CODALARIO, la Revista de Música Clásica

Críticas 2019

Crítica: Teatri 35 y Tiento Nuovo se unen en un espectáculo músico-teatral para la Fundación Juan March

11 de diciembre de 2019

Conjunciones desaprovechadas

Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 04-XII-2019. Fundación Juan March. Pintar la música, escuchar la pintura [Ciclos de miércoles]. Teatri 35 • Tiento Nuovo | Ignacio Prego.

No deben mirar solo los cuadros, no deben solo contemplarlos; deben sentirlos.

Michelangelo Merisi da Caravaggio.

   ¿Es posible aunar teatro, pintura y música sobre un escenario de forma exitosa? A tenor de lo llevado a cabo por estos dos agentes independientes, como fueron la compañía de teatro italiana Teatri 35 y el conjunto español Tiento Nuovo, sobre el escenario de la Fundación Juan March, habría que responder mas un no que un sí. Este espectáculo, a medio camino entre el teatro y el concierto, formaba parte de un ciclo que la March ha titulado Pintar la música, escuchar la pintura, en el que se ponen en relación directa las artes plásticas y la música, en una serie de cuatro conciertos tan diversos como sugerentes.

   Para el tercero de este ciclo se decidió crear un espectáculo aunando a estos dos entes, y es aquí quizá donde radicó el primer –y gran– problema de la velada: la independencia con la que ambos abordaron sus respectivas interpretaciones. Hay que aclarar que el espectáculo en realidad nace por sí mismo de la compañía italiana, que se ha centrado en los últimos años en desarrollar su propia visión de esta unión entre las artes plásticas, el teatro y la música, llevando a cabo espectáculos interdisciplinares en los que convivan, de la forma más armónica posible, todos estos elementos. En Chiaroscuro, un espectáculo de tableaux vivants [cuadros vivientes] interpretado junto al Ensemble «Così facciamo» y la soprano Stephanie Krug, puede verse el antecedente directo de lo que aquí presentado. Desconozco, pues, si la elección de la música venía dada de serie al conjunto español por parte de la compañía teatral, o si bien fueron los primeros los que seleccionaron qué músicas podrían acompañar a los cuadros vivientes. En cualquier de los casos, resulta difícil asumir como afortunada dicha selección. No es solo que la elección de compositores resultase notablemente anacrónica, sino que –quizá lo más dañino para el espectáculo en sí mismo– el carácter de las piezas rarísima vez coincidía en punto alguno que lo representado en los cuadros. Si uno está presenciando escenas como El martirio de Santa Úrsula, La decapitación de San Juan Bautista, Judith y Holofernes, La captura de Cristo, La negación de San Pedro o La incredulidad de Santo Tomás –todos ellos del genial Michelangelo Merisi da Caravaggio (1571-1610)–, extrañamente podrían pensar en obras de danza –de carácter más o menos alegre, pero en cualquier caso bastante alejadas de lo que la imagen sugiere– pertenecientes a sonatas de autores como Antonio Caldara (1670-1736), Antonio Vivaldi (1678-1741), Francesco Geminiani (1687-1762) o Georg Friedrich Händel (1685-1759), ni tan siquiera de una Ciaccona de Arcangelo Corelli (1653-1713), por maravillosa que esta sea. Únicamente las obras de Andrea Falconieri (1585-1656) [La dichosa fantasía], Biagio Marini (1594-1663) [Sonata sopra la Monica] y Girolamo Frescobaldi (1583-1643) [Toccata seconda, F 2.02] –probablemente la más exitosa en cuanto a su imbricación con la parte teatral– resultaron estilísticamente más adecuadas, a pesar de que precisamente dos de ellas [Falconieri y Marini] se interpretaron todavía con los actores fuera del escenario. Puede parecer exagerado, pero la adecuación musical potencia de manera extraordinaria la imagen, y en este espectáculo, lamentablemente, apenas hubo de ello.

   No puede comentarse apenas nada que no sea absolutamente elogioso hacia los protagonistas «pictóricos» de la velada: Gaetano Coccia, Francesco Ottavio De Santis y Antonella Parrella, quienes, ataviados únicamente de unas cuantas telas de distintos tamaños, formas y colores, así como de un limitado attrezzo, fueron capaces de dar vida con inusitada verosimilitud varios cuadros del genial Caravaggio, así como algunos pocos ejemplos de otros artistas como Diego Velázquez, Francisco de Zurbarán y Ottavio Leoni. Increíble y exquisito trabajo, recreando de forma magnífica los personajes de estos cuadros. Especialmente interesante resultó poder ver la manera en que iban construyendo cada uno de los personajes y las composiciones, justo hasta el momento y la acción estrictamente anteriores a cuando se supone estos fueron captados por el ojo del pintor. Efusiva felicitación merece el técnico de iluminación de la Fundación, que realizó un muy logrado trabajo, únicamente con un par de focos, recreando ese claroscuro de forma notablemente veraz.

   Vivimos en una sociedad absolutamente visual. La imagen lo es todo prácticamente hoy día. No es menos cierto que la música tiene un impacto muy poderoso, pero siempre como un sazonador de la imagen, que es el elemento principal. Por ello, y cuando se tienen encima del escenario dos focos tan claramente indepedientes y poderosos, es inevitable que el espectador tenga que decantarse por uno de ellos, si es que no quiere mantener un esfuerzo titánico por intentar permenecer atento a ambos. Al final, y dado que la imagen de Teatri 35 resulta tan potente, es inevitable que la atención se desvíe hacia lo visual. Quizá por eso, y con buen criterio, se decidió dejar algunos minutos de verdadero protagonismo al conjunto musical, al inicio de cada una de las dos partes del espectáculo, para que pudieran lucir sus capacidades antes de que hicieran su entrada los actores. No obstante, tenemos que lamentar una actuación no especialmente afortunada de Tiento Nuovo en esta ocasión, a pesar de que es uno de los conjuntos historicistas de mayor empuje en nuestro país en los últimos años. Especialmente insustancial resultó la aportación de Vadym Makarenko como primer violín. Este joven, que ha sido acogido en el seno de Amandine Beyer –con quien se formó–, tuvo evidentes problemas de afinación a lo largo de todo el espectáculo, además de una falta de control de su sonido, con pasajes de notable «suciedad», resultando expresivamente muy mecánico. Además, la falta de conexión con Daniel Pinteño –quien sin embargo brindó una actuación mucho más afortunada– resultó más que evidente durante todo el concierto. La palmaria mejora acústica del auditorio de la Fundación –por mucho que en esta ocasión resultase un poco menos reverberante debido a un elemento externo que cubría parte del suelo, para facilitar el desempeño de los actores– inhabilita per se las excusas para justificar problemas técnicos e interpretativos que no se pueden explicarse en alguien de la talla de Makarenko, que brindó además una pobre versión de la Sonata en do mayor para violín y continuo, Op. 5 n.º 3 de Corelli. Por su parte, tampoco María Martínez estuvo especialmente solvente, sobre todo en la Sonata en fa mayor para violonchelo y continuo, H 107 de Geminiani, en la que tuvo muchos problemas para mantener firme el discurso, evidenciando problemas de afinación graves y una falta de fluidez en el arco. Es de justicia, sin embargo, destacar su loable labor al continuo, logrando un buen balance sonoro y aportando un colorista enfoque. Únicamente Ignacio Prego –junto a Pinteño– logró mantener el nivel que este conjunto es capaz de mostrar, tanto en el continuo como sobre todo en su excelente visión a solo de la obra de Frescobaldi.

   En definitiva, un espectáculo que evidenció una falta de coordinación entre los dos pilares que lo conformaban, disminuyendo con ello las posibilidades de lograr un éxito arrebatador. Parece evidente que la mayor parte del público disfrutó más con la parte teatral que con la musical, lo que se evidenció claramente al finalizar el espectáculo, con los aplausos ofrecidos a cada cual. Un buen intento, pero que sin duda debe ser pulido para lograr una imbricación total de los elementos que lo conforman; de lo contrario, únicamente se trata de dos elementos –buenos per se– que colaboran de forma totalmente independiente. Quizá una mayor implicación de los músicos –obligados a permanecer casi ajenos a lo que sucedía, arrinconados en un lateral del escenario– lograría un éxito mayor. Quien sabe, quizá haciéndoles formar parte en ciertos momentos de alguno de los cuadros, por ejemplo. Desde luego, parece que fórmulas hay para redondear un evento que podría ser absolutamente inmejorable de lograrse esta simbiosis total. Basta, no obstante, con intentar encajar de manera adecuada la música interpretada, tanto en estilo y temporalidad como en su carácter.

Fotografías: Dolores Iglesias/Fundación Juan March.

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