CODALARIO, la Revista de Música Clásica

Críticas 2019

Crítica: La no tan «piccolina» «Aida» de Zeffirelli  en el Teatro Verdi de Busseto

8 de octubre de 2019

Aida de Zeffirelli en Busseto, no tan “piccolina”

Por Víctor Sánchez Sánchez
Busseto. Teatro Verdi. 27-IX-2019. Verdi Festival 2019. Verdi, Aida. Maria Teresa Leva (Aida), Bumjoo Lee (Radamés),  Daria Chernii (Amneris), Andrea Borghini (Amonasro), Dongho Kim (Ramfis), Renzo Ram (Rey), Manuel Rodríguez (Mensajero), Chiara Mogini (Sacerdotisa). Orquesta y Coro del Comunale de Bolonia. Dirección musical: Michelangelo Mazza. Dirección escénica: Franco Zeffirelli / Stefano Trespidi.

   En 2001, con motivo delas celebraciones del centenario de Verdi, se decidió realizar el proyecto más ambicioso jamás programado en el pequeño teatro de Busseto: una producción de Aida. Parecía un disparate, pero el encargado fue el gran Franco Zeffirelli, quien afrontó la propuesta con ilusión, reuniendo un reparto de jóvenes cantantes desconocidos que contaron con la preparación de Carlo Bergonzi. Siempre recordó con cariño esa Aida, de la que existe una buena grabación, que Zeffirelli calificó como su «Aidina piccola piccola». Denominación lógica para alguien que había consolidado el modelo superespectacular de Aida en la Scala o la Arena de Verona. Casi veinte años después el Verdi Festival recupera esta producción, a modo de homenaje al famoso director recientemente fallecido. La puesta en escena la coordina, con fidelidad al original, Stefano Trespidi, quien colaboró como ayudante del maestro florentino durante muchos años en la Arena de Verona.


   El teatro de Busseto es un espacio reducido, con un aforo de unas 300 localidades. Zeffirelli no se traiciona y piensa en los mismos términos que en los grandes teatros, a pesar de sus declaraciones de una Aida pequeña. Ofrece su habitual sentido de monumentalidad, con referencia a las grandes construcciones y unas imágenes tópicas del Antiguo Egipto. En realidad no muy alejadas a cómo la concibió Verdi, que desde el principio pensó que uno de los atractivos de Aida sería su mise en scène y se dejó aconsejar por el egiptólogo Auguste Mariette. Una puesta en escena tradicional, llena de imágenes reconocibles como las dos grandes estatuas de Anubis y Sekhmet, aunque en algunos momentos raya en lo kitsch como en las falsas arpas de las doncellas de Amneris. Alguno llegó a comentar en 2001 que la propuesta era ya antigua. Si bien está muy alejada de conceptos modernistas, resulta hermosa visualmente; veinte años después tenemos la misma sensación, lo que nos confirma esta apreciación que podríamos calificar ya como clásica.

   Un grave fallo de la producción de Zeffirelli, que no se ha querido tampoco solucionar en esta reposición, es la supresión de los bailables, especialmente el de la gran escena triunfal. El famoso desfile está bien resuelto, colocando al coro de espaldas como si contemplase el paso de las tropas victoriosas sin que las veamos. Pero el corte musical de los bailables resulta muy brusco y nos priva de una de las más hermosas páginas sinfónicas de Verdi. Es un reflejo de cómo Zeffirelli sigue atado a una concepción monumental de la ópera y se siente incapaz de una solución no tradicional, más imaginativa.La única opción que vio fue cortar el pasaje, algo que no se hace en ningún teatro del mundo. En el fondo con esto demuestra que solo pretende adaptar al reducido escenario de Busseto sus estelares producciones areneras.

   Aida es mucho más que una colección de grandes cromos del Antiguo Egipto. El intenso drama se desenvuelve en un doble plano: el privado en los conflictos de los sentimientos de los personajes y el público en la fastuosidad del poder político-religioso. Uno no se entiende sin el otro: el estado de guerra y violencia del poder intensifica hasta lo imposible una situación que solo encuentra salida en la renuncia a la vida del final de la ópera. Tragedia en el mismo sentido del teatro grecolatino, muy del gusto verdiano. Musicalmente esto se traduce en una rica partitura, que conjuga lo masivo con momentos de delicadeza y la variable intensidad del canto de los personajes.


   El reparto estuvo encomendado a jóvenes cantantes. Ya desde hace años el Festival Verdi ha concebido las producciones de Busseto como un desarrollo del concurso anual de voces verdianas y la Academia Verdiana de Parma. Lógicamente unas partes como las de Aida no resultan fáciles para este tipo de voces, ya que requieren experiencia y madurez, pero la cercanía que ofrece el pequeño teatro facilita la interpretación. El papel protagonista estuvo encomendado, solo el día del estreno que tuvimos ocasión de escuchar, a Maria Teresa Leva. La joven soprano italiana, que están comenzando a asumir papeles en escenarios que podemos calificar de medianos (Bari, Génova) ha crecido en circuitos pequeños como el de Lombardía y sorprendió en el Liceu el pasado mes de enero cuando tuvo que sustituir repentinamente la baja de Ainhoa Arteta en Madama Butterfly. Posee una voz fresca y espontánea de lírico spinto, aunque tal vez necesite consolidar su técnica para afrontar muchos de los delicados matices de la partitura; esto se notó especialmente en algunas medias voces que por falta de apoyo desaparecían muy rápidamente. A la mezzo ucraniana Daria Chernii, alumna de la Academia de la Scala, el papel de Amneris le queda algo grande a sus 26 años, aunque supo resolver bien sus momentos más intensos como el acto final. Su actuación resultó algo rígida, aunque esto se debe achacar más a la falta de dirección de actores, ya que el regista estuvo más atento al conjunto que al detalle de cada cantante, lo que es de lamentar en un reparto joven que necesita consejos e ir creciendo sobre el escenario.

   Anoten el nombre del tenor, porque no resulta fácil: Bumjoo Lee. No es un coreano más de los muchos que aparecen en los concursos de canto, aunque en Occidente se dio a conocer al obtener el segundo premio en este mismo escenario de Busseto en el concurso de voces verdianas de 2015. Posee un hermoso timbre, de voz clara con peso y redondez, y una expresiva línea de canto nunca forzada. Recuerda a los grandes de su cuerda por su facilidad y naturalidad. Sobre el escenario se sintió cómodo y construyó un magnífico Radamés, ya desde el principio atacando con maestría la siempre comprometida «Celeste Aida». Con menos de treinta años le auguramos una prometedora carrera si consigue moverse con inteligencia musical en el difícil mundo de los teatros de ópera.


   El resto del reparto redondeó una interesante función. El barítono italiano Andrea Borghini, miembro de la joven compañía de la ópera de Munich, mostró una voz grande y potente, con la que también consigue bellas líneas líricas para Amonasro. Igualmente acertados estuvieron los dos bajos, el coreano Dongho Kim (Ramfis) y el chino Renzo Ram (Rey), de voces graves y redondas. Mención especial merece el tenor zaragozano Manuel Rodríguez, que está formándose en Bolonia y se ha incorporado este año a la Academia Verdiana, quien realizó con solvencia su breve intervención como mensajero; nos gustaría oírle en papeles más extensos y elaborados.

   El tercer gran pilar de la producción, junto a las voces y la escena, fue la orquesta y coro. Las formaciones del Comunale de Bolonia, lógicamente reducidas (unos 40 profesores y 45 coristas), mostraron su valía y se adaptaron bien al nuevo espacio. Excelente la dirección musical de Michelangelo Mazza, cuidadoso en los detalles que supo buscar el lado camerísticode la maravillosa partitura verdiana. Consiguió un buen sonido, carácter y articulación, sin dejar de estar muy atento a los jóvenes cantantes. En definitiva una Aida en un escenario pequeño, pero que nunca puede resultar pequeña. Una obra maestra que necesita de la profundidad que se consiguió en el especial escenario de Busseto. Seguro que el propio Verdi, que en 1872 poco después del estreno mandó una carta al Teatro Regio de Parma avisando que iba a retirar la partitura por la desidia de la producción, nunca se hubiera imaginado una Aida como esta en el pequeño teatro que construyeron sus conciudadanos con su nombre.

Foto: Roberto Ricci, Teatro Regio di Parma

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