CODALARIO, la Revista de Música Clásica

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[C]rítica: Josep Pons dirige el Concierto para trompeta de Zimmermann, con el solista Manuel Blanco, en la temporada de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León

18 de diciembre de 2018

Cuando la música resulta fascinante

Por Agustín Achúcarro
Valladolid. 13-XII-2018. Centro Cultural Miguel Delibes. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Obras: Suite n.º 1 de La arlesiana, de Georges Bizet; Concierto para trompeta y orquesta «Nobody knows the trouble I see», de Bernd Alois Zimmermann; y Carmen suite, de Rodion Shchedrín. Solista: Manuel Blanco. Director: Josep Pons.

   Josep Pons con su manera de dirigir evidenció hasta dónde se puede llegar con la música. Claro, es obvio que para ello se debe de contar con una orquesta capaz como lo fue la Sinfónica de Castilla y León. Lo cierto es que desde el primer momento quedó patente que el director iba a llegar al fondo de cada obra, iba a exprimir cada pasaje dotándolo de una energía y un poder comunicativo fascinante, amén de una precisión minuciosa como si se tratara de un dibujo de Argadí. Se contaba con el hecho de que era un programa atractivo, lleno de motivos para seducir, empezando por el Concierto para trompeta «Nobody knows the trouble I see» de Zimmermann. A lo que hay que sumar el que se contó con Manuel Blanco, un solista espléndido. No en vano Pons y Blanco han grabado recientemente esta obra con la Orquesta Nacional de España y se ha convertido en una referencia. La obra de Zimmermann sonó en toda su magnitud, poderosa desde la trompeta, con un fiato descomunal y una sonoridad apabullante. Se produjeron ligados imposibles, por su extensión y consistencia, pasajes líricos que se destrozaban en juegos rítmicos, momentos tonales y atonales, y el jazz y el espiritual negro «Nobody knows the trouble I see» como base de un concierto magnífico. No se le pudo pedir más a nadie y menos aún a un solista capaz de afrontar agudos en piano, ligaduras tramposas y largas, sonidos plenos, atacados con inusual certeza, y efectos distorsionantes producidos con o sin sordina. Todo un espectáculo, pero no de malabarismo instrumental fácil y superficial, sino de música auténtica sacada de las mismas entrañas de la obra de un autor genial llamado Bernd Alois Zimmermann. Blanco ante el éxito cosechado interpretó dos obras fuera de programa: primero Oblivión de Astor Piazzolla con la OSCyL, que dedicó a Pons al que reconoció como su mentor, y después junto a la pianista Irene Alfageme, que estuvo magnífica durante el concierto, con Imitando el estilo de Albéniz de Shchedrín.

   Antes la OSCyL tocó la suite n.º 1 de La arlesiana de Georges Bizet, que comenzó fulgurante, sin fisuras, desde esa marcha cuya melodía va consolidando su armonización a través de las maderas, con una sonoridad plena de colores, a lo que contribuyó la participación del saxo, y matices. Todo en un ámbito en el que la música fluía sin tensiones, sin por eso perder eficacia en los tutti orquestales o en los pianísimos, con una extensión dinámica proverbial. Algo que se convirtió en una constante en la interpretación de esta suite, ya fuera por el cambio de momentos enérgicos a otros más suaves, como en el Minuetto, por el carácter emocional y al tiempo nada pesante del Adagietto o por el exultante Carillon.

   Y para terminar Carmen Suite, de Rodion Shchedrín sobre la partitura de la ópera homónima de Bizet. Pons, que en entrevista concedida a este medio de comunicación había definido la obra con la «Mona Lisa con bigotes», se decantó por demostrar que Shchedrín no hizo una mera recreación para ballet sino que juega con la magistral partitura del francés de tal forma que puede resultar evocadora, satírica, burlona, lírica o plenamente dramática. Pons se encargó de conjugar el binomio Bizet-Shchedrín en un compendio de lo dicho, ya que, por ejemplo, se hace patente la chulería del torero con una música voluntariamente ampulosa en su aria de presentación, existe  socarronería ante la admiración del público por el matador en la plaza, y el lirismo teñido de tragedia se cuela en la conclusión con el aria de Don José, enamorado hasta lo patológico de Carmen. Exacta y precisa la percusión que con un rasgo cambiaba el sentido de un pasaje, como ocurrió con las intervenciones de las campanas o del güiro.  

   Un concierto sorprendente, con unos intérpretes en estado de gracia y un director dispuesto a desentrañar hasta los más imperceptibles detalles de la música.

Fotografía: OSCyL.

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