Por Aurelio M. Seco / @AurelioSeco
Jorge Luis Prats es uno de los más importantes pianistas de hoy, estatus que ha alcanzado un tanto alejado de lo mediático, algo que no parece importarle ni necesitar. Prats reluce cada vez que toca una sola tecla del piano, con sus travesuras incluso, pues sólo un genio es capaz de ser tan creativo interpretando como para guiñarte un ojo mientras libera una obra maestra de las miles de notas escritas. A veces uno tiene la tentación de ver en él sólo a un pianista instintivo, pero no es así en absoluto. Prats bebe de los grandes teóricos y pianistas, no sólo porque haya estudiado con Rudolf Kehrer en Moscú, Magda Tagliaferro en París, Paul Badura-Skoda en Viena y Witold Małcużyński en Varsovia, sino porque se ha leído lo escrito por Couperin en su tratado. Por eso sabe que la primera nota es la más importante del grupo que viene después, ya sea subiendo o bajando, y además hay que tocarla con cierta distinción, puede que con la sensualidad de lo propiamente hispano, que es una clase con sus especies vivas y vibrantes, en la historia y en el presente.
Prats da la impresión de querer humanizar el arte en un mundo de virtuosos machacones, glamurosos maquillados repeinados que te dan todas las notas precisas y rápidas, o afectadas hasta el absurdo, frías, calculadas, sin concepto. Hay tantos así... Prats sí tiene concepto, el de un titán del piano, con sus pequeñas manos poderosas capaces de hacer temblar los cimientos del instrumento más robusto. ¡Qué sonido el de Prats! Pero no hay brusquedad en la elocuencia, ni en su claridad de ideas ni en su concepto, sobre todo cuando la frase se rodea, aún lenta, de una tela tan sedosa, dulce y excitante que casi da pudor pensarla.
¿Y cómo se humaniza el arte del piano? Como anda un hombre que aveces tropieza; como se respira y gime, anhelando…. Hay una fuerza mítica y agotadora en Prats, que vive en el secreto de cada toque, en la fuerza de cada instante, y en el más puro virtuosismo también. Qué barbaridad cómo toca Prats. Como Dionisos, toca. Sesenta y dos años ven ya la vida de este gran hombre y genio del piano, capaz de tocar con la rapidez del mayor virtuoso, para sorpresa de muchos jóvenes de cuerpos esbeltos moldeados con el artificio del gimnasio pero que no saben deletrear la palabra "pasión". En Prats predomina la naturalidad, entrenada, forjada por la vida auténtica que hoy ya no existe ni quiere existir. Por Cuba y su Revolución. Hay sorbos de ella en el mejor café mezclado, en el salado sabor del más intenso chocolate amargo, o en el saber hacer que muestra el mejor ejemplar de un puro habano. Porque sí, Prats vive en Estados Unidos pero es cubano de Camagüey. Su mensaje, poderoso, hispano, se le contagia a uno por la verdad que se intuye y la categoría absoluta de su arte. No es fácil hoy escuchar mejores versiones que las que puede ofrecernos él de conciertos de Rachmaninov o Tchaikovsky. No se trata en realidad de aquel belcanto de Rubinstein, al que admira, pero tiene algo de él. Y si Rubinstein decidió a partir de un día “ser valiente”, Prats parece inmune al miedo y ajeno al temor. En Prats no hay el menor atisbo de duda. Todo parece claridad en su idea diáfana de entender el piano, a veces como una especie de chamán cubano que necesita embeberse de la fuerza de la tierra y observar la influencia de la luna...
Sí, hay una manera de tocar latina, hispana en realidad, que está alejada de una forma de hacer música cuadriculada y excesivamente percutida. Y de la rapidez gratuita y la superficialidad. La forma hispana nos parece sin duda más cálida, apasionada, verdadera y humana. No somos robots ni la música fue escrita por ellos. Hay un color en cada tonalidad, nos dice Prats cuando pinta dos piezas distintas en do sostenido menor con cierta homogeneidad, acariciando el oído sin, desde luego, sentir la necesidad de poner los ojos en blanco. La música, nos dice el mensaje de Prats, tiene que ver con el hombre y el hombre, con la música.
Humanizar el arte. Que cada acción tenga un sentido. Que se sepa por qué se hacen las cosas. Que no se haga nada sin que sea importante la razón.
La pasada temporada Jorge Luis Prats ofreció una versión de Iberia en Sevilla que recordó a las grandes de la historia. Y en Iberia la sustancia de la vida envuelve a Prats en cada sonido y gesto, para acariciarnos, susurrarnos, pellizcarnos, consolarnos, mordernos. No hay mejor ocasión de oír la dificilísima y genial Iberia de Albéniz que cuando la toca Prats. Y sin embargo, la próxima temporada no será fácil ver en España a este gran maestro del piano.
Ay... Como dicen los cubanos: "qué pena, mi hermano...".