El clavecinista vigués ofreció, para el asombro de todos los congregados en la céntrica Iglesia de San Marcos, una de las versiones más fascinantes y técnicamente impecables que pueden escucharse en la actualidad sobre la faz de la tierra.
Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 05-IV-2019. Iglesia de San Marcos. XXIX Festival Internacional de Arte Sacro [FIAS] de la Comunidad de Madrid. Aria mit verschiedenen Verænderungen vors Clavicimbal mit 2 Manualen, BWV 988, de Johann Sebastian Bach. Diego Ares [clave].
Los hay que comienzan el día orando. Con yoga y meditación empiezan otros. ¿La gimnasia? Muy recomendable a todas las edades. Yo comienzo el día tocando las Variaciones Goldberg porque son oración, meditación y gimnasia. Desde hace años me acompañan y me ofrecen su elixir de felicidad. Compartirlas es mi deseo: hacer soñar con ellas, acercaros su manantial inagotable de originalidad, y, quizá, aliviar por un momento vuestras angustias, como las de conde aquel, que, durante las interminables noches de insomnio repetía a su clavicembalista: «toca, querido Goldberg, alguna de mis variaciones».
Diego Ares.
No se proponía el excepcional clavecinista vigués Diego Ares una empresa en absoluto sencilla cuando se plantó ante los cientos de asistentes que abarrotaban la madrileña Iglesia de San Marcos, obra del gran arquitecto ilustrado Ventura Rodríguez, en el que era, sin lugar a dudas, uno de los conciertos más esperados de este XXIX Festival Internacional de Arte Sacro [FIAS] de la Comunidad de Madrid. Para muchos el mero reclamo de Johann Sebastian Bach (1685-1750) es más que suficiente; aquellos que hilan algo más fino saben de la calidad de la obra interpretada aquí; y los ya claramente conocedores del panorama, saben del extraordinario hacer de este intérprete, entre otras cosas porque su reciente grabación de esta obra en Harmonia Mundi [2018] es una de las referencias absolutas en la extensísima discográfica que existe sobre la misma –que ha sido grabada por los más grandes, incluso en más de una ocasión–. Bach, las Goldberg y Ares conformaban una unión que no podía dejarse escapar. De las palabras del intérprete –citadas arriba– se extrae claramente que conoce a la perfección esta música, a la que se acerca de manera recurrente cada mañana, pero, honestamente, nada nos preparó para lo que estaba por venir en esta velada que ya ha pasado a convertirse en la más excepcional de esta edición del FIAS 2019, así como uno de los conciertos más extraordinarios de toda la temporada 2018/2019.
Las célebres Variaciones Goldberg, BWV 988, cuyo título original es Aria mit verschiedenen Verænderungen vors Clavicimbal mit 2 Manualen [Aria con variaciones diversas para clave con dos teclados], son indudablemente una de las cimas de la escritura clavecinística de la historia. Y lo son por muchas y diversas razones, siendo la primera de ellas la genialidad de su Aria inicial –solo los primeros compases son suficientes para desestructurar a cualquiera–, con esa maravillosa melodía y el bajo inigualable y fascinante, del que parte todo y al que todo regresa. Como defiende uno de los grandes estudiosos bachianos, Christoph Wolff, parece que el tema del bajo está tomado de la Chaconne avec 62 variations, HWV 442, compuesta por Georg Friedrich Händel entre 1703 y 1706. Sea como fuere, y esté tomado de un tema previo o no, lo cierto es que lo que es capaz de efectuar Bach después con ese sencillo tema está solo al alcance del mayor genio musical en la Historia de la música occidental. Treinta son, y treinta maravillas, las variaciones a través de las cuales va desarrollando y transformado de las maneras más fascinantes posibles dicho tema. Haciendo uso de uno o de los dos teclados en las distintas variaciones, todavía tiene tiempo para introducir –cada tercera variación– un juego casi matemático y absolutamente brillante, utilizando los diversos intervalos –desde el unísono hasta la novena– para elevar al estatus de absoluta genialidad el tratamiento temático. Por si fuera poco, una de las variaciones se desarrolla a la manera de una Ouverture francesa, otra como un genial Quodlibet –con el uso de temas de corte popular, más desenfadados–, una de las últimas como un fastuoso Adagio casi a la manera de una sonata en trío, y una de las primeras desarrollando una descomunal y modélica Fughetta con la que demostrar lo mejor de su escritura como compositor de ese estilo que estaba ya por extinguir.
Estas Goldberg Variationen forman parte del cuarto y último libro de su Clavier-Übung, probablemente el proyecto teclístico más ambicioso de toda su vida, que desarrolló entre los años 1731 y 1741, una exhaustiva «práctica para teclado» con la que el Kantor de Santo Tomás ofreció una demostración realmente lograda de volverse a mostrar como un virtuosos del teclado, sino también de du deseo de exponer al público su capacidad como artista del teclado, seleccionando géneros que pudieran ser atractivos, aunque nunca llegó a ofrecer sobre ellos una serie de normas ni compositivas ni interpretativas, lo que sin duda hubiera elevado esta colección a unas cotas más elevadas, si cabe. La parte IV de esta colección fue publicada, como parte II, en la ciudad alemana de Nürnberg, englobando únicamente en ella estas Goldberg Variationen. Como explica Wolff, la creencia del encargo por parte del conde Hermann Carl von Keyserlingk, quien «alguna vez le dijo a Bach que le gustaría tener algunas piezas para clave para que las tocase su [clavecinista Johann Gootlieb] Goldberg, y que fuesen de carácter suave y un poco animado para alegrarle sus noches de insomnio», se debe a Johann Nikolaus Forkel –primer biógrafo de Bach–. No obstante, para Wolff hay una serie de indicios que no favorecen el seguir creyendo en esta teoría: tanto la ausencia de una dedicatoria formal a Keyserlingk, así como la muy temprana edad de Goldberg en el momento de la publicación de la obra [14 años] sugieren que estas variaciones no surgieron en realidad como un encargo, sino que ya se encontraban integradas como parte de la colección, es decir, predefinidas en cierta manera en la mente de Bach.
Ares, que antecede a la interpretación de las Goldberg el maravilloso Adagio en Sol mayor, BWV 968, una de sus excepcionales transcripciones para teclado de obras previas, en este caso del movimiento inicial de su Sonata para violín solo n.º 3 en Do mayor, BWV 1005, sorprendió a propios y extraños con una de las versiones más personales y exquisitas que se hayan podido escuchar, en la que hace uso de todo su conocimiento sobre el insondable universo bachiano para introducir ricas y asombrosas ornamentaciones en cada una de las repeticiones de todas las variaciones, comenzando por el subyugante Aria inicial. Nunca se han escuchado tan inteligente y respetuosamente ornamentadas, aportando una impronta personal monumental, pero manteniendo la esencia bachiana casi intacta. No hay en ellas lugar para la frivolidad ni el lucimiento gratuito. Todo está absolutamente medido, controlado y contrastado. Sorprenden, y mucho, algunas de las decisiones interpretativas, por novedosas y sugerentes: el uso de algunos registros en ciertas variaciones –incluso transportando hasta la octava la línea melódica de la Variatio 9. Canone alla Terza. a 1 Clav.–; el evidente contraste de los tempi entre varias de ellas –algunas de las cuales se alejan de la elección que hoy día se tiene ya en el imaginario colectivo–; la unión de algunas de las variaciones, sin dejar silencio entre las mismas; el respeto de todas y cada una de las repeticiones, lo que le da pie para sumergirse en ese universo de la ornamentación tan apabullante; la diafanidad con que concibe cada variación, clarificando hasta el extremo el siempre intrincado contrapunto bachiano, que en sus manos su vuelve extremadamente inteligible y luminoso –pocas veces se ha escuchado una Variatio 10. Fughetta. a 1 Clav. de tan prístina concepción contrapuntística o una Variatio 16. Ouverture. a 1 Clav. tan comprensiblemente francesa y tan aligerada de toda carga superficial–.
Ares ofrece 90 minutos de una insondable genialidad interpretativa, sustentada en un primer nivel técnico que resulta tan descollante como asombroso. Su técnica de dedos es inquebrantable y siempre rebosante de sutilezas y detallismo, al igual que su cruce de manos en los dos teclados es de lo más impresionante que uno puede echarse a la vista en la actualidad. De ser pura técnica, la versión ya sería absolutamente descomunal, todo un hito interpretativo; pero nada más alejado, pues, por todo lo dicho anteriormente, Ares ofrece una lectura tan personal, respetuosa y conceptualmente genial como solo un talento de este calibre podría llevar a cabo. El vigués concibe la obra desde la asombrosa estructura numérica sobre la que en realidad subyace su existencia, con los 32 compases del aria que igualan el número total de 30 variaciones si le semamos el Aria inicial y su da capo para cerrar la obra. Pero, además, juega con la división bien en dos grupos de quince –cuya segunda parte se abriría, no por casualidad, con la ya mencionada Ouverture–, pero también con la posibilidad de establecer diez grupos de tres variaciones, cada uno de los cuales se cierra con su correspondiente canon elaborado sobre el intervalo que ocupa en su lugar en la obra [unisono, seconda, terza, quarta…]. Se pregunta el clavecinista –muy adecuadamente, por otra parte– por qué Bach introduce un Quolibet en el lugar correspondiente al último canon –alla decima en este caso–. Ares encuentra en la práctica habitual de Bach de componer este tipo de obras de procedencia popular para interpretarlas en veladas familiares, lo que sin duda debe asimilarse con momentos felices en su vida. Y así parece que rezuman todas estas Goldberg en manos de Ares: felices. Creo que su mayor logro a la hora de emocionar y epatar al oyente –de forma más que evidente, con la que ha sido probablemente la ovación más cerrada y calurosa de cuantas se han escuchado este FIAS– es la capacidad de demostrar técnica e intelecto por igual, pero evadiéndose de la evidente complejidad de la composición, no afrontándola como un hito personal, como una cima que todo intérprete quiere alcanzar, sino planteándolas desde el más puro y honesto anhelo de felicidad –por eso no hay en su lectura espacio para el lucimiento vacuo ni la elección de tempi desaforados–. Así nos han llegado y esto es, verdaderamente, lo que las hace únicas.
Que el bueno de Diego Ares apenas pise suelo español –esta temporada ha sido uno de las mejores, pues ha tocado en la Fundación Juan March, en el Festival de Música Barroca de Albacete y ahora en el FIAS– es uno de esos dislates superlativos que solo un país como este nuestro está dispuesto a soportar. Un talento como este debería ser atesorado y guardado entre algodones. Pero no, aquí permitimos que desarrolle su carrera internacional, con sede en Basel, sin apenas pisar suelo patrio. Total, para qué, si podemos llamar a cualquier extranjero de turno a que nos ofrezca unas Goldberg que muy probablemente ni se acerquen mínimamente a lo que este gallego es capaz de plasmar al clave. Otro punto más para Pepe Mompeán y Cultura Comunidad de Madrid por acercarnos lo nuestro y demostrar –a los que todavía dudan– que nuestro país tiene enormes talentos que hemos dejado escapar.
Musica movet affectus; así rezaba una de las dos inscripciones que ornamentaban el precioso y fantástico clave construido por Titus Crijnen sobre un Johannes Ruckers de mediados del XVII –pasado por el matiz en el XVIII de Couchet y Blanchet– sobre el que Ares posó sus manos para ofrecer unas Goldberg absolutamente legendarias, que pasarán a engrosar la lista de uno de los momentos más inolvidables en este ciclo de cuatro años del FIAS que está a punto de culminar. Desde luego, la música mueve afectos, y en que este removió las entrañas de muchos, entre los que me encuentro. Ver, además, la honestidad y la inmersión absoluta del clavecinista en su pequeño gran mundo bachiano durante esos noventa minutos ha supuesto una experiencia verdaderamente reconfortante. Guardaré largo tiempo en la retina la imagen de un Ares sentado ante el clave, inmóvil y con los ojos cerrados durante treinta segundos, mientras a su alrededor el público le ofrecía una ovación en esta ocasión más que merecida y acertada. Un lujo por el que nos debemos sentir muy afortunados.
Fotografía: Pablo. F. Juárez.