaga (sensacional en el original Amén conclusivo) como la adecuación del equipo solista. En este destacó -aquí sí- una Nancy Fabiola Herrera de gran calado expresivo (conmovedora en el dúo "Quis est homo" así como en su aria "Inflammatus et accensus") junto a una Beatriz Díaz -quien había interpretado la Despina mozartiana sobre el mismo escenario sólo tres semanas antes- con una importante proyección vocal con la que compensó la ausencia de un mayor peso dramático; ni siquiera eso tuvo Emanuele Faraldo, musical y entregado pero con un volumen tan exiguo que ni la orquesta en pianissimo aseguraba una correcta audición de su voz; un volumen que sí poseía Roman Ialcic quien se mostró contundente a despecho de un timbre demasiado claro.