Por Pedro J. Lapeña Rey
Madrid. Auditorio Nacional. 15-XI-2018. Temporada de abono de Ibermúsica. Orquestre Philarmonique du Luxembourg. Vilde Frang, violín. Director musical, Gustavo Gimeno. Nichtzu Schnell, Orquestación de Colin Matthews del Klavierquartettsatz para piano y cuerdas de Gustav Mahler. Concierto para violín y orquesta n°1, Sz 36 de Bela Bartók. Sinfonía n°4 en sol mayor de Gustav Mahler.
Siempre es estimulante ver en directo obras que no conoces o que no se interpretan con asiduidad, por lo que el segundo concierto de la Orquesta Filarmónica de Luxemburgo con su director titular, el valenciano Gustavo Gimeno al frente,dentro del ciclo de Ibermúsica, presentaba en su primera parte dos grandes atractivos. En primer lugar la orquestación de una obra de cámara de un Gustav Mahler adolescente. Por otro, el raramente ejecutado Primer concierto para violín de Bela Bartok.
El compositor y musicólogo inglés Colin Matthews es conocido sobre todo por su colaboración con Deryck Cooke, con su hermano David Matthews, y con el inolvidable Berthold Goldsmith –«músico degenerado» y autor de la magnífica ópera El cornudo magnífico– en la versión ejecutable de la Décima sinfonía de Gustav Mahler. En 2008, la Orquesta del Concertgebouw de Amsterdam le encargó orquestar una partitura juvenil del compositor bohemio, su Cuarteto con piano en la menor. Compuesto en cuatro movimientos durante sus años del Conservatorio de Viena, de la obra solo se conserva el Andante inicial, marcado Nichtzu Schnell -No demasiado rápido. Recuperada en Nueva York en 1964, raramente se interpreta, y el que suscribe solo recuerda haberla visto una vez en Madrid a Elisabeth Leonskaja junto al Cuarteto Alban Berg hará unos quince años.
Aunque en la versión original del cuarteto atisbamos algo del lenguaje y de las características de lo que sería su lenguaje musical, Mahler aún estaba por hacer. La orquestación de Matthews, compositor que conoce su obra en profundidad, es posiblemente «más mahleriana» que el original. Respeta el alma de la obra, y la engrandece en todos sus sentidos. Gustavo Gimenores altó estas nuevas sonoridades. De entrada colocó la orquesta de una manera bastante particular. Aunque en ciertas formaciones alemanas o rusas es habitual colocar a los contrabajos en la parte superior izquierda del escenario, no lo es tanto el que también los violonchelos se sitúen a la izquierda, codo con codo con los primeros violines. De esta manera todo el sonido grave de la cuerda te viene de la izquierda, mientras que el de los segundos violines, las violas y las arpas te viene de la derecha, por lo que el balance sonoro quedó algo desequilibrado. Aun con esto, el Sr. Gimeno demostró conocimiento de la obra –la ha grabado con esta misma orquesta– y con un gesto amplio y claro, y un fraseo elegante, mantuvo el pulso los doce minutos que dura la obra. La orquesta rayó aquí a buena altura, aunque como veremos después, este interesante arranque marcó lo mejor del concierto, yendo a menos a partir de aquí.
El primer Concierto para violín de Bela Bartok es un concierto maldito. Aunque se sabía de su existencia, no salió a la luz hasta años después de la muerte del compositor. Bartok estaba enamorado de la joven violinista húngara Stefi Geyer, y empezaron una relación que llevó incluso al compositor a viajar junto a la familia Geyer en el verano de 1907. En esos días él empezó a componerle este concierto, pero varios meses después, ella le envió una carta terminando la relación. Como consecuencia, el conciertono se estrenó. Tras la muerte de ambos en 1945 y 1956 respectivamente, el concierto por fin se editó y el violinista suizo HansheinzSchneeberger lo estrenó un par de años más tarde en Basilea junto al mítico director y mecenas Paul Sacher. Con el paso del tiempo se ha instalado en el repertorio aunque no es tan popular ni se toca tanto como el Segundo que estrenaron los legendarios Zoltán Székely y Willem Mengelberg.
Era la primera vez que veía en directo a la violinista noruega Vilde Frang y la impresión ha sido negativa. La noruega exhibió un sonido nimio, que se oía con bastante dificultad, sin capacidad de proyección, y que a mi modo de ver la invalidan como solista. Cuando por fin se la oía, ni había tensión ni su timbre era atractivo, salvándose de la quema varias frases aisladas bien conseguidas. Desconozco si ha sido un mal día, pero me temo que si ha ocurrido en este concierto, donde Bartok prima el dialogo entre el solista y diversos grupos orquestales –preciosos los del comienzo del Andante, primero junto al concertino al que posteriormente se le van sumando mas violines– y donde al contrario que otros conciertos románticos, en general no se enfrenta a la orquesta de tú a tú salvo en dos crescendos del Allegro giocoso, no debe ser mejor en otros. Si hacemos abstracción de este problema de base, podemos destacar que la noruega demostró un nivel técnico apreciable y cantó con mucho gusto, pero ello no nos hace olvidar lo comentado anteriormente. Gustavo Gimeno y la orquesta tampoco estuvieron especialmente inspirados en el acompañamiento donde combinaron algunas de cal y otras de arena. La versión fue más contemplativa que intensa –a años luz de la que el mítico violinista checo Josef Suk dio con la ONE en 1994– a pesar de lo cual fue bastante aplaudida por el público.
En la segunda parte del concierto continuamos en el universo mahleriano con su Cuarta sinfonía. Gustavo Gimeno, percusionista durante muchos años de la Orquesta del Concertgebouw de Amsterdam, lo conoce de primera mano. Mahler y Amsterdam son un binomio indisociable desde la época de Willem Mengelberg. Recuerdo que mi primer contacto con Gimeno fue hace unos años en el Muziekcentrum Omroep de la localidad holandesa de Hilversum, donde diseccionó de manera admirable la versión para conjunto de cámara que el musicólogo Klaus Simon publicó en 2012 de la Novena sinfonía. Una versión de claridad meridiana, casi expresionista que se benefició de la calidad de los miembros de la Camerata del Concertgebouw. Mis expectativas eran altas, y por tanto, la decepción también lo fue.
Ni hubo calor, ni intensidad ni belleza, y eso en esta obra, es difícil de entender. El aspecto onírico de la obra brilló por su ausencia, y el bucólico fue algo mejor, pero el problema fue de base. No acabamos de entender qué es lo que buscaba Gimeno. Tampoco la orquesta ayudó. La versión fue alicaída, con un sonido en general plano y pesante, y con una gama cromática muy limitada. Vimos buenas intenciones, y muchas pinceladas bastante conseguidas, pero sin que la obraterminara de cuajar. El Allegro inicial fue insulso y apagado. En el Moderato posterior, hubo combinación de frases buenas y mediocres, pero faltó la clave: resaltar su aspecto irónico y mordaz. La labor del concertino, tan importante aquí, no pasó de discreta. En cualquier caso, lo mas paradigmático fue el Adagio. El Sr. Gimeno marcó un tempo muy lento, ideal cuando tienes una orquesta de gran nivel y eres capaz de mantener la tensión a lo largo de todo el movimiento.Pero la centuria luxemburguesa dista mucho de alcanzar ese nivel, por lo que a pesar del cuidado exquisito que mostró y de las bellas transiciones que perfiló, una vez entrabamos en el tema siguiente, todo se volvía a caer.
En el movimiento final, la soprano sueca Miah Persson resolvió con solvencia su lied. La voz no es grande. Tiene un volumen justo que en el tercio superior es brillante y luminoso. Por el contrario, su centro es escaso y su grave muy pobre, pero canta con gusto y frasea con intención. Acompañándola, el Sr. Gimeno y la orquesta alcanzaron su mejor momento en la obra.