Por Raúl Chamorro Mena
Milán, 16-XII-2019, Teatro alla Scala. Tosca (Giacomo Puccini), Anna Netrebko (Floria Tosca), Otar Jorjikia (Mario Cavaradossi), Luca Salsi (Barone Vitellio Scarpia), Alfonso Antoniozzi (Il Sagrestano), Carlo Cigni (Cesare Angelotti), Carlo Bosi (Spoletta), Ernesto Panariello (Carceriere) Giulio Mastrototaro (Sciarrone). Coro y Orquesta del Teatro alla Scala. Dirección musical: Riccardo Chailly. Dirección de escena: Davide Livermore.
Por primera vez, una ópera tan representada y tan emblemática dentro del repertorio lírico como Tosca de Puccini, se programaba en la apertura de temporada del Teatro alla Scala de Milán. Esta serie de representaciones forman parte, además, de este "ciclo Puccini” que está abordando Ricardo Chailly, director musical del teatro, en el que se proponen las versiones originales de las creaciones del genio de Lucca. En este caso, la edición crítica del musicólogo inglés y gran experto en ópera italiana Roger Parker, realizada sobre el autógrafo, pretende revivir la versión original que se escuchó el día del estreno (por cierto, con ambiente enrarecido por el temor de atentados), el día 14 de enero de 1900. De todos modos, las diferencias con la Tosca que hemos escuchado siempre no son tan importantes y el propio Parker reconoce en su artículo del imprescindible, como siempre, libreto-programa publicado por el Teatro alla Scala, que los cambios que han forjado la versión de Tosca que tradicionalmente se representa en los teatros fueron admitidos por Puccini y que nada garantiza que alguno de ellos (o incluso, todos) se realizarán durante los ensayos previos al estreno.
Por ello, no hay pretensión alguna, como ocurre en otras ediciones críticas, de presentar la “Tosca auténtica”, la que responde “a los deseos del autor”, sino ofrecer una visión más que enriquezca el panorama de una obra tan amada por el aficionado y tan representativa del repertorio operístico.
Giacomo Puccini –junto a los libretistas Luiigi Illica y Giuseppe Giacosa absolutamente “dirigidos” por él- concibe una ópera radical, que se acerca al ritmo propio del teatro en prosa y anticipa el cinematográfico. Los tres inquietantes y espectaculares acordes iniciales a tutta forza (el tema de Scarpia) nos introducen de lleno en una acción trepidante, realística -con unidad de acción, espacio y tiempo-, de una deslumbrante concisión y progresión teatral, pródiga en golpes de escena (muchos ya presentes en el drama original de Victorien Sardou) y presencia de elementos como erotismo, sadismo, violencia, abuso de poder… más que verismo, podríamos decir que es puro expresionismo. “Hasta ahora hemos sido tiernos, ahora vamos a ser crueles” en palabras del propio Puccini.
Si la obra de teatro de Sardou, “La Tosca”, fue un vehículo perfecto para el arte y magnetismo de Sarah Bernhardt (que se valía de la melopée, una especie de recitación musical, afín al canto, por lo que sus modos no podían ser más cercanos a una primadonna operística), el papel de Tosca creado por Puccini encarna la primadonna por antonomasia (una diva personificando a una diva), una mujer con gran personalidad, celosa, temperamental, profundamente religiosa, amante fogosa, sensual, voluptuosa, pero, en el fondo, vulnerable.
La gran diva de la actualidad, Anna Netrebko tenía que afrontar tarde o temprano el reto de Tosca (lo debutó el pasado año en el Metropolitan de Nueva York) y cómo no, presentarlo en el templo de la ópera italiana, el Teatro alla Scala de Milán y, además, en una apertura de temporada. Triunfo absoluto de la soprano de Krasnodar que realiza una gran creación con el marchamo de su gran personalidad. En lo vocal, el timbre exuberante, carnoso, pleno y aterciopelado de la Netrebko, de una gran proyección, belleza y singularidad se adapta perfectamente a la escritura del papel. Centro suntuoso, grave sólido y agudos firmes, con impecable resolución de los momentos de despliegue vocal Pucciniano se combinaron con el carisma y temperamento indiscutibles de la soprano rusa. En lo interpretativo el retrato resultó muy completo, desde la Tosca inquieta, celosa, coqueta del primer acto, con una gran efusión lírica –que compensa una articulación del italiano todavía mejorable- en “non la sospiri la nostra casetta” a la que en el acto segundo se enfrenta a Scarpia con fiereza y es capaz de asesinar por su amado, sin dejar de lado nunca su feminidad, el lado vulnerable. Una Tosca que jamás cae en excesos y vulgaridades y que en ese acto segundo solventó los muy expuestos ascensos al sobreagudo, además de cantar un hermoso “Vissi d’arte”, muy sentido y de gran concentración expresiva. Al no parar la orquesta Chailly, la Netrebko recibió las ovaciones del público Scaligero un poco después, a continuación de exclamar arrodillada ante Scarpia “Mi vuoi supplice ai tuoi piedi!”, momento en que estallaron los “Brava!” de la audiencia. Impactante fue el “Questo è il bacio di Tosca!” después de apuñalarle varias veces y el parlato “E avanti a lui tremava tutta Roma”. No se llevó a cabo el ritual del crucifijo y los candelabros.
En el tercer acto, la Netrebko delineó con vibrantes acentos y el temperamento que la caracteriza el relato de la lama, con un Do5 sobreagudo de buena factura en “Io quella lama gli piantai nel cor”. En este tercer acto encontramos una gran aportación dramática, pues si muchos Cavaradossi ya nos expresan su convencimiento de que todo va acabar mal, en este caso Tosca-Netrebko también nos transmite, que en el fondo piensa que la cosa no va a terminar nada bien, pero no quiere que su amado lo note. Al final, esta Tosca no se arroja desde el parapeto del Castel Sant’angelo sino que se transfigura entre luces oníricas. Éxito apoteósico de la Netrebko que continúa su idilio con el exigente público Scaligero.
Mario Cavaradossi, pintor educado en Francia, ateo y Volteriano, que se sacrifica de manera entusiasta y generosa por la causa liberal, no fue intepretado por el anunciado tenor Francesco Meli, que por repentina indisposición fue sustituido por el Georgiano Otar Jorjikia. Pueden imaginar lo que significa debutar de sopetón en la sala Piermarini en una ópera como Tosca programada como apertura de temporada y junto a Anna Netrebko y con Riccardo Chailly en el podio. Jorjikia se mostró al comienzo lógicamente nervioso con un “Recondita armonia” muy inseguro con ascenso al agudo que tendió a quebrarse. Sin embargo, estamos ante un tenor, de limitado interés timbrico, pero que canta con mucho gusto, con un fraseo musical y bien torneado. El joven tenor se fue asentando conforme avanzaba la representación, las vocales se liberaron y si el Si natural 3 de “la vita mi costasse” resultó fallido, la misma nota en el “Vittoria!” que espeta a Scarpia en el segundo acto, aunque atacada con portamento, tuvo firmeza y cierta brillantez. Jorjikia salvó la función con buena nota, fue ovacionado por el público a lo que respondió, visiblemente conmovido, besando el escenario de La Scala.
El Barón Scarpia -uno de los papeles más fascinantes de la historia de la ópera- representa el uso abusivo del poder desde la inmensa crueldad, el sadismo y la lascivia. El cínico jefe de la policía absolutista, falsamente puritano, manto bajo el que se esconde un devorador sexual y apasionado degustador de los placeres mundanos tuvo en Luca Salsi un intérprete convincente, ya desde su impactante salida con los tres acordes aludidos que constituyen su motivo, se tuvo a sensación de que en el escenario estaba la encarnación del mal, un mal sofisticado sin exageraciones, porque al fin y al cabo es un aristócrata al que se supone buena educación. Salsi se valió para su estimable intepretación, que fue muy aplaudida, de unos acentos incisivos (no es difícil adivinar la guía de la batuta) y un fraseo elaborado para compensar un timbre de cierta entidad en el centro, aunque sin especial atractivo y un registro agudo taponado, que no termina de expandirse.
Cumplidores Carlo Bosi como Spoletta y Carlo Cigni en las ropas de Cesare Angelotti. Más interesante Alfonso Antoniozzi en el papel del Sacristán gracias a un material sonoro, unos acentos adecuados, propios de un cantante con muchas tablas, especialista en papeles cómicos.
Rigor, seriedad, absoluto control (da todas las entradas) y profundo sentido analítico presidieron la espléndida dirección musical de Riccardo Chailly, que extendió un tejido orquestal pleno de colorido, de radiantes sonoridades y primorosas tímbricas. La magnífica orquestación Pucciniana en todo su esplendor, con luces cegadoras, transparencia y contrastes, pero bien balanceada y colaborando con las voces, es más, estimulándolas. Cierto es que el Maestro Chailly en algunos momentos se recreó en tanta belleza con algún tempo demasiado lento, pero sin comprometer en ningún momento la teatralidad. No hubo exaltación e incandescencia, pero sí la suficiente tensión. Extraordinario, como siempre, el coro.
En cuando a la producción de Davide Livermore con vistosos decorados de Giò Forma, tengo que confesar que habiendo iglesia, capilla, Madonna, Palazzo Farnese y Castel Sant’angelo, el que firma ya es feliz. Ningún dislate, ocurrencia extraña que invoca un libro de instrucciones o mejor la complicidad de cuatro enteradillos pseudointelectualoides me fastidiaba una función de alto nivel músico-vocal con una gran protagonista. Además el montaje tuvo algunos aciertos, así como cierto afán creativo y el perfecto mecanismo teatral que es Tosca pudo fluir con toda su fuerza e incustionable eficacia. Cierto es que el vaivén (y el ruido consiguiente) de la capilla que sale y que entra una y otra vez y esa Madonna que sube y que baja, que de blanco y negro pasa a color (mediante las proyecciones) durante el primer acto, cansan un poco, pero el final del mismo atesoró espectacularidad “Zeffirelliana”. La sala del Palazzo Farnese fue un regalo para la vista, que me recordó producciones legendarias de Tosca que uno ha tenido la suerte de presenciar en teatro, como la de Franco Zeffirelli o la de Margherita Wallmann, aunque el montaje deja de lado el ritual del crucifijo y los candelabros. Imagino que ese doble de Tosca que aparece al final del segundo acto blandiendo el puñal ante el cuerpo de Scarpia simboliza el complejo de culpabilidad de la protagonista (profundamente católica) por el asesinato, así como esa Tosca transfigurada entre luces como del más allá del final, que remataba un tercer acto más discutible con el ala del gigantesco ángel que preside el parapeto del Castel Sant’angelo girando aquí y allá con colorines de unas proyecciones en aluvión y sin mucho sentido.
Foto: Luca Bruno A/P